Aspiraba a ser un envidiable centro de veraneo, pero uno a uno fue perdiendo sus arenales
02 jun 2013 . Actualizado a las 06:58 h.«Toda la orilla se halla casi edificada y, en gran parte, imposibilitado el paso de la gente con casas y otras obras particulares avanzadas en el mar, con notorio perjuicio público. No tardará mucho tiempo en que los vecinos de Vilagarcía no podamos disfrutar de un triste palmo de playa libremente y sin tributo». Lo decía la memoria anual de la Cámara de Comercio hace nada menos que 110 años, en 1903, para a continuación dejar sentado que «lo conveniente, lo racional y de sentido sería barrer todos los edificios y obras particulares enclavados en la orilla, dejando así libres los dominios del mar en toda su extensión y veinte metros más cuando menos».
Los quebraderos de cabeza de Vilagarcía y sus playas no son, pues, cosa reciente. Los vilagarcianos de hace un siglo ya comenzaban a temer los inconvenientes que podría acarrear la práctica de ganarle terreno al mar. Pero lo cierto es que, con miedo o sin él, no dejaron de hacerlo.
Solo unos años antes, las tres localidades que se asomaban a la Arousa Bay, Vilagarcía, Vilaxoán y Carril, estaban unidas por una hermosa playa en forma de concha que solo era interrumpida por la desembocadura del río de O Con. En este punto se encontraba el arenal conocido como de Vista Alegre o A Hortiña, uno de los lugares preferidos por la ya entonces numerosa colonia veraniega que, fundamentalmente desde Santiago, Caldas y Deza, disfrutaba de los saludables baños. Así fue hasta que el puerto necesitó crecer y lo hizo a costa de la fotogénica playa de Vista Alegre y sus coquetas casetas de rayas azules y blancas y, no contento con ello, lo hizo también sobre los arenales de Comboa y Ferrazo. Sucedió algunos años después de que la hoy conocida como plaza de A Peixería ocupase una «parte insignificante de la playa», inaugurando así la querencia de los vilagarcianos por asentar su crecimiento sobre los volubles cimientos del mar. A Peixería se construyó en 1882. Las obras del puerto comenzaron en 1923.
Unos pocos metros más hacia el norte, los vilagarcianos paseaban por la Alameda sintiendo el aliento del mar en sus mejillas. A los pies del paseo de A Mariña se extendía la playa de la que disfrutaban los usuarios del Real Club de Regatas o los del Hotel Casablanca.
Claro que allí mismo estaba también el muelle de hierro, espacio en el que se cargaban y se descargaban todo tipo de mercancías en una época en la que Vilagarcía estaba tomando el relevo de Carril como puerto comercial. A veces, mercancías y barcos no estaban temporalmente acompasados y la playa se llenaba de materiales a la espera de ser embarcados. Ocurría, sobre todo, con la madera. No tardaron en llegar las quejas vecinales, e incluso algunas postales coloreadas dan testimonio de esta situación, pues la playa de Santa Lucía, que ocupaba desde la Alameda hasta O Ramal, aparecía pintada de verde, como pone de manifiesto Manuel Villaronga en su libro A Vilagarcía das vellas postais. Curiosamente, la capital arousana vuelve a tener, cien años después, una playa verde como consecuencia de la hierba que crece en A Concha-Compostela.
Este, precisamente, fue el único arenal que quedaba en Vilagarcía cuando el de Santa Lucía dejó de serlo para convertirse en centro de operaciones para las actividades portuarias. En 1929, desaparecidas las demás playas, se puso en marcha la creación de la que iba a ser A Compostela, que hasta entonces tampoco podía considerarse como tal porque «la mar la cubre por completo en las pleamares». Así que la corporación que presidía Rodríguez Lafuente comenzó a negociar con Joaquín Martínez la compra del parque, que pasaría a ser público en 1931 asumiendo el nombre que todavía hoy da testimonio de la estrecha relación entre Vilagarcía y la capital gallega.