Alejandro Cencerrado, analista del Instituto de la Felicidad de Copenhague: «Ser infeliz es inevitable y necesario»

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El físico Alejandro Cencerrado, autor del ensayo «En defensa de la infelicidad», evaluó a diario su felicidad durante 17 años y es analista big data del Instituto de la Felicidad de Copenhague.
El físico Alejandro Cencerrado, autor del ensayo «En defensa de la infelicidad», evaluó a diario su felicidad durante 17 años y es analista big data del Instituto de la Felicidad de Copenhague. cedida

La felicidad se puede medir. Este físico lleva 17 años haciéndolo, evaluando su felicidad a diario con una nota del 1 al 10. ¿Cuánto influyen el tiempo, tu pareja o tu jefe en tu bienestar? «La felicidad de enamorarse dura unos siete meses», revela

19 abr 2022 . Actualizado a las 16:48 h.

La felicidad es escurridiza, si la piensas se va y en cuanto se ha ido la aprecias. Pero se puede medir, según concluye el estudio científico más largo llevado a cabo sobre la felicidad del día a día. Alejandro Cencerrado (Albacete, 1987), licenciado en Físicas por la Complutense de Madrid, y analista de big data del Instituto de la Felicidad de Copenhague (Dinamarca), ha medido a diario la percepción de su felicidad 17 años, lo que le ha valido para distinguir los factores que más afectan a su bienestar. En defensa de la infelicidad es un ensayo fruto de los más de seis mil días en que ha evaluado su felicidad, que nunca se ha llevado ni un 0 ni un 10. «El día en que comencé tenía 18 años y ahora tengo 34. He entrado y salido de una crisis financiera, he pasado de un Nokia a un smartphone... Hoy puedo volver a esos días y saber lo que sentí el día de mi boda o cuando aquel test de embarazo dio positivo», escribe. Una de las claves de su método es preguntarse cada noche si querría que un día como hoy se repitiera. Este trabajo personal se parece mucho, revela, al que hace en el Instituto de la Felicidad, que tiene como labor averiguar qué hace a unas personas más felices que otras, qué distingue a las sociedades más felices, y orientar a Gobiernos y empresas a implementar con rigor políticas de bienestar. Sus conclusiones pueden ser tan anecdóticas como esenciales. Entre ellas, una crucial: «Nuestra principal fuente de felicidad y de infelicidad es la relación con los demás». Hacer un diario de la felicidad a él le ha valido, entre otras cosas, a modo de filtro para detectar, y tratar de eliminar, las relaciones tóxicas. Las raíces del estrés y la ansiedad, de la pandemia de la salud mental, se revelan en este examen preciso, exigente, que golpea el márketing de la felicidad ultraprocesada y revela las fuentes del malestar: desde el paro o los horarios y el entorno laboral a nuestra relación de pareja. Cencerrado estudia cómo nos afectan la desconfianza hacia los demás, los padres emocionalmente inmaduros, la soledad, una sociedad perfeccionista y estresada o la felicidad del conjunto de la población. Los resultados son dispares entre unos países y otros. Pero «la felicidad nórdica no es solo un cliché», asegura. Interesante el estudio masivo, que recoge el analista, llevado a cabo en 40 países para el que se dejaron perdidas 170.000 carteras en las calles. Es llamativa la diferencia en la devolución de carteras entre España y Dinamarca.

 —¿La felicidad, entonces, se puede medir?

—Sí. La felicidad se puede medir. Si te pregunto si el día ha sido bueno o malo, podrás decírmelo. Si fue malo, me puedes dar una idea de por qué lo fue, e igual ocurre con lo bueno. Todos los días nos levantamos sabiendo si nuestra vida nos gusta o no. Lo que hacemos en el Instituto de la Felicidad, donde trabajo, es aprovechar ese conocimiento que tenemos, que es subjetivo, pero también es claro.

—No tan claro... Si uno no mide su felicidad, no sabe bien si es feliz o no. Y tendemos a edulcorar el pasado.

—Sí. La memoria tergiversa los recuerdos. Y, al final, nuestro cerebro está hecho para sobrevivir, no para ser feliz. Es como cuando estás agobiado y piensas en aquel viaje a Indonesia... y te dices que entonces eras más feliz. Pero la memoria selecciona solo lo que le interesa, antes podías ser más feliz en unos aspectos, en otros no. Cuando me mudé de vuelta de Copenhague aquí [a España], los tres primeros meses era feliz con cualquier cosa, pero ahora me he acostumbrado...

—¿Lo que se tiene no se valora? ¿Uno no es capaz de valorar lo que tiene hasta que lo pierde?

—Sí, pero no podemos (y esto es algo en lo que los libros de autoayuda fallan, creo) decirnos eso de: «Si tienes todo para ser feliz, ¿por qué no te centras en eso?». Nos adaptamos a todo, y esta es una de las piezas clave de las dinámicas de la felicidad. No podemos lamentarnos de no valorar lo que tenemos, porque esto es algo normal.

—La felicidad, adviertes, necesita desacomodos, cambios, sorpresas.

—Sí. Uno de los mejores ejemplos es el que pone el filósofo André Comte, que decía que pensaba: «Un ciego, si lograse ver, sería feliz y, en cambio, yo intento ser feliz a diario por ver y no puedo». Esto es así aplicado a todo en la vida... Es la felicidad por contraste. Valoramos la tranquilidad solo después del estrés.

—¿Qué es ser feliz por contraste? En un ejemplo.

—Creo que se refleja bien en el ejemplo de la salud. Los días en los que valoras estar sano son los que vienen después de una enfermedad. Y esos días te dices: «¿Pero por qué no disfrutaré yo todos los días de estar sano?». Porque no se puede, porque te adaptas, porque es necesario el contraste con la enfermedad. En la pandemia lo sentimos cuando tuvimos que encerrarnos en casa, pensamos que habíamos sido felices sin darnos cuenta.

—¿Cuánto nos influye el clima?

—También es necesario el contraste. Cuando vivía en España, antes de irme a Copenhague, el tiempo nunca aparecía en mi diario como una fuente de felicidad. Sin embargo, cuando me mudé a Copenhague, el sol empezó a aparecer como una fuente enorme de felicidad. En Copenhague es duro el invierno, por eso, en cuanto sale un rayo de sol, ¡ya no necesitas más para ser feliz! En un estudio que hizo Kahneman, premio Nobel, preguntó a la gente que vivía en EE.UU. con poco sol cómo de feliz creía que era la gente que vivía en California; y respondían que más felices que ellos. Sin embargo, los de California ¡eran menos felices! Esto es lo que se llama el focus illusion: cuando te centras en lo bueno que es algo, tiendes a sobrestimar lo bueno que es.

—«Las personas que nos hacen sentir mal raramente nos causan algún bien», adviertes. ¿Quien bien te quiere no es aquel que te hace llorar?

—La relación con los demás es una de la mayores fuentes de felicidad y de infelicidad que hay. Es un tema crucial. Si alguien nos hace mal con esa filosofía de «si no te lo digo yo, no te lo va a decir nadie» son los padres. Los padres tenemos la manía de decir eso...

—O el «te lo digo por tu bien»...

—Y es malísimo. Mejor no decirlo. Gracias a tener un diario, he podido comprobar que eso que me dicen «por mi bien» no me hace ningún bien. O que juntarme con esa pareja de amigos que suelen criticar a otros no me hace sentirme mejor, sino que mina mi autoestima.

—¿Qué hacemos para sobrellevar a esas personas que nos aportan poco?

—Es difícil. Con mi diario, he aprendido a no estancarme en relaciones tóxicas, que me hacían mal. Cuando llevo tiempo con una persona y después de un año no me ha hecho feliz, es el momento de empezar a cortar la relación. Intento alejarme de las personas que no me hacen feliz. Es importante darse cuenta del efecto que otras personas tienen en tu autoestima... Porque, en cuanto te das cuenta, la situación mejora.

—El insomnio afecta a nuestra felicidad, como los horarios laborales.

—Yo hablo de la sociedad estresada. Me puse a analizar con una base de datos de Europa qué diferenciaba a los empleados que habían sufrido ansiedad de los que no; y los horarios laborales son cruciales. España es el peor país de Europa en esto. Tener más trabajo no te hace trabajar más horas; lo que te hace trabajar más es la falta de confianza. La falta de confianza del jefe, la falta de flexibilidad, es lo que afecta a la ansiedad.

—¿Tener mejores horarios te hizo más feliz en Dinamarca?

—Sí... Más que hacerme feliz, saber que mi jefe confiaba en mí aumentó mi autoestima. No tener que estar continuamente demostrándole que estaba trabajando me hizo sentirme digno de su confianza, algo que no había sentido nunca en España.

—¿La infelicidad es necesaria?

—Sí, ser infeliz es inevitable y necesario. Y es un mensaje necesario en una sociedad en la que sentirse infeliz parece que es ser un perdedor. Eso genera problemas. Desde que tuve a mi hijo, hace un año y medio, no soy más feliz. Soy más infeliz, y es algo que la gente tiene problema en reconocer. Que te haga infeliz no significa que lo quieras menos. Pensar que ser infeliz es ser un perdedor nos lleva a no ser sinceros y a sobrellevar las miserias a solas. Pero al final todos tenemos la autoestima baja. Y llevar este problema a solas nos lastra.

—¿La felicidad tiene una parte de esfuerzo, de sacrificio?

—Sí. Un ejemplo de que el sacrificio es importante lo tuve en el Camino de Santiago. El segundo día me destrocé la pierna, porque no estaba acostumbrado a andar. ¡Aún me quedaban siete días para llegar a Santiago! A pesar del sacrificio que hice, nunca había sentido una felicidad tan grande sentándome a comer en un pueblo perdido de Portugal. Otra vez, felicidad por contraste.

—Hoy somos adictos al placer, señalas. ¿El placer no da la felicidad?

—No. No buscamos la felicidad a largo plazo. Cuando te comes una hamburguesa o fumas un cigarrillo, buscas una recompensa momentánea...

—Pero a veces la felicidad es más duradera que otras. Salir de fiesta me da placer inmediato y resaca. En cambio, perder una tarde con una amiga me da un placer duradero, sin resaca ni ansiedad posterior. «Un creciente número de investigaciones muestra que lo menos eficiente para reducir la soledad es tratar de unir a la gente a través de acontecimientos sociales», señalas en el libro. 

—Hay dos tipos de felicidad. La que yo mido, diaria, y otra que es la satisfacción con tu vida; la cognitiva. Cuando medimos qué diferencia a las personas satisfechas con su vida de las que no, vemos que la clave está en la relación con los demás. Cuando vas con una amiga, afianzas un vínculo; ir de fiesta es un placer que desaparece pronto. La fortaleza en la relación con los demás es importante. Lo demás es pasajero.

—¿La felicidad nórdica es un cliché?

—No. Como sociedad lo han hecho bien, han sabido eliminar la bolsa de miseria que tiene España, que con todas nuestras cañas, terrazas y sol no hemos logrado superar el desempleo, la pobreza. Hay que aprender de los nórdicos. A redistribuir la riqueza.

—¿España es un país iluso, que emborracha un poco sus carencias?

—No sé si por nuestro pasado, parece que la liberación se ha vuelto una forma de felicidad. Pero creo que hay que empezar a ver una felicidad un poco más templada, que genera más bienestar a largo plazo.

—¿Los emocionales somos más infelices?

—Yo creo que hay que tener inteligencia emocional. Un ejemplo es comparar el amor adolescente y el amor maduro. Cuando tenía 18 años, me enamoraba y sentía que era el amor de mi vida, primero me ilusionaba y después me llevaba el palo, los picos eran muy altos. Y me afectaba mucho en mis estudios... Creo que hay que ser emocional, porque al final la vida es eso, pero no ser tan emocional como para que eso acabe afectando a tu trabajo.

—¿Cómo sabes si una pareja te hace feliz o infeliz, qué hay que valorar?

—La relación con nuestras parejas es una de las cosas que más afectan a nuestra felicidad. Todos aprendemos sobre el amor de lo que nos contaban nuestros amigos, de las películas... y eso genera la falsa idea de que estar enamorado es ser feliz todo el tiempo. La felicidad dura un tiempo cuando te enamoras, unos siete meses, pero a partir de ahí se estanca, y entonces trae tantos momentos buenos como malos. La cuestión es: ¿Debemos esperar del amor ser felices todo el tiempo? Yo creo que no.