Felices por Constitución

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

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ISTOCK

27 mar 2023 . Actualizado a las 10:19 h.

Desde el año 1938, la Universidad de Harvard mantiene vivo un estudio para averiguar qué es lo que hace feliz al ser humano. Más de ochenta años de observación ininterrumpida que convierte este estudio sobre el desarrollo en adultos en una de las obras humanas más constantes y fascinantes del último siglo. Un trabajo faraónico que, sin embargo, ha llegado a una conclusión previsible: el bienestar de las personas se sustenta en las buenas relaciones con los demás. La conclusión de semejante trabajo tiene algo de decepcionante; cualquiera podría haber deducido que la dicha individual se soporta en el contacto con los demás y que una cena en buena compañía es la mejor inyección de salud a la que se puede aspirar.

Se viene haciendo mofa de Yolanda Díaz por haber apelado al derecho a la felicidad que tenemos los ciudadanos, en esa acusación de izquierdita woke con la que se cuestiona al Gobierno para señalar que anda lejos del teatro para chapotear en las musas.

MÁS INFLACIÓN, MENOS FELICIDAD

Lo cierto es que han sido muchos los académicos que en las últimas décadas han expurgado el concepto de felicidad desde la economía para tratar de determinar qué situaciones erosionan la alegría colectiva, una información que bien analizada y aplicada puede ser un manual de uso para los gobernantes comprometidos. Se sabe, por ejemplo, que la gente con trabajo es más feliz que la desempleada, pero entre los primeros confiesan sentirse mejor quienes trabajan por cuenta propia, a pesar del clamor general contra los costes de ser autónomo. Son más felices las personas con estudios; los casados que los solteros; las personas con hijos y las mujeres que los hombres. La edad parece ser también un factor importante, ya que se vive más satisfecho a partir de los 30, lo que contradice esa envidia social a la juventud extrema que parece no compartirse mientras se vive en ella. Una de las situaciones económicas que más perturbación general produce es la inflación por su capacidad de afectar a múltiples decisiones personales y por la inquietud ante el futuro que introduce. Así que, por este asunto al menos, parece lógico que hoy seamos un poco más infelices que hace una década, cuando el coste de la vida se mantenía en apariencia estable.

Los que consideran que la aspiración gubernamental a la felicidad es una ñoñería podrían recordar que el artículo 13 de la Constitución de Cádiz establecía: «El objeto del Gobierno es la felicidad de la nación».