Hubo un día en que Deportivo y Celta luchaban por los primeros puestos de la Liga española y se paseaban por Europa. Sus aficiones eran felices y sus presidentes hinchaban el pecho. Todo era alegría y alboroto. La mayoría no intuían que detrás de esos equipos de ensueño y que practicaban un buen fútbol se escondía un derroche de dinero que ha llevado a las dos entidades más representativas del fútbol gallego al borde del abismo. En el caso del Celta, se encuentra en ley concursal y su deuda actual es de 30 millones de euros, cifra que manteniéndose en la división de plata puede ser asumible con el plan de viabilidad, pero que con otro descenso (ayer logró la permanencia en el último minuto), lo conduciría a la desaparición. En el caso blanquiazul, los números rojos son mayores (159 millones de euros de deuda reconocida por la entidad, según otros criterios contables asciende a 292). El club que preside Lendoiro y en el que trabajan varios miembros de su familia tiene hipotecado su futuro con las Administraciones públicas y los bancos. A mayores, son numerosos los acreedores que en los últimos años le han planteado pleitos en la justicia ordinaria y en la FIFA.