«¡No seas boomer!». Era fácil pronosticar que en algún momento nuestra calificación generacional iba a ser utilizada como un insulto, pero tras escucharlo por vez primera de la boca de una millennial intentas rectificar un respingo de irritación que, por la pinta que tiene, es justo el pegamento que vincula a unos grupos humanos para diferenciarlos (o enfrentarlos) de los otros. El «no seas boomer» se lo arrojó mi millennial a otra para afearle su manejo perezoso del teléfono como artefacto desde el que se organiza la vida. Aquí se trataba de comprobar a qué hora llegaba a la parada un bus urbano, pero bien se veía que en la torpeza tecnológica de la amiga habitaba una tara inaceptable para las de su casta temporal.
Nuestro equivalente a ese terror a parecer alguien nacido en la edad media de la tecnología era un «no seas carca», lo que constata que la brecha generacional es ineludible, por mucho que ahora intercambiemos camisetas con nuestras hijas. Porque las hechuras de boomer nos asoman en cuanto metemos el pin en el celular y empezamos a usar el WhatsApp, un auténtico detector de ancianidad. La cuestión es que, al parecer, hay una serie de reglas de uso prohibidas que se nos pasan por debajo del radar. La primera, esta sí la habrán fichado, es la aversión a la llamada telefónica, convertida por los juveniles en el acto más violento al que pueden verse sometidos. Cuando no les queda más remedio que sucumbir al tantán de los decrépitos de la tribu responderán con lánguidos monosílabos que no tienen por qué denotar fastidio, sino pureza generacional. El último descubrimiento de los antropólogos del whats es la crisis severa de algunos emoticonos que los rapaces jamás usan, empezando por la cara que llora de risa, que ya en el 2021 fue enviada al zurrón de lo viejuno y sustituido por una de esas siglas o expresiones que significan una cosa aunque parezca otra: LOL. Junto al LOL están el PEC, el BRO, el viajado obvio y el ubicuo random, que un zeta te puede colar cada cuatro palabras para definir una cosa y su contraria.
Pero ojito, que aquí sale el orgullo boomer para rescatar los apuntes de COU y comprobar que el asunto de las abreviaturas ya nos ocupaba mucho antes de ese LOL tan inescrutable. Acaso, ¿cómo escribíamos las palabras acabadas en mente? ¿Y el verbo incrementar? Nuestros padres tampoco lo entendían.