Ni contra ocho. El Celta tampoco fue capaz de ganar a un Albacete que acabó con tres menos sobre el campo y continúa en caída libre. En el cuarto partido de la era Eusebio los vigueses evidenciaron de nuevo sus múltiples caras y el mismo denominador. Fatal en el primer tiempo, ilusionantes en el segundo y negados con todo a favor. Cualquiera de los tres estados conduce al equipo al mismo lugar. Su incapacidad para quebrar la racha y anotarse un triunfo que le otorgue un poco de aire. Ya son once jornadas sin ganar y los celestes siguen jugando con fuego.
Para atrás. Lejos de mejorar y manejarse, el Celta comenzó el partido ante el Albacete con pasos de cangrejo. Hasta la fecha, desde el cambio de técnico al menos el equipo salía mandón, con ínfulas atacantes y con la premisa de dispensar un buen trato al balón. Pero el primer tiempo de ayer fue patético. Con el centro del campo desaparecido, sin nadie que diese dos pases seguidos y con los centrales como principales pasadores... a las gaviotas que se dieron cita en el desértico Balaídos.
El Albacete pudo prescindir del portero. El único disparo del Celta fue un lanzamiento lejano de Óscar Díaz que salió rozando el larguero. Todo lo demás, lo puso un limitadísimo Albacete, que salió con precaución pero con semejante rival enfrente se animó a tocar y sirvió dos balones de oro a Toché, que el ex atlético desaprovechó.
Todo lo sucedido en clave celeste fue negativo. No hubo profundidad porque las bandas no existieron, el trivote fue un juguete roto en manos del imberbe Kitoko y de Begoña; y la defensa, especialmente el desfiladero de las bandas, mete miedo cada vez que el balón se acerca a Notario.
El cambio fue radical tras el descanso. Eran los mismos jugadores, con la única novedad de Rosada en lugar de Oubiña, embutidos en las mismas camisetas, pero con otra actitud, con más verticalidad, tocando el balón y llegando a la línea de flotación del rival. En cinco minutos llegaron más veces al área que en todo el primer acto. Por encima, Kitoko vio la segunda amarilla y dejó a su equipo con diez con más de media hora por delante.
Con uno más quien perdió la brújula fue el Celta, que siguió con el balón y con el ataque, pero con menos llegada, más imprecisiones y por tanto más nervios. Dinei y David por partida doble lo tuvieron todo a favor en sendos balones en profundidad, pero sus remates se fueron a las nubes.
La ocasión más clara llegó por partida doble con dos palos consecutivos. Una falta de Trashorras fue repelida por la madera y el rechace posterior lo envió Michu al travesaño.
Aquí se acabó la pólvora, y eso que el partido todavía se puso más de cara. Trotta vio dos amarillas en un suspiro y dejó a los suyos con nueve. Poco después, Alberto siguió el mismo camino. Cierto que ambos lances se dieron con el partido a punto de expirar, pero los célticos no fueron capaces ni de crear peligro. Se lo pusieron fácil a los ocho rivales colgando balones a la olla cuando el camino correcto sería elaborar un jugada ganadora. No está para pensar tanto el colectivo de Eusebio, para entonces víctima de la ansiedad y de la presión. La misma que le acompañará toda la semana camino de la final de Salamanca.