Antes fueron ferretería, caja de ahorros, herrería, farmacia o curtidoría. Hoy son restaurante, pulpería, tapería o pub. Pero todos ellos mantienen con orgullo algo (o mucho) de la huella de su pasado
05 feb 2024 . Actualizado a las 11:06 h.Querámoslo o no, el pasado nos define e incluso, en buena medida, es quien ha construido lo que somos. No falta, aun así, el que se empeña en renegar de él, con el burdo propósito —casi siempre en vano— de sortear remotos fantasmas. No es, desde luego, el caso de estos cinco locales. Todos ellos tuvieron una vida pretérita —en algunos casos incluso más de una— que ahora no solo asoma y luce en su nuevo estatus, sino que se reivindica con orgullo.
A nadie que entre, por ejemplo, en el compostelano bodegón Casas Chico se le puede escapar que allí, en otro tiempo, hubo una ferretería. El elemento más llamativo del local es una fenomenal estantería de madera que cubre toda la pared que hay frente a la barra y que conserva los típicos cajoncitos y las múltiples repisas tan propias de las ferreterías de antes. También se conserva el mostrador original, hoy integrado en la barra, el almacén y la vetusta oficina, hoy reconvertida en un coqueto minicomedor. Para completar el cuidado del atrezo, hasta el personal luce un mandil que recuerda al de los tenderos de antaño.
De haber sido capaz de conservar e integrar todos esos icónicos elementos en su propuesta hostelera se muestra especialmente satisfecho Alfonso Moldes, quien en el 2019 decidió darle una nueva vida a un local que había sido ferretería desde 1868 hasta 2018.
Hoy Casas Chico, que incluso mantiene el nombre del antiguo negocio, ejerce principalmente como pulpería. «La pota está junto a la barra, a la vista de todos, y en ella cocemos el pulpo todos los días, por la mañana y por la noche». De hecho, y fiel a la esencia de las antiguas pulperías, Casas Chico cuenta como elemento central de su comedor con una mesa corrida con capacidad para 42 personas. Hay además tres mesas habilitadas en barriles, otra para seis comensales en lo que fue la antigua oficina y dos pequeñas terrazas. Además del pulpo, también sobresalen la carne ao caldeiro y los risotos y arroces. «Es una cocina sencilla, basada en un producto de calidad excelente», explica su propietario. El local abre desde las 12.30 horas hasta la medianoche. A partir de Semana Santa, la cocina está activa ininterrumpidamente durante ese horario.
DE BANCO A TAPERÍA
De ser testigo durante muchos años de la gestión de créditos y ahorros, las paredes de A Caixa han pasado a testimoniar las bondades —que no son pocas— de la cocina de Paula Pais.
A Caixa, y su nombre ya es una reveladora pista, ocupa lo que en su día fue la sucursal en Bamio (Vilagarcía) de Caixanova. De aquella etapa conserva las puertas con los logos de la entidad grabados en los cristales, los techos, parte del mostrador —que hoy se utiliza como barra— y, sobre todo, la caja fuerte. Una robusta y rotunda caja fuerte que hoy luce como llamativo elemento decorativo en el comedor principal.
Cuando en el 2022 Paula Pais se hizo cargo de la gestión de A Caixa lo hizo con la intención de ofrecer un lugar acogedor en el que disfrutar de una comida sencilla, pero con un punto de originalidad y, sobre todo, «hecha con buen producto y preparada al momento». Y a fe que lo ha conseguido.
A ese carácter acogedor contribuye, y mucho, la decoración del local, salpicada aquí y allá con piezas de estilos dispares, pero que denotan su buen gusto. Hasta el punto de que el comedor principal no parece tal, sino que semeja un conjunto de entrañables rincones en los que disfrutar de una buena mesa. Además del comedor central, A Caixa cuenta en su planta inferior con un reservado con capacidad para 40 personas, que dispone incluso de su propia barra. La oferta de espacios se completa durante el verano con una terraza anexa a la casa.
La propuesta gastronómica cuenta con varios platos que le aportan originalidad, como la tortilla de calamares en su tinta o la tortilla de bacalao. «Que nada tiene que ver con la que se come en Portugal», matiza la propietaria. Portuguesa de origen, Paula le hace un guiño a su país con un bacalao frito acompañado de patatas panadera y una exquisita y exclusiva salsa de elaboración propia.
Otros platos sobresalientes de su carta son el pulpo a la plancha sobre crema de patatas, el codillo al horno o la tarta de queso estilo A Viña.
COMER EN EL ASERRADERO
Un típico bosque de ribera, a orillas del río Chamoso, envuelve el conjunto etnográfico del Mazo de Santa Comba, formado por un molino, un mazo, un aserradero y la moa de afiar. Construidas en 1902, las instalaciones originales estuvieron en servicio hasta 1960. En el año 2000, el antiguo aserradero fue reconvertido en restaurante. En él trabajó desde sus inicios Enrique Reigosa, quien en el 2022 se hizo cargo del negocio tras la jubilación de su primer propietario.
Como no podía ser de otro modo, el restaurante conserva varios elementos que delatan su función primigenia. El más llamativo, la antigua sierra. Las instalaciones del restaurante cuentan con dos comedores, cuyos ventanales se abren al bosque y al río, una terraza cubierta y una zona de paseo.
Explica Enrique Reigosa que los fundamentos de su propuesta culinaria son los de la «cocina tradicional, con producto de aquí y siempre fresco». A quienes hasta el Mazo de Santa Comba se acerquen —ubicado en la carretera Lugo-Monforte, apenas a 15 minutos de la ciudad— Enrique les recomienda que no dejen de probar la empanada casera de zamburiñas, el pollo campero guisado, las anguilas de Portomarín o la chuleta o el entrecot de vaca o de ternera gallega. Y también, que dejen un lugar para los postres, en cuya oferta pueden encontrar cañas de crema, tarta de queso y de tres chocolates, flan casero de café o de huevo, mousse de limón o natillas, entre otros.
El disfrute de estos platos y de la visita o el paseo por el exuberante entorno escenifican como en poco lugares la feliz convivencia entre pasado y presente, entre el ser humano con sus creaciones y la propia e indómita naturaleza.
DE FARMACIA A CLUB
De alguna manera, sanar, si no el cuerpo, sí por lo menos el espíritu, sigue siendo la función que cumple La Botica, la coctelería club que Xaime da Pena, Adrián Feijóo, David de la Fuente y Javi Rosales inauguraron en diciembre del 2023 en la coruñesa calle Real.
Como su propio nombre delata, el local en cuestión fue en tiempos pasados una farmacia. Y de ella aún se conservan algunos elementos. El más simbólico está en la fachada, en cuya parte superior se mantiene el rótulo original en el que puede leerse «Farmacia Europea López Abente». También en el interior, detrás de la barra, se han respetado las formas tan características de las estanterías farmacéuticas que albergaban el botamen. Todo ello, en armonía con una moderna decoración y combinada con una cuidada iluminación, proporciona un ambiente con personalidad al tiempo que confortable.
Aunque tiene poco más de un mes de exitosa vida, La Botica ya está redefiniendo su propuesta. «Nacimos como un local de fiesta, especialmente por las noches, y ahora queremos orientarlo más hacia la coctelería, hacia la copa tranquila, más hacia un club de ambiente exquisito», expone Xaime da Pena. Además del club, La Botica cuenta en su primera planta con un reservado con capacidad para unas 70 personas, ideal para la celebración de fiestas y eventos privados, ya que incluso se ofrece en él el servicio de cátering.
A mayores, desde esta misma semana, añade a su oferta habitual una propuesta de afterwork los jueves a partir de las siete de la tarde. «Es algo que en A Coruña se ha perdido. Nosotros vamos a recuperarlo y, además, cada semana, con una sorpresa diferente». Y es que como, entre bromas, apunta Xaime da Pena, «para muchas personas somos la excusa perfecta. Cuando salen de casa les dicen a sus parejas `voy a la farmacia’. Y no mienten».
LA ANTIGUA CURTIDURÍA
Hace más de dos siglos, la familia Nogueiras fundó en Allariz, literalmente a orillas del río Arnoia, una curtiduría. En su edificación central, hoy convertida en museo, se conservan las pilas donde se lavaba y teñía el cuero, así como una buena muestra de las herramientas empleadas en el oficio y la réplica de un taller artesano. La casona anexa al actual museo, que igualmente formaba parte de la curtiduría, acoge desde 1995 el restaurante Portovello.
Aunque el conjunto fue restaurado en los años 90 por el arquitecto César Portela, el restaurante sigue manteniendo vivas algunas huellas que testimonian su actividad original. A la vista están aún, por ejemplo, algunos de los lavaderos del cuero o el propio suelo de piedra, construido en un plano inclinado para que los líquidos corriesen por su superficie.
El Portovello abrió sus puertas en 1995 de la mano de Ángel Rodríguez, quien ahora comparte su gestión con su hijo, también de nombre Ángel. «Mi formación es autodidacta, fruto de muchos años de trabajo en la hostelería en Suiza. Mi hijo, no. Mi hijo estudió en el Centro Superior de Hostelería, en Santiago», dice.
De la confluencia de esas dos experiencias y de esas dos maneras de entender la cocina nace una propuesta que toma como punto de referencia la tradición gallega, pero a la que se le añade un punto de creatividad y una pequeña dosis de cocina internacional.
Entre las especialidades del Portovello destacan el bacalao al estilo Oporto, el cordero asado y las carnes rojas de Bandeira. El restaurante cuenta con dos comedores y dos privilegiadas terrazas, una de ellas en el patio interior de la curtidoría y la otra a pie de río.