El feminismo que acababa en comisaría o divorcio

María Hermida
maría hermida REDACCIÓN / LA VOZ

AROUSA

RAMON LEIRO

En marzo de 1989 un grupo de mujeres de Pontevedra salieron a calle para protestar contra una sentencia aberrante por un caso de violación. Su lucha llevó incluido un peaje personal

05 mar 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

El dictador todavía no se había muerto en la cama y ahí estaban ellas, las feministas de Pontevedra, siendo chincheta en el zapato de quienes pisoteaban a diario los derechos de las mujeres. «Penso que en 1974 xa había movemento, xa se facían cousas, aínda que non se sabía moito delas. Eu non estaba porque era moi nova», dice Concha Leal, histórica feminista de la Boa Vila. Fue en 1976 cuando alzaron un poco más la voz. Y es que, a la desigualdad del día a día, al cabreo permanente por tener que aguantar los bofetones del marido sin poder siquiera divorciarse -la ley es de 1981-, se sumó la aparición de una sentencia que colmó la gota de su paciencia. Condenaban a una mujer de Moraña por adulterio. Y las feministas no se callaron. El fallo las unió un poco más. Así como también hizo de pegamento otra sentencia aberrante de 1989. En este caso, fue la Audiencia de Pontevedra la que absolvió a dos hombres de violación, haciendo hincapié en la «vida licenciosa y desordenada» de la víctima. Se cumplen ahora treinta años de esa lucha.

Tal día como hoy, pero en 1989, mujeres como Concha Leal o Antolina Fernández preparaban una manifestación ante la Audiencia Provincial. Pintaban una pancarta que prácticamente es idéntica a alguna de las que este domingo ondearon en Lugo en la manifestación del feminismo gallego. La suya, la de 1989, rezaba: «Inhabilitación maxistrados machistas». Ellas no daban crédito a que se le quitase hierro al testimonio de la víctima por cosas como que estaba sola en una discoteca a altas horas de la noche. Y había párrafos del fallo judicial que se les atragantaban: «Se presta a viajar en el coche de unos desconocidos [...] poniéndose así, sin la menor oposición, en disposición de ser usada sexualmente», decía el texto legal.

La sentencia las sacó a la calle. Y les hizo pintar un mural en el que también se pedía la inhabilitación de los jueces. Acabaron huyendo de los porrazos policiales, tal como aún recuerdan. Pero no les importó mucho. Porque estaban acostumbradas a que el feminismo tuviese peaje en cuanto alzaban la voz para reclamar el divorcio o una ley del aborto. Antolina Fernández recuerda bien los principios de los ochenta. Dice que ya llovió y le quita hierro. Pero en su memoria están las veces que llevó a víctimas de malos tratos a su hogar «porque non había casas de acollida nin teléfonos aos que chamar nin nada». Una vez fue con una víctima a poner una denuncia a la comisaría. Y la acabaron reteniendo a ella. La denuncia nunca se cursó, pero ella tuvo que pasar la noche a la sombra.

Autoinculpación

Otras feministas pontevedresas recuerdan más peajes, como el hecho de que se acababan rompiendo muchas parejas en cuanto el hombre se enteraba de que su mujer asistía a las reuniones de la Asemblea de Mulleres de Pontevedra. Las hacían en la tienda de una mujer. Había algunas que asistían siempre. Otras que iban y venían, a caballo entre la lucha por sus derechos, el trabajo, la casa y los hijos. Concha Leal recuerda aquellas citas y habla de protestas irreverentes:

«Lembro que unha vez nos autoinculpamos de aborto nos xulgados. Foi unha protesta en toda España e en Pontevedra fomos moitas as mulleres que o fixemos».

Concha y Antolina, pese a hablar por separado, coinciden al recordar dos cosas de aquellos años de revueltas feministas. Por un lado, el hecho de que se luchase porque a aquellas asambleas acudiese el mayor número de mujeres posibles y diversas. Así, no era impensable que se sentasen a debatir mujeres que venían de organizaciones de izquierda con otras que procedían de la sección femenina del franquismo. Por otra parte, recuerdan que antes de poner en marcha protestas siempre había un largo proceso de debate anterior. «O habitual é que sempre contaramos con algunha voz autorizada de cada tema para debater. Se falabamos do aborto, traíamos a alguén que falara sobre ese tema... e así con todo», cuenta Concha. Ambas, tanto ella como Antolina siguen ejerciendo el feminismo actualmente, pero echan de menos la reflexión. Les duele también que haya partidos políticos u organizaciones sindicales empeñadas en llevar la voz cantante, «en monopolizar o movemento feminista, que debe ser sempre autónomo».

Aún así, siguen en la trinchera y con la capa de la ilusión puesta. A Antolina el 8 de marzo le cogerá en Inglaterra, donde ayer mismo ejercía de feliz abuela. A Concha Leal la pillará en la calle, manifestándose. Se prevé que sea ella la persona que lea el manifiesto en Pontevedra. El domingo viajó a Lugo en autobús para manifestarse al lado de diez mil mujeres más. Dice que el viaje le sirvió para cargar las pilas. Puede ser. Aunque las de ella deben de ser alcalinas, porque siguen intactas tras más de treinta años de lucha. Y los que le quedan.