«En mi país todos mandan y nadie hace un carajo»

Bea Costa
bea costa VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

MARTINA MISER

De vuelta a Vilagarcía, Roberto Estanga recuperó los pinceles y prepara una exposición en homenaje a su tierra de acogida

14 feb 2019 . Actualizado a las 20:24 h.

En agosto de 2016 Roberto M. Estanga hizo una llamada de socorro. Quería, necesitaba volver a Galicia, una tierra que hizo suya durante 29 años, 25 de los cuales estuvo al frente de la popular Escuela de los Niños Pintores de Arousa, que formó a cientos de chavales y cruzó fronteras, hasta Rusia. En enero de 2012 volvió a su querida isla Margarita (Venezuela) con el proyecto de hacer allí algo parecido. «Llegué con mucha ilusión, fueron ellos [autoridades venezolanas] los que me llamaron para que fundara una escuela. Tenía un proyecto muy bonito, quería hacer la escuela de los niños pintores de Margarita y hacer con ella una unión entre los pueblos; con Arousa, Rusia, Portugal, México... Los niños empezaron a venir, pero quienes me tenían que apoyar, no me sostenían la escalera, más bien me la quitaban», cuenta.

En pocos años, su paraíso se convirtió en un infierno, y aunque le costó asumir la dura decisión de tener que emigrar de nuevo, finalmente levantó el teléfono para pedir ayuda a sus amigos de España. La encontró, pero no le resultó fácil cruzar el Atlántico. Su doble nacionalidad le da derecho a pasaporte español, pero el documento le había caducado y ansiaba obtener la documentación precisa para renovarlo y abandonar el país. Necesitaba huir porque, relata, la vida en Venezuela se había hecho insoportable: sin comida, sin medicinas y con delincuencia por todas partes.

Tras dos años de trámites burocráticos, en junio del 2018, por fin logró emprender el vuelo, aunque el viaje fue otra odisea. Logró superar los controles aeroportuarios porque, probablemente, los controladores de las aduanas se apiadaron de aquel ser casi en las últimas. Portaba más peso del permitido en su equipaje, siempre con cuadros y álbumes de recuerdos a cuestas, pero cuando le revisaron y le requirieron un dinero que no tenía, se hizo el loco y acabaron por dejarle pasar.

No sabe cómo pudo llegar a Madrid-Barajas, primero, y a la estación de autobuses de Santiago de Compostela, después. Pero llegó. Su aspecto era desaliñado, mal vestido, enjuto, había perdido cuarenta kilos de peso -una fotografía lo da fe de ello- y arrastraba las secuelas de su segundo ictus -el primero lo había sufrido en Vilagarcía- , que se agravaron por haber estado cuatro años sin haber recibido el tratamiento que precisa para la hipertensión. Así que aquel café descafeinado y el cruasán al que le invitaron en la cafetería de la estación le supo a gloria.

Sus amigos y Cáritas de Arousa hicieron posible que rehiciera su vida en Vilagarcía. En un primer momento se hospedó en el hostal Derby, se cortó el pelo, se afeitó y empezó a comer tres comidas diarias, todo un lujo a la vista de los antecedentes. Recibió atención médica y arregló los papeles para recuperar una pensión que llevaba meses sin cobrar, y que cuando cobraba en isla Margarita, apenas llegaba para comer un plato caliente debido a la terrible inflación.

Pero llegó «el rescate», como él lo llama, y volvió a pintar. Los primeros días esbozó retratos de personajes que frecuentan el bar La Marina y su entorno. Ahora, ya instalado en pequeño y soleado estudio situado en la plaza de la Independencia, pinta paisajes de O Salnés, las nasas que se apilan en los puertos y retratos de Valle-Inclán. Con esta producción, y la que está por llegar, -«estoy entregado», afirma- quiere montar una exposición en Vilagarcía, a modo de homenaje a su tierra de acogida. Y quizá, si las fuerzas le acompañan, volver a poner en marcha una escuela para hacer lo que más le gusta: enseñar este noble arte.

Procede preguntarle por la situación en su país y contesta de forma rotunda y elocuente. «Es el país mejor desorganizado del mundo. Todos mandan, pero nadie hace un carajo. Es un gobierno militarizado y un sistema que enseña a la gente pobre a delinquir. Me da muchísima tristeza ver a los niños que pasan hambre». Esos niños a los que a él le hubiera gustado ver con un pincel en la mano en vez de buscando un trozo de pan.