Si los sondeos aciertan, el ultraderechista Avigdor Lieberman podría convertirse en una figura clave para la formación del nuevo Gobierno israelí. Una posibilidad que no augura nada bueno para las negociaciones de paz ni para los ciudadanos árabes de Israel, contra los que ha centrado sus ataques.
«No hay ciudadanía sin lealtad» es el eslogan de campaña de este político de 50 años nacido en Moldavia. Una frase que apunta directamente hacia el cerca de millón y medio de residentes israelíes de origen árabe y que ha calado en amplios sectores de la población, desde los colonos radicales de los asentamientos a los nuevos inmigrantes de países ex soviéticos, pasando por grupos más moderados, que esta vez quieren mano dura en el Gobierno.
Y dureza es lo que promete Lieberman, a quien también ha favorecido la ola nacionalista provocada por la ofensiva contra Gaza. En sus populistas intervenciones acusa a los escasos diputados árabes de colaboracionistas con un régimen «nazi» palestino. Asegura que Israel está amenazado por el terrorismo de fuera y de dentro, en alusión a la minoría árabe. Y promovió la xenófoba prohibición de los partidos árabes de cara a estos comicios, veto que después levantaría el Tribunal Supremo.
La tercera fuerza
El partido que lidera, Israel Beitenu (Israel Nuestra Casa), podría convertirse en la tercera fuerza del arco parlamentario, tras el Likud y Kadima. Con los 19 escaños que le otorga el último sondeo, parece que los votantes darán a Lieberman la llave para decidir quién será el primer ministro, sin importarles las acusaciones de corrupción que también pesan contra él.
Y, con estas perspectivas, ninguno de los principales candidatos le hace ascos. Para Netanyahu, las reclamaciones de Lieberman son «legítimas», mientras que Livni lo corteja al replantearse la exención de los árabes a cumplir el servicio militar, uno de los escasos privilegios para una minoría discriminada. Y el líder de Israel Beitenu se deja querer.
Se espera que la participación de la minoría de origen palestino, que representa un veinte por ciento de la población israelí, sea históricamente baja después de la guerra de Gaza y el auge de Lieberman, que la hace sentirse aún más aislada.