Hermanos hasta la médula

Rosa Estévez
rosa estévez VILAGARCÍA / LA VOZ

AROUSA

Aunque Antonio no tuvo que esperar la aparición de un donante, sabe que otros enfermos no tienen su misma suerte.
Aunque Antonio no tuvo que esperar la aparición de un donante, sabe que otros enfermos no tienen su misma suerte. martina miser

Antonio y Vanessa, que han pasado meses en hospitales, defienden el poder curativo de la sonrisa y de la amabilidad

12 may 2016 . Actualizado a las 07:42 h.

Parecía una gripe. No una simple gripe, sino una de esas que llegan y te tumban. Antonio se fue al centro de salud y le confirmaron que necesitaba reposo, agua, y algo para apaciguar el dolor. Pero ni el tiempo ni los medicamentos lo aliviaron. «Volví al médico y me dieron otro tratamiento, para una infección respiratoria», cuenta el protagonista de esta historia. «Estuve tomando mis tres pastillas, pero seguía fatal». Y no solo es que se encontrase sin fuerzas, agotado. «Lo que más me preocupaba era el sudor. Yo ni jugando al fútbol sudaba, y de repente, aquellas noches empapaba las camisetas», recuerda. Un domingo, Antonio decidió vencer al malestar que lo acompañaba subiéndose a la bici y saliendo a dar un paseo. Cuando no fue capaz ni de dar dos pedaladas, su pareja se plantó. Lo llevó al hospital, le hicieron una analítica y descubrieron que no tenía plaquetas. «Me hicieron una transfusión y me ingresaron. Enseguida me di cuenta de que no tenía nada bueno».

Fue en Montecelo donde descubrió la verdad: tenía leucemia. «Yo le pregunté al médico: ¿esto se cura? Me dijo que sí, y yo pensé: adelante». Cuando recibieron la noticia, sus hermanas y su madre no se la tomaron con esa tranquilidad. «Entramos las tres llorando. Pensábamos que él estaría hundido, porque siempre fue un poco hipocondríaco, pero no, casi nos animó él a nosotras», cuenta Vanesa.

Antonio, que estaba en aislamiento, empezó con un tratamiento. Pero necesitaba un trasplante de médula. Y las dos primeras candidatas eran, por lógica médica, sus dos hermanas. Vanessa y Mila se sometieron a las pruebas y resultó que era la primera, la hermana con un miedo cerval a las agujas, la que resultó compatible. «Sentimos un alivio enorme. Al menos, no iba a tener que estar esperando a un donante, no íbamos a tener que pasar la angustia de si aparecería alguien compatible o no». No todo el mundo tiene tanta suerte. «Había un señor ingresado con Antonio que tenía cinco hermanos, y ninguno era compatible», recuerda Vanessa. Tras su dramática peripecia familiar, ella y todos los suyos se han convertido en una suerte de activistas a favor de la donación.

El proceso fue duro, claro que fue duro. Pero durante todo ese viaje, Antonio logró mantener la moral alta. «Los tratamientos médicos son el 40 % de la cura, y el 60 % está en el ánimo, en querer curarte y vivir», señala. Así que nunca, ni en los peores momentos, borró la sonrisa de su cara. «Sonreír mucho ayuda un montón. Parece que te encuentras mejor», dice.

Los dos hermanos superaron el peliagudo proceso del trasplante. «No duele nada», asegura Vanessa. A ella le resultó un poco incómodo -a fin de cuentas tenía un catéter inmenso clavado en la ingle-, un poco molesto, y durante todo el tiempo no pudo librarse de esa inquietud que nos invade cuando nos enfrentamos a un reto importante. Pero todo eso valió la pena. Después del trasplante, Antonio fue recuperándose poquito a poco. Y ahora, cuatro años y medio después de que empezase esta historia, está en casa.

Él reconoce que su vida ha cambiado radicalmente. Ha tenido que dejar de trabajar y sigue a tratamiento. Pero todo va bien. Él, que «siempre fue muy inglés, muy puntual, muy metódico», sigue con exquisito cuidado las recomendaciones de los médicos. De vez en cuando cae enfermo. «Desde que salí del hospital ya pasé hasta una gripe A».

Él, que jugaba al fútbol y salía a correr con frecuencia, ha tenido que dejar de hacer deporte. Y también ha abandonado los placeres culinarios de esta tierra nuestra. «No puedo comer cosas crudas, o cosas como el jamón. O los mariscos filtradores, como las almejas de la ría de Arousa, que me encantan», explica haciendo un gesto de resignación con los hombros.

Pero en su mirada no hay resignación. ¿Cómo va a haberla si acaba de ser padre? Mara, su hija, tiene seis meses y se ha convertido en una fuente de la que mana la energía que necesita este hombre lleno de ganas de vivir. Vanessa, por el momento, no tiene planes de ser madre. «Lo más importante de mi vida ya lo hice: le salvé la vida a mi hermano. Y eso te hace sentir...». No encuentra la palabra exacta. A lo mejor es que no existe.

Hace cuatro años y medio, a este vilagarciano le diagnosticaron una leucemia. «Pero el médico me dijo que había cura, así que pensé: adelante».

Su hermana le dio la médula que necesitaba. Y,

pese a que le tiene pánico a las agujas, se ha convertido en una firme defensora de las donaciones.