Blanca, de parar su vida para cuidar a su padre a reinventarse con 28 años: «Él murió el 4 de octubre y yo empecé el máster el día 20»
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Lo dejó todo por cuidarle, como tantos familiares de enfermos de cáncer que se encuentran de un día para otro con serias dificultades para recuperarse, reorientar su camino y encontrar trabajo. Una beca salvó a Blanca: «Mi padre se fue orgulloso de mí»
23 sep 2024 . Actualizado a las 14:20 h.A sus 28 años, Blanca Prego Fuentes ya sabe lo que es perder a su padre en tan solo un año víctima de un cáncer veloz y devastador. También lo que significa ser cuidador de un paciente con una enfermedad de estas características: miedo, dolor y parálisis. Blanca lo frenó todo, como tantas personas que viven el cáncer desde el sillón del acompañante, haciendo a la vez de enfermeros, guardianes y psicólogos. El verbo cuidar es tristemente antónimo de conciliar en un ritmo de vida que no perdona ni a la muerte.
Blanca se ha enfrentado a la de su padre sin tiempo prácticamente de hacerse a la idea. Cuenta que en noviembre del 2022 le empezó a doler mucho la espalda. «Era una persona que hacía mucho deporte, entonces pensamos que sería una hernia o una lesión en el gimnasio». Pero ese dolor no pasaba y en febrero del 2023 le diagnosticaron un sarcoma en las vértebras que justamente le cubría la aorta, por lo que resultaba imposible de operar. Inició una agresiva quimioterapia que terminó en junio, dejándolo muy deteriorado. «Casi no podía caminar y estaba en silla de ruedas». Estaba tan débil que le dieron el verano de descanso para recuperarse y poder probar otra quimioterapia experimental unos meses después, pero no pudo ser. «Empezó a ponerse peor y a tener hemorragias internas, y en octubre murió». Se fue con 64 años y el orgullo de saber que su enfermedad, al menos, había servido para que Blanca abriese un nuevo capítulo en su vida.
El cáncer de su padre hizo que ella dejase Madrid, la ciudad en la que vivía. También la profesión para la que había estudiado. «Acababa de graduarme, de terminar la diplomatura de Arte Dramático, y trabajaba de ello», señala. Pero con el diagnóstico volvió a su casa de A Coruña junto a su madre y su hermano, y los tres empezaron a turnarse para cuidarle. «Al principio fue un shock. Me vine para Galicia y decidí hacer un parón en mi vida laboral y estar con mi familia», señala la joven, que muy pronto se vio asumiendo cosas que jamás había visualizado y para las que uno nunca está preparado, pero menos tan pronto: «Los cuidados eran, literalmente, cien por cien. Bañarlo, darle de comer todo el rato, estar pendiente de la medicación, cambiarle el pañal, limpiar los vómitos… O sea, era un cuidado intensivo. Mi madre pasaba más tiempo con él, pero nos turnábamos los tres».
FINGIR QUE TODO ESTÁ BIEN
Blanca nunca se imaginó que podía pasarle algo así. Sin querer y en la vida real, se vio obligada a representar el papel más duro de su vida: «Pensaba lo típico, que tocaría quizás cuando mis padres fuesen ancianos, pero no así tan pronto. Además, mi padre vivió un cáncer muy duro, gritaba de dolor. Para él que lo tocásemos era casi una tortura, pero dependía para todo de nosotros. Ver cómo esa figura tan dura se volvía tan frágil, impacta. Pero hay que tener la valentía y la fuerza de ser firme delante de él. Es muy difícil, pero hay que fingir que todo está bien».
Otra de las consecuencias indirectas que derivan del cáncer es, sin duda, la económica. El padre de Blanca era autónomo, como su madre, por lo que partieron de un sueldo menos en casa. Además, tuvieron que asumir el coste de medicamentos que no son baratos. «Por ayudar en casa y mantenerme a mí misma, empecé a trabajar en una tienda a media jornada», dice la joven, que pasó de iniciar una carrera como actriz en Madrid a vivir con su familia y trabajar de dependienta.
Tras la muerte de su padre, continuó en el comercio y recuperándose de un duelo infernal. «Y también estuve pensando qué hacer. Se me rompe todo, y me doy cuenta de que no quiero seguir por el mismo camino. Mis prioridades cambian y me puse a buscar cosas para reinventarme, ya desde antes de que muriese». Como ya tenía conocimientos sobre la comunicación audiovisual, pensó que el márketing de contenido podría ser una buena salida. Y en esa búsqueda, se topó con el máster en márketing digital y social media de European Business Factory (EBF). «Fui a hablar con la directora, pero pensando en informarme para más adelante, y le conté un poco mi idea y mi situación. Ahí entra la Fundación Naru. Ellos me ayudaron con una beca y me motivaron. Acababa de morir mi padre, me sentía incapaz de hacer nada, y ellos aparecieron en mi vida y me dijeron: ‘Venga, tú puedes’».
Empezó el máster en las peores circunstancias posibles. «Mi padre murió el día 4 de octubre del 2023 y yo el máster lo empecé el día 20». A pesar de la dureza del momento que estaba atravesando, consiguió terminarlo con éxito y hacer las prácticas en una empresa en la que está «supercontenta, aprendiendo mucho y trabajando de lo que me gusta. Y, lo más importante, me veo encaminada». Blanca insiste en que Naru es capaz de ver más allá de la situación del propio paciente. Alrededor de él hay una familia que se detiene en seco, cuidadores que se ven obligados a aparcar su vida, también la profesional. Precisamente, el próximo 25 de septiembre de 10 a 14 horas tendrá lugar la feria de empleo impulsada por la asociación, Working Hell, en el edificio de ExpoCoruña, para acceder a entrevistas de trabajo con una treintena de grandes compañías gallegas en puestos relacionados con los sectores de márketing comercial, negocios, márketing digital o recursos humanos. Hay oportunidades para todos los perfiles y edades, y la entrada es libre y puede reservarse en la web, https:/?/workinghell2024.eventbrite.es.
«Con esto te das cuenta de lo que es la vida de verdad, y valoras otras cosas. Valoras más el tiempo, a tu familia, y también aprendes lo que es pasar un duelo muy difícil, porque nunca te preparan para ello. De hecho, ni en los colegios en ningún lado te hablan de ‘oye, mira qué pasa cuando un padre se muere’. Blanca necesitó ir a un psicólogo para poder procesarlo y gestionarlo. La terapia, la familia, los amigos y el trabajo la ayudaron a salir del pozo. Y la Fundación Naru. «Estoy superagradecida, porque al final fueron ellos los que me metieron ahí y me dieron esta oportunidad, y sobre todo me brindaron la mano para seguir. Porque cuando te pasa algo así, es muy difícil seguir».
CAMBIO DE PRIORIDADES
A Blanca no dejó de gustarle la interpretación, pero la enfoca más como un hobby que como una forma de vida. «Es un trabajo muy sacrificado, en el que hoy estás en Galicia, mañana en Madrid y pasado en Valencia. Es decir, que no tienes algo fijo y dependes de lo que te surja. Y yo, después de lo que me pasó, necesitaba estabilidad. Necesito estar cerca de mi familia, tener un horario, una rutina y, sobre todo, un sitio al que volver». Nota además que se ha vuelto más selectiva con su tiempo y las personas con las que lo comparte. «También será que estoy viviendo un duelo y me apetece estar con la gente que quiero», añade.
Su resiliencia es un activo para la empresa en la que trabaja, y así se lo hacen saber con frecuencia. «Muchas veces me dicen que soy fuerte, y me viene bien, porque no soy muy consciente. Fui mucho en automático para sobrevivir», dice Blanca, que asegura que no hubiese llegado hasta aquí, si no fuese por su padre. «El 1 de octubre él ya estaba en las últimas, pero estaba consciente. Yo le llamé y le dije: ‘Papá, que me han dado una beca y puedo hacer un máster de márketing digital’. Y me dijo que estaba orgulloso. Dentro del dolor tremendo que vivimos, por lo menos pude sentir ‘bueno, pues le di una alegría’. De hecho, me dijo: ‘Pues si todo este mal hizo que por lo menos tú puedas seguir adelante…’. Porque hacía mucho hincapié en que teníamos que seguir estudiando y encontrar nuestro camino. Poder darle esa alegría y sentir que se fue orgulloso fue muy bonito. Sé que está conmigo de alguna forma, que tengo la suerte de tenerle ahí».