El tejado de los treinta y tantos gatos en Ribeira

María Hermida
María Hermida RIBEIRA/LA VOZ.

BARBANZA

Francisco, vecino de Ribeira, alimenta a base de pescado y otras viandas a una tribu de felinos que cada mañana le espera sobre la uralita de un inmueble de Santa Uxía

03 nov 2010 . Actualizado a las 12:35 h.

Es media mañana de un día cualquiera. Proximidades del auditorio de Santa Uxía, en la zona ribeirense de Bandaorrío. De repente, una imagen digna de postal -de postal de terror, dirán algunos- se aparece ante los ojos: en un mismo tejado, hay uno, dos, tres, cuatro... Veintiún gatos apostados como si estuviesen posando para algún fotógrafo. ¿Qué hacen tantos felinos juntos? No hace falta preguntar mucho para averiguarlo. Los viandantes que pasan por la zona están al cabo de la calle. Todos dicen lo mismo: «Isto non é nada, conforme se acerque o mediodía van aparecendo máis. Hai moitísimos, máis de trinta... como lles botan de comer. Esperade a que veña o home que lles dá comida sempre», señala un varón.

Pocos minutos después, la barrendera de la zona también participa en la conversación: «Si, hai moitos máis dos que se ven aí -es decir, más de veinte-, saen todos en canto vén un señor que lles bota comida». Unos y otros van explicando que ese abanico de mamíferos grises, de colorines, negros y blancos, viven en una especie de alpendre que hay enfrente del auditorio. Sin embargo, en cuanto el estómago les pide comida, se suben al tejado y, desde ahí, en tribu, esperan a que llegue algo que llevarse a la boca. Y suele llegarles. Vaya si suele llegarles.

Todos juntos

Ayer, unos y otros vecinos insistían en que «sempre hai un home que lles trae de comer. É digno de ver como os gatos acoden cando el chega», decía una pareja que pasaba por la zona. «Si, o incrible é ver como se xuntan todos e esperan pola comida», enfatiza otra persona. Mientras hablan, efectivamente, los gatos toman posiciones en el tejado. Da la impresión de que se coordinan para ir todos juntos hacia uno u otro lado. Sobre la una de la tarde, llega el hombre del que todos hablaban. Y, como no podía ser de otra manera, acude con una bandeja que hará las delicias de los animales.

El varón en cuestión es Francisco. Antes de hablar, se pone a la tarea. De su bandeja saca trozos de pescado que va arrojando al tejado. Los felinos se lanzan hacia la vianda a la velocidad de la luz. Finalmente, Francisco cuenta su historia. Es sencilla. Pero conmueve. Dice que tuvo un perro. El animal acabó muriéndose y él decidió «que o que ata aquel momento comía o can ía ser para os gatos dese tellado». Así fue como empezó a alimentar estos felinos.

Francisco conoce también la historia de todos esos gatos. Dice que hace años, dado que había muchos ratones en esa zona, «tróuxose para aí unha gata, que estaba preñada, e a partires de aí empezaron a aparecer gatos e máis gatos. A min danme pena, e bótolles comida sempre que podo», informa el hombre. Dice que hay más vecinos que les echan de comer. Y este extremo lo confirman otros viandantes: «Ás veces bótanlles comida dende as ventás», señalan.

Ayer, a los gatos les tocó comer salmonetes -«as sobras dos salmonetes», aclara Francisco-. Sin embargo, parece que la dieta de los animales es variada, ya que este hombre apaña todas las sobras para lanzarlas, bandeja en mano, al tejado. Mal no deben estar los animales, a juzgar por lo tranquilos que se les ve en el tejado. Con sus paseos en colectividad, componen una imagen que, más que de Galicia, parece de un sitio como la isla Santorini, donde los gatos aportan una enorme singularidad al paisaje.