Recibo noticias de Francia. Porque Europa también existe, a pesar de que ese Edén del siglo XXI no es hoy en día más que una entelequia, una utopía desangrada, un deseo muerto al nacer, un sueño que se ha convertido en una cruel pesadilla que tortura nuestro zarandeado espíritu. La idea era buena. La unión de las gentes por diverso que sea su origen o su idioma en busca del bien común parece lo deseable y, si se lograre, la piedra filosofal que al fin explicaría toda la historia de la humanidad hasta ahora empeñada en manifestar su poder y en laminar a todo aquel que a este se opusiere.
Pero surgió esta Europa de moneda única, de paciencia y comprensión con el vecindario, de buenos días, buenas tardes, buenas noches, ¿cómo está usted?, que igual tropezaba en prosaicas cuestiones monetarias como en una gresca de perros y gatos por un quítame allá esas pajas y más o menos la cuestión se iba sobrellevando entre palmaditas, sonrisas y excusas con las que los líderes sacaban adelante los conflictos. Hasta que hurgaron desde Las Azores en el petróleo del Iraq de Sadam Hussein y el mundo árabe se sintió agredido.
He aquí las consecuencias de aquel derrumbe de fichas de dominó. A las puertas de la feliz Europa se agolpa la blasfemia más colosal que hemos pronunciado. Tendida en el barrizal, la consecuencia de aquella amenaza nuestra Arcadia feliz y quien más y quien menos teme por su vida cómoda. La sombra del fascismo vuelve siniestra a patrullar nuestras calles. Por eso me escriben de Francia. Está de moda esta frase envenenada: «Prefiero el ruido de las botas al silencio de las babuchas». La mecha está encendida?