Mike Higgins llegó a los Lakers la temporada siguiente a la retirada de Kareem Abdul Jabbar y veinte años después sigue disfrutando del baloncesto tanto o más
17 mar 2010 . Actualizado a las 18:22 h.El paso por los Lakers del Showtime, en los que compartió camiseta con Magic Johnson, Byron Scott, Worthy, A.C. Green, Michael Cooper, Wooldridge y Divac marcó un punto de inflexión en su carrera. De hecho, cuando recibió la llamada para acudir a la liga de verano del conjunto californiano estaba en negociaciones para dedicarse a la venta de seguros y olvidarse de las canastas.
Antes, había brillado durante cuatro temporadas en la universidad de Colorado del Norte. Y aún hoy es su máximo anotador y su mejor reboteador. «Pero era la segunda división -recuerda-. Tuve la suerte de que me eligieron para el all star. Siempre llevaban a uno del este y a uno del oeste en representación de esa categoría». Así fue como empezó a sonar su nombre. «A partir de ahí me decían: Mike, ¿tú de donde vienes?».
Cuando probó en la liga de verano de los Lakers, eran veintidós los aspirantes. Todos procedentes de universidades con mucho pedigrí en el baloncesto, excepto dos: un europeo y un desconocido de Northern Colorado. Y estos dos, Vlade Divac y Mike Higgins, acabaron superando todas las cribas hasta hacerse un hueco en el equipo.
Así empezó su carrera profesional. Pasó del anonimato a la cima sin anestesia. Y supo asimilar el cambio con sabiduría.
«El Showtime era algo más que baloncesto. Era baloncesto, pero divertido, sobre todo por Magic, por su actitud y su manera de jugar. Siempre estaba riendo. Él trabajaba y disfrutaba. En cada entrenamiento luchaba por ser mejor, y siempre sintiendo un gran amor por el baloncesto», recuerda.
Jugar con Magic Johnson, el único en la historia capaz de brillar en todos los puestos, y pertenecer a aquel equipo, aunque fuese de una manera un tanto fugaz (disputó seis partidos), resultó «un privilegio». Y le abrió los ojos, a sus veintiún años.
Allí aprendió a disfrutar del baloncesto y vivió a pie de obra cómo el equipo se situaba por encima de las individualidades, por más que estuviese integrado por una colección de estrellas. Transpiraba buena onda, y lo ejemplifica con una vivencia que todavía le llega muy dentro: «Necesitaba comprar un coche. El que más me gustaba era el Jaguar, pero ni loco me iba a gastar noventa mil dólares en un vehículo. A.C. Green se acercó y me dijo: Mike, si tú quieres yo te puedo dejar el dinero».
La importancia del grupo
Ese sentimiento grupal también lo percibe en el Obradoiro, pero con una diferencia sustancial: «En los Lakers había ya un equipo en el que muchos jugadores estaban juntos desde hacía tiempo. Aquí todo se puso en marcha en dos meses. ¡Todos éramos nuevos! Y todos luchamos por el equipo, no por las estadísticas personales pensando ya en la temporada siguiente».
Es el llamado «espíritu Obradoiro», un sentimiento intangible que se ha convertido en el mejor aval del club para competir en la ACB. Por ahí ve Higgins el camino que puede conducir a la permanencia: «La gente no ha parado de luchar. Si seguimos jugando como equipo, lo vamos a conseguir».
Insiste en que esa es la clave. Esa, y la afición: «Cuando vi 6.000 espectadores el día del Barça, pensé que muchos venían a ver al rival. Pero hay 6.000 cada domingo. Dice mucho de esta gente. Se merece que el Obradoiro siga en la ACB».
Son las reflexiones de un pívot que lleva veinte años en la élite y que también deja sus disquisiciones sociológicas al analizar estos cuatro lustros: «España ha cambiado mucho. Ahora se parece más a lo malo de Estados Unidos. Es la dictadura del dinero. Antes la familia tenía más peso, los domingos eran distintos, había la siesta... Ahora lo más importante es ganar más y tener más cosas».