María del Carmen Vázquez es de Pontepedriña. Lleva más de veinte años acudieron a la puja del santo. «En tempos había cacharelas aquí para quentarse un pouco», dice. María del Carmen embolsó «un morro prezoso, cacheira, uñas e ata unto e touciño». ¿Y además, bendecida, no? «Bueno, é carne boa da aldea». La vecina asegura que no faltará nunca a la cita de San Lázaro: «Virei. Se morro, xa non».
La lluvia amenaza y los últimos lotes son alzados por Mosquera. Un peteiro precioso, pero con signos de amputación, se yergue hacia el cielo. «Cortáronlle o mellor», enjuicia un señor de cierta edad, como sacado de una viñeta de Castelao. No es la única pieza mutilada que surge a los ojos de la concurrencia. Una cachola enseña sin rubor una rara oquedad: «Jodéronlle a orella, leváronlle o mellor», protesta airado un espectador.
Las nubes surgen cada vez más amenazantes y la tregua se acaba cuando el penúltimo lote llega a escena. «Este ano foi peor que outros», lamenta Carlos López, que lleva más de veinte años como coprotagonista de la subasta. «Baixa a xente e o producto vai a menos», arguye. Y enseguida encuentra un posible culpable: «Ó mellor baixou polas eleccións». Su compañero subastador, Mosquera, sentencia: «Eu acabo este ano». No quiere que el público conozca las razones. Si deja el oficio, su última subasta habría sido una cacheira, rematada en diez euros. La puja es tradición y no muere, dicen. Pero un señor pone un resignado colofón: «Na aldea xa quedan poucos porcos».