Iago González, 26 años: «Cuando me diagnosticaron TDAH fue una alegría»

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MARCOS MÍGUEZ

De niño era un culo inquieto, le costaba estudiar, y los profesores lo echaban de clase porque les molestaba. No era un chico rebelde, sino que tenía un problema al que años más tarde le pondría nombre y solución. El diagnóstico supuso un giro radical en su vida. Hoy es un empresario de éxito

16 may 2022 . Actualizado a las 16:37 h.

Iago es el mayor de cuatro hermanos. Desde muy pequeño ya era un niño movido, hiperactivo, «un terremoto». Esa inquietud le trajo algún que otro problema en el colegio. Le llamaban de todo, desde «liante» a «tocahuevos». Le costaba mucho concentrarse, sobre todo en asignaturas como inglés, donde había que prestar más atención; no era raro que lo echaran de clase, en esos ratos, confiesa, llegó a dejar impolutos los zapatos, «tenían unas gomitas antideslizantes y les quité todo el excedente, los dejé nuevos»; y sentarse a estudiar o hacer los deberes era toda una odisea. Los profesores se quejaban de que «les molestaba». Hasta que con 9 años su pediatra, que era amigo de sus padres, y por tanto, lo conocía también fuera de la consulta, empezó a intuir lo que le podía pasar y lo derivó al neuropediatra compostelano Jesús Eirís, que no tardó mucho en dar con un diagnóstico: Trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH). «Uff, para mí fue una alegría», confiesa Iago, que a día de hoy dirige Demadi, una consultora digital. «Me dieron una medicación y mi vida cambió por completo —señala—. Fue un giro de 180 grados en todos los aspectos, tanto en casa como en el cole. Dejaba todo desordenado, cuando empezaba algo nunca lo acababa, y gracias a este diagnóstico, conseguí acabar la ESO, bachillerato y una carrera». Lejos de ser un problema, sus padres se lo tomaron como un alivio. Iago insiste en que un diagnóstico a tiempo es clave para tener «una vida normal como el resto de personas». Señala que el suyo llegó por la vía privada, gracias a que sus padres pudieron pagarle una consulta, y que de no ser así «podría haber tardado uno o dos años en saber qué tenía». «Yo tengo amigos que no han acabado ni la ESO ni bachillerato por no estar medicados, hay mucho fracaso escolar detrás», asegura este joven coruñés. 

Aunque contaba con clases particulares que le servían de apoyo, consiguió sacar adelante los estudios sin problema. Se decantó por ADE internacional porque «una ingeniería supondría bastante más concentración», y a día de hoy, dirige una empresa que tiene siete personas en plantilla. «Para trabajar conmigo hay que saber entenderme, igual llego y digo: ‘Chicos hay que hacer esto’, y no hemos acabado, y ya estamos pensando en lo siguiente. Pero mi equipo ya lo sabe, incluso hay una persona que me controla, que está ahí pendiente para que complete las tareas y no las deje a medias, porque si tengo que hacer cinco llamadas, puede que a la tercera, si no tengo a nadie detrás, ya esté haciendo otra cosa».

Asegura que la medicación, que tendrá que tomar de por vida, está detrás de la normalidad con la que lleva su vida, sin embargo, no niega que a veces tenga que pisar el freno internamente. «Las personas con TDAH, además de ser hiperactivas, son muy impulsivas». Él se define como alguien muy intenso, que nunca está triste, siempre está pensado en hacer más y que incluso puede llegar a saturar, por ello a la hora de encontrar a alguien con quien compartir su vida necesita que le siga el ritmo. «Yo me levanto muy pronto, tengo mucha energía, y esa vitalidad puede llegar a agotar o a agobiar, esto me ha pasado con alguna pareja», indica. «Hay que saber entender a este tipo de personas y buscar una solución. Hay quien lo consigue solo con terapia y otros que necesitan medicación. Yo creo que me he recorrido todos los psicólogos de A Coruña, y algo te ayuda, pero al final la intensidad la sigues teniendo. Igual un día puedes controlarla, pero al siguiente ya estás descentrado. Lo que más noto son las pastillas, ahora estoy tomando una regulada por sangre, y aunque me olvide un día, no es la misma sensación que tenía antes, que si se me pasaba, no era capaz de entender lo que había escrito», señala este empresario que ha hecho de su enfermedad el lema de su empresa, «Siempre activos». «Tenemos un cliente que es una funeraria y en plena pandemia, como no se podían hacer funerales, decidimos hacerlos en streaming. Siempre estamos innovando gracias a que no paro de darle vueltas a las cosas», asegura. 

SIEMPRE INNOVANDO

Su madre siempre le dice que es una calcomonía de su abuelo, lo que le lleva a pensar que lo que tiene es hereditario. «Mi madre también es muy intensa, no para quieta, y su padre era igual. Dicen que soy como una reencarnación de mi abuelo. Era tan impulsivo en las compras, que cuando se murió no hizo falta comprar papel higiénico en dos años». En esto él también se reconoce. A veces se crea necesidades, y ahora con las redes sociales, los anunciantes saben llegar perfectamente al consumidor, y confiesa que acaba comprando cosas que no necesita. «En la pandemia, cuando se agotaron las mancuernas en todos los lados, a mí no se me ocurrió nada mejor que comprar una máquina multifunción, un centro de pesas enorme con poleas y todo... Yo no les había dicho nada a mis padres, y cuando llegó a casa, alucinaron. Me dijeron: ‘Eso para el jardín’».

Lejos de hacer drama, con su testimonio Iago pretende normalizar su enfermedad. «Tengo TDAH, pero no tengo un problema».