Prepotentes

Juan Ordóñez Buela

BARBANZA

08 jun 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

De un tiempo a esta parte se han multiplicado los impotentes. Son tipos especiales. No son exactamente soberbios, porque estos, pese a todo, tienen algo que los justifica. Ni arrogantes, que no tienen ni eso. Arrogante y soberbio, por lo menos, no avasallan. El prepotente sí. Es desafiante y aparente. Se distingue porque avasalla. Necesita imponerse.

Este poder, mucho o poco, puede ser de distintas clases. Por ejemplo, el de un progenitor que avasalla al profesorado de su hijo, el de un encargado de obra o de oficial que ve que la empresa le mantiene en su puesto mientras otros caen, o el poder de un accionista frente a los pequeños o el de un dirigente de partido contra sus compañeros. La crisis ha fortalecido las conductas prepotentes. El hombre o mujer de partido se crece, se siente más seguro bajo su paraguas, y al que le va bien el negocio, o a quien se le mantiene el cargo, no tiene miramientos con sus rivales o subalternos. Quién no ha comprobado a estas alturas cómo se están perdiendo los modales, la educación o simplemente el respeto. El que tiene presume más. Y el que tiene más, avasalla.

Digo que la crisis ha contribuido a eso. Pero también el partidismo y la precariedad económica, que incentivan el egoísmo más grosero. Y asimismo ha llevado a ello una o dos generaciones de progenitores que no han sabido decir no a sus hijos. Estos esperan que también fuera de casa se lo den todo o les rías las gracias. Y cuando no es así, el muchacho se queda sorprendido y no sabe cómo reaccionar. Ya no es extraño ver esta conducta entre la juventud, en el instituto o en la calle. Si se les frustra o se deprimen, se envalentonan. Lo han aprendido en su casa. Y lo transportarán pronto a la empresa, a la universidad o a la política.

El prepotente no es un buen ciudadano. Ni trabaja bien en equipo. Si lidera, ese liderazgo es tan frágil como él. Hay que ponerlos contra las cuerdas. Sencillamente, díganles que escuchen la opinión ajena y la respeten. Y que den la suya propia. Como no están acostumbrados, y además les disgusta, verán qué mal lo hacen.