El presidente del PP tenía ya un expediente brillante en el colegio
22 feb 2008 . Actualizado a las 10:38 h.Cuando Mariano Rajoy viaja a Santiago con algún conocido y atraviesa la plaza de O Toural, acostumbra a parar un instante y, señalando hacia los soportales, suele comentar: «Esa es mi casa». Ahí, en pleno casco viejo de la capital de Galicia vio la luz por primera vez en marzo de 1955. Lo hizo por expreso deseo de su madre, Olga, que no quería alumbrar a su primogénito en Piedrahíta del Campo (Ávila), el pueblo en el que estaba destinado entonces su padre, el magistrado Mariano Rajoy Sobredo. Esa profesión itinerante hizo que el pequeño y aplicado Mariano repartiera su infancia entre O Carballiño, Oviedo y, sobre todo, León. De ciudad en ciudad curtió un carácter de todoterreno que sabe adaptarse. Esa cualidad le sería muy útil más tarde, cuando tuvo que rodar de ministerio en ministerio en la etapa Aznar.
En León estudió hasta los quince años. Antes de ingresar en los jesuitas, pasó durante un año por el colegio de las Discípulas de Jesús, ligado al centro pontevedrés Salvador Moreno y en el que también tuvo relación con los libros su ahora rival en las urnas.
Mariano, el mayor de cuatro hermanos, era un niño estudioso que ocultaba entre libros el complejo de «cuatro ojos» que le imprimían sus gafas de pasta. Puede que fuera en ese momento cuando forjó su carácter tímido, discreto, poco proclive a las instantáneas. Los sábados por la tarde daban cierta tregua a aquel leve trauma infantil. Era el tiempo en el que, enfundado en pantalón corto y camiseta de tiras con el número seis impreso en el lado izquierdo, justo sobre el corazón, jugaba un encuentro de baloncesto con el equipo escolar. Cuando no estaba entrenando, permanecía enfrascado con los volúmenes escolares. Le fascinaban los mapas de los libros de Geografía y las historias de la Historia, sobre todo las del XIX.
Ese niño tranquilo de familia bien, que pasaba las horas muertas controlando los cruces de su tren eléctrico y que tomaba Fanta con patatas fritas los domingos, intimó mucho con su padre. Lo hizo en los viajes entre León y Arousa, a bordo de un Gordini familiar. Con la que quizá tuvo una relación más discreta fue con la figura de su abuelo, el abogado conservador Enrique Rajoy, uno de los padres del Estatuto de Autonomía de Galicia de 1936, un hombre que trabajó mano a mano con Alexandre Bóveda.
La última vez que el Gordini cruzó Pedrafita fue en 1970. Mariano Rajoy Sobredo había logrado el cargo de presidente de la Audiencia de Pontevedra. Toda su familia se trasladó con él a la ciudad del Lérez.