Igual un chachachá que un vals

Ana F. Cuba RIBADEO |

A MARIÑA

Esta diseñadora gráfica de Ribadeo heredó la afición al baile de su padre y se la transmitió a sus hijos y a su marido. Juntos se entregan a la danza y la competición

13 jun 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

Ya de niña, la ribadense Carmela González García bailaba por casa y en la sesión vermú de las fiestas. Pero en aquellos tiempos la academia más próxima estaba en Lugo (a dos horas) o en Oviedo (a cinco). Cuando nacieron sus hijos, Carmela bailaba con ellos. El mayor, Ignacio, se apuntó a danza regional. «Veíamos los campeonatos de baile de salón en la televisión pero no sabíamos de ningún centro hasta que una amiga nos dijo que había una escuela aquí, en Ribadeo, Goldance (gestionada por Dimas Fernández y Miriam Vivero)», relata la madre.

Primero se apuntó Ignacio y al poco tiempo le siguieron sus padres. «Mi marido vino por acompañarme y ahora está todavía más enganchado que yo, pensando toda la semana en las clases del sábado y bailando algún pase por casa. Entró para apoyarme pero es muy competitivo», asegura esta diseñadora gráfica, que regenta una residencia de ancianos en Ribadeo, junto a su hermana y su cuñado. Para la benjamina resultó bastante complicado encontrar pareja, porque son pocos los chicos aficionados. Hasta que apareció Adrián.

Los premios son de todos

Ignacio lleva años bailando con Nerea. Juntos han conseguido varios galardones. Los trofeos se los reparten porque solo conceden uno por pareja. «Es como si toda la familia tuviera el premio», afirma este apasionado de la danza y los campeonatos. «Me encanta competir..., subirme al escenario, superarme», recalca este joven bailarín, que ya practicaba de pequeño con su madre y su abuela Conchita.

Su hermana aprendió las coreografías viéndole bailar a él. A ella y a Adrián les gustan los ritmos latinos, sobre todo el chachachá; mientras Ignacio y Nerea se decantan por los bailes estándar, el vals o el tango, más clásicos, igual que Carmela y José Ángel. El origen de todo tal vez se remonte al abuelo. «A mi padre, Manuel González Quintana (conocido como La Busta, el apodo familiar; el bisabuelo vino de Busto, un pueblo astur), le gustaba mucho el baile, en la boda le enseñó a mi marido a bailar el vals».

Los padres compiten en la categoría E senior y los hijos, en E junior. En los campeonatos tienen que vestir una ropa especial. Alicia disfruta en la pista. «Lo suyo es subirse al escenario, como Penélope Cruz», dice su madre. Aparte de mantenerse en forma, el baile representa una especie de evasión. A Carmela le ayuda a relajarse. «Desconecto de todo, durante la hora y media que duran los entrenamientos ni piensas en los exámenes de los niños (Ignacio es disléxico, como su progenitora, y esto le dificulta el estudio), ni en el trabajo ni en nada».

«Nos reímos, nos pisamos...»

Pero el baile no solo le sirve para aislarse y romper con las rutinas domésticas. «Además, es el único momento que tenemos para estar los dos solos (ella y su marido), te ríes, nos pisamos, de todo... Él tiene más coordinación, yo, por la dislexia, cuando es derecha voy a la izquierda y al revés, pero aunque me equivoque sigo adelante», explica esta bailarina vocacional.

Esta afición, que ninguno de los cuatro piensa abandonar, también repercute en el bienestar de los residentes del geriátrico. «Los niños bajan a tocar, bailamos..., les encanta verles. En realidad, como solo son 18, somos una gran familia. Ya tienen ganas de ver a la niña vestida de primera comunión (el pasado fin de semana)», cuenta Carmela. ¿De dónde sacan tanta energía? «En esta casa siempre se hacen cosas, somos de negocio, quizás sea por eso».