¡Qué coman pasteles!

Maxi Olariaga MAXIMALIA

BARBANZA

01 feb 2017 . Actualizado a las 22:20 h.

MATALOBOS

Hastío. Pena. Impotencia. Soledad. Indefensión. Abatimiento. Todo eso y más me producen las banalidades de Esperanza Aguirre, esa prepotente y vesánica dama vip que el todo Madrid adora y teme a partes iguales. Tuve esta semana la desgraciada ocasión de escuchar una entrevista con ella en la que, como es su costumbre, se despachaba a gusto con esa ironía impostada y vulgar (la ironía es arte reservado a inteligencias útiles) que ella maneja con mal gusto y rancio señorío. Versaba el asunto sobre el atraco que las empresas eléctricas cometen con la legalidad que el gobierno de turno en el poder les otorga.

La doña de Madrid, con ese desparpajo chulesco y distante que se gasta, enseguida encontró la solución para que el pueblo llano -¡uf, qué grima!- se quitase de encima la pesadísima cruz del kilowatio/hora que sobre sus flageladas espaldas soportamos la chusma. Arqueando hacia arriba la comisura de su boca sin labios, en un inigualable remedo del Jocker de Batman, la esfinge escupió la fórmula mágica para salvarnos a todos del frío y las humedades invernales. «La electricidad es carísima. Yo la tuve y por eso sé de lo que hablo. Que se apunten al gas. Que usen el gas. Es lo mejor. Claro, la electricidad es muy cómoda, le das al botoncito y ya está. Pero es carísima, si lo sabré yo. El gas, que pongan gas». Por eso comencé así este artículo: hastío. Pena. Impotencia. Soledad. Indefensión. Abatimiento. Y añado: náusea. Rebeldía. Dolor. Asco. Rabia.

Evoqué a María Antonieta, la reina francesa que en 1789 vivía en su castillo de alabastro y oro rodeada de lujuriosos jardines y de sedas y pétalos de rosas que a su paso aventaba sobre su delicado cuerpo un lacayo de librea. Cuando el pueblo parisino, el populacho según los aduladores de la reina María Antonieta, se llegó a las puertas doradas de palacio gritando y amenazando con abatirlas, aquella reina de celofán y cáscara de huevo de pavo real, mandó llamar a sus consejeros: «¿Por qué gritan esos descarados?, ¿qué pueden querer para molestar a sus reyes en su propia casa?». Un tímido y discreto senescal de la corte, le contestó al punto: «Quieren pan, majestad, solo quieren pan». «¿Pan?» -le atribuye la respuesta el saber popular- «¡Qué estupidez! ¡Pues qué coman pasteles!». Volviendo a la aristócrata señora Aguirre: ¿No tienen para pagar la electricidad? ¡Qué estupidez!, ¡Que se abonen al gas!.

La revolución, al contrario de lo que se nos ha hecho creer, no la llevan a cabo los pobres sino los ricos. Los poderosos, con este desapego asesino, con esta indiferencia ofensiva, con esta conducta arrogante y con esta soberbia que abrasa la piel de los ciudadanos como si un manantial de aceite hirviendo rociase sus más justas esperanzas, provocaron y provocarán la revolución de los desheredados a los que se trata a patadas y se les despoja de su pasado y su futuro.

No le deseo a doña Esperanza ni a ninguno de los que la ovacionan y le ríen las gracias el destino de María Antonieta, pero no puedo callarme y desde aquí le digo que gentes como ella son las responsables, militen en el partido que militen, del crimen que a ojos vista se comete diariamente contra la ciudadanía. ¡Qué coman pasteles! ¡Qué blasfemia, doña Esperanza!