La aventura de un gallego que vende vino de O Ribeiro en Tokio

A MARIÑA

Carlos Míguez lucha contra «una imagen demasiado folclórica» de los productos españoles en Japón

08 mar 2010 . Actualizado a las 13:22 h.

Lleva dos meses y medio instalado en Tokio con el objetivo de introducir los vinos de su bodega, O Ventosela, en el mercado japonés. Carlos Míguez, director comercial de su empresa, viajó a Japón para participar en dos ferias, una del Igape y otra de la Cámara de Comercio de A Coruña, pero decidió que era mejor quedarse allí para controlar la venta y distribución de su producto. «Si te fías de los intermediarios, es posible que al principio coloquen tu vino, a un determinado precio, y más tarde intenten colarle al comprador otro de menos calidad por el mismo dinero, con la excusa de que también es de origen español, dejándonos a nosotros con un palmo de narices», explica. Y es que están en juego muchos euros, dólares en este caso: el precio de una botella de Gran Leiriña 1958, que en España se vende a unos 30 euros, cuesta en el mercado nipón el triple. Estos precios, que desde nuestra óptica pueden resultar de escándalo, tienen una explicación: «En Tokio hay muy poco espacio para todo. Tener un almacén donde guardar cajas de vinos o un restaurante un poco amplio es complicadísimo, esto repercute directamente en los precios, aparte, lógicamente del alto nivel de vida que hay aquí», cuenta Míguez.

El responsable comercial de O Ventosela intenta abrir nuevos caminos en la venta de su producto a través de dos direcciones: «Entrando en las cadenas de gourmet, muchas de ellas instaladas en las paradas de metro y en centros comerciales; y buscando un hueco en los restaurantes de lujo». Carlos Míguez apunta que, por lo general, los productos alimenticios españoles se venden en Japón en restaurantes de corte folclórico «en los que -ironiza- solo falta el carro de Manolo Escobar». «Los italianos están a años luz de nosotros, sus restaurantes, por ejemplo, ya no son los típicos de mantel a cuadros, ahora tienen un diseño increíble, y eso los japoneses lo aprecian mucho, aunque a la hora de los negocios utilicen el regateo como hacían nuestros antepasados», concluye.