Pablo Ojeda y su lucha contra la ludopatía: «Malvendí mi coche por 800 euros, le robé a mi padre y se me pasó por la cabeza vender un riñón para seguir jugando»

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Ahora todo le va bien y disfruta del reconocimiento profesional como nutricionista. Pero quiere dar luz a las personas que lo necesitan: «En los casinos hay cazadores de ludópatas»

01 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Pablo Ojeda es un conocido nutricionista, pero también un superviviente, un hombre que se ha visto caer, que ha navegado en las aguas de la destrucción, pero que ha sabido levantarse y decir alto y claro que se puede salir de una adicción tan grave como es la ludopatía. Así de fácil y de complicado a la vez, porque él sabe que el demonio del juego siempre estará presente en su vida, latente, aunque se siente fuerte para combatirlo y mantenerlo a raya. «Estuve jugando diez años aproximadamente. Pero ahora me encuentro perfectamente. Es muy difícil de explicar. Es como si fuera otra persona. Y ahora he decidido contarlo todo en el libro —Cuando me alimenté del juego—, porque me siento en una situación entre comillas de poder», dice. «He cumplido mis objetivos, he llegado a un buen estatus social y creo que contarlo ya no me perjudica. También lo hago por terapia. Porque me viene muy bien seguir conectado y hablando sobre esto. No me puedo olvidar de lo que soy realmente. Y si lo hubiera contado cuando estaba luchando por salir, me hubiera perjudicado. Porque el tema del alcohol y las drogas está normalizado. Veo que muchos artistas lo dicen y son todos muy valientes, pero del juego, nunca. Sigue siendo tabú», cuenta.

«Empecé a jugar porque tenía una vida un poco vacía en ese momento. No tenía pareja, vivía con mis padres, trabajaba, tenía mi dinero y no tenía ningún tipo de gasto. Y yo, el tema de los impulsos y la compulsividad, la arrastro desde niño. Ya tuve problemas con la comida y la alimentación. Nunca lo trabajé bien. Siempre necesitaba algo para sentirme bien. Lo que pasa es que estaba callado», indica.

«Un día montaron un salón de juegos debajo de mi casa y entré porque me habían dicho que tenía la cerveza muy barata. Tenía 24 años y me tomé una cerveza. Vi el ambiente, había gente jugando... Y me tomé la segunda cerveza... Llevaba algo de dinero suelto encima y me dije: ‘Voy a echarle a la maquinita a ver qué es esto’. Como curiosidad. Pero me tocaron 80 euros. Y no es tanto engancharte en ese momento, sino que vuelves a casa con una sensación tan agradable que la buscas otra vez. Me había tomado dos cervezas, que me habían costado baratitas, y volví a casa con 80 euros en el bolsillo. ¡Joder, qué bien!. Y otra vez vuelves, y poquito a poco te vas enganchando, sobre todo las personas que tenemos sensibilidad a la adicción», explica el nutricionista.

Y así estuvo jugando y gastando hasta que se dio cuenta de que la mentira formaba parte de su día a día: «Me costó más dejar de mentir que dejar de jugar. Se había convertido en mi rutina habitual. Porque para conseguir dinero tienes que formar una vida de mentira. Llegó un momento en el que me preguntaban adónde había ido y decía que a Carrefour, cuando a lo mejor había estado en el mercado. No había hecho nada, pero era como automático. Por eso ahora no me permito mentir. Es algo que aprendes en rehabilitación, que no decir toda la verdad, también es mentir. Entonces, intento no decir ni siquiera una mentira piadosa».

Pablo reconoce haber hecho auténticas barbaridades para poder seguir jugando: «En el momento que las hacía me parecían buenas opciones. Hay que ponerse en la mente de una persona con adicción, en la que su única obsesión es conseguir dinero para calmar su necesidad de dopamina, de estímulo». «Entonces, se te ocurren cosas que para otra persona o que para mí en la actualidad son barbaridades, como que malvendí mi coche por 800 euros, le robé a mi padre e incluso se me pasó por la cabeza vender un riñón. Lo pienso ahora y es muy desagradable revivirlo, pero entonces, pensaba que se podía vivir con solo un riñón, me pagaban mucho dinero, cubría mis deudas y encima me quedaba con un poco para mí. Fíjate hasta dónde puede llegar ese pensamiento. Eso indica lo enfermo que estás», añade.

Tuvo que confesar

Lo vivió todo tan escondido que su entorno solo fue consciente de su situación cuando lo confesó. «Yo le robé a mi padre y me fui de casa. Y estuve varios años fuera de casa, sin mucho trato con ellos. Y ellos no sabían de mi vida. Pero al final hubo un suceso que destapó todo. Yo le quité el coche a mi padre y la policía tomó cartas en el asunto. Me vinieron a buscar y tuve que confesar lo que me sucedía. Fue lo mejor que me pasó, que me pillaran», cuenta. Durante estos diez años de infierno, Pablo relata que también tuvo varios intentos de suicidio: «No ves la salida. Cuando en tu cabeza entra la idea del suicidio de una manera real, planificada, con una niña pequeña que tenía yo en ese momento, ves que quizás es la mejor solución para todos y para ti». Porque durante la época en la que jugaba conoció a su primera mujer: «Y tuve una niña maravillosa. Carlota, la mayor, que lo único que le doy es gracias a Dios por haberme rehabilitado cuando ella era pequeña y que no se haya enterado de nada. Y después, en rehabilitación, tuve a la segunda, mi hija Paula, que cumple ahora 9 años».

«Una de las cosas que aprendes en rehabilitación es a asumir las consecuencias de tus acciones. Entonces, comprendo a día de hoy que haya gente que no me quiera volver a hablar, porque en un determinado momento le hice daño. Sin querer, pero hice daño. Y esa es una de las cosas de las que quizás más me arrepiento. Haber hecho daño a personas sin haber sido plenamente consciente», dice. Pero también reconoce que recibió muchísima ayuda de su familia: «Rehabilitarse del juego es muy difícil. De cualquier adicción. Las estadísticas son demoledoras. Pero en mi caso coincidió que tenía una buena familia que nunca me echó nada en cara y miramos siempre hacia adelante. Ellos también están bien a nivel económico y pudimos cubrir las deudas que tenía. Mi exmujer siguió a mi lado. Y yo todos los días tenía terapia, aparte de mi rehabilitación normal. Era consciente de que quería recuperarme y seguí todo al dedillo».

No sabría decir cuánto dinero se fundió en el juego, pero cree que «más de 200.000 euros, tranquilamente»: «Llegué a falsificar nóminas para que me dieran un crédito. Eso es lo mínimo. Pero, afortunadamente, nunca me llegué a meter con prestamistas. Eso sería mi mayor autodestrucción. Pero sí empeñé el reloj que me regaló mi madre para mi boda para poder pagar las fotos del álbum, por ejemplo. Y esas son heridas sentimentales que duelen». Y reconoce que hay un submundo dentro de los casinos: «Allí hay muchos intereses, mucha desesperación y mucha vulnerabilidad. En los casinos te sirven copas si estás jugando un poco de dinero y sales un poquito perjudicado de allí. Puedes salir con los bolsillos llenos, pero siempre sales con el alma vacía. Y hay personas que te ven la cara de desesperación y se te acercan y te dicen si quieres dinero. Yo vendí mi coche a las puertas de un casino. Y me volví para adentro con los 800 euros de mi Peugeot 607, que era un muy buen coche. Estaba desesperado y lo vendí. El mismo que me lo compró, fue el que me ofreció lo del riñón. Y por mi cabeza se pasó esa idea. En los casinos hay cazadores de ludópatas. Los que quieras».

Ahora Pablo sigue yendo todas las semanas a su psicóloga. Tiene una empresa que le va bien y reconoce que las cosas han vuelto a ir por el buen camino: «La vida me va bien, pero sigo siendo recto. Yo no me emborracho, no llevo dinero en efectivo y mi mujer está autorizada en todas mis cuentas. Soy ludópata rehabilitado y no tengo problemas, pero la adición está ahí. Y creo que es importante que los que hemos recibido luz, también demos luz ahora a los que lo necesitan. Por eso lo cuento. Lo egoísta hubiese sido no hacerlo».