Los goyas son los padres

YES

Rober Solsona | Europa Press

19 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Dos de los discursos de agradecimiento más contundentes de la historia de los Óscar los pronunciaron un director y un actor de los que el público esperaba mucho. En 1968, la Academia de Hollywood intentó compensar su desprecio oficial a Alfred Hitchcock entregándole el premio Irving G. Thalberg, una consolación menor si se tiene en cuenta que los académicos habían considerado que el director no merecía ser premiado por Rebeca, Náufragos, La ventana indiscreta, Recuerda o Psicosis por las que había sido nominado. Unos años antes, en 1953, William Holden subió al escenario a recoger la estatuilla por su interpretación en Traidor en el infierno, de Billy Wilder. Tanto Hitchcock como Holden eligieron las mismas palabras para agradecer el premio. En concreto dos palabras. Thank you.

Parece probable que la brevedad tajante de Hitchcock y Holden decepcionase a quienes los escuchaban. El orador se enfrenta siempre al dilema del tiempo, aunque la experiencia demuestre que vale más por lo que calla que por lo que dice. En realidad, en el lacónico gracias de Hitchcock quedaba resumido todo el fastidio que al director le provocaba el desprecio de la academia, recelosa siempre de la vocación por llenar salas que Hitch solía confesar.

No parece probable que ninguno de los discursos que se pronunciaron el sábado en los Goya pase a la historia. Si acaso el eficaz y preparado de Sacristán, que podría emocionar leyendo la lista de la compra con solo recurrir a ese timbre y a esas pausas. Hubo en el pasado ediciones rumbosas, como la del Prestige, la del no a la guerra, las del no a Almodóvar, la de Rosa María Sardá o la de la canción de Rosalía. Pero la del 22 ha sido una edición sin grandes referencias, a excepción de dos colectivos: el de los padres y el de las madres. Nada más honorable que acordarse de la señora que te parió el día que te enfocan las luces ni más perturbador que comprobar cómo suben al escenario ocho señores dispuestos a hincar la rodilla por sus progenitores con la misma resolución con la que los niños hacen cola para ser acariñados por Melchor. O por Baltasar. Todo lo exagerado se convierte en irrelevante. Qué eficaz es a veces un larguísimo gracias.