La boda de Rosa

Fernanda Tabarés DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

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11 jun 2022 . Actualizado a las 09:26 h.

La protagonista de La boda de Rosa merecería tener una vida mejor. Es esencialmente buena pero esa característica no le ha permitido ser feliz. Su disposición natural a complacer a todo el mundo la ha convertido en un ser invisible cuyas tristezas rebotan en el oportunismo de los demás, vampiros emocionales que la han llevado al borde del abismo. Icíar Bollaín traza el perfil de Rosa en la película protaganizada por Candela Peña hasta darle una salida simbólica que la convierte en una mujer nueva: casarse con ella misma. La boda de Rosa reivindica el autocuidado femenino y mete el dedo en las costras que tantas veces exhibe nuestra autoestima, instruidas durante generaciones en aceptar que siempre hay alguien por delante de una mujer. Cómo no reconocer a nuestras madres en aquellas escenas domésticas en las que los maridos y las crías comían o dormían o jugaban o descansaban mientras ellas organizaban el mundo en jornadas de trabajo de veinticuatro horas.

Icíar Bollaín filmó la película en septiembre del 19 tras encontrar referencias a las autobodas en Japón. La propuesta partía de un supuesto extravagante, pero el pulso de Bollaín, el tono de la película y el carisma escénico de Peña convirtieron el experimento en una buena historia y una excusa para reflexionar sobre la relación que tenemos con nosotras mismas y con la vida que llevamos. Estos días, la historia de Rosa se encarnó en Carmen Blanco, una vecina de Oia que la semana pasada se daba el sí quiero a sí misma delante de 130 invitados y con una fidelidad exquisita a las bodas clásicas, según información de Mónica Torres.

Antes que Blanco, esta manifestación de onanismo nupcial convenció a otras personas en el mundo occidental, casi todas mujeres. La película de Icíar Bollaín convierte la ceremonia de Rosa en un rito de paso hacia una forma diferente de estar en el mundo. Así que nada que decir. Aunque es inevitable un respingo.