Sibila Freijo: «El Satisfyer es pan para hoy y hambre para mañana»

YES

ANGEL MANSO

Lencería fina, yates en el Mediterráneo, jóvenes gigolós, champán francés y clubes de swingers. Todo eso se da cita en «Una casa en Santorini», la última obra de esta escritora de novela erótica. Aspira a que sus lectores se diviertan y, sobre todo, que sueñen

07 oct 2020 . Actualizado a las 16:18 h.

Una mujer enamorada de un gigoló planea fugarse a Santorini con él y empezar una nueva vida. Allí las cosas no son como esperaba y se ve envuelta en un mundo inquietante y desconocido, con una notable carga sexual. Así arranca Una casa en Santorini, el último libro de la coruñesa Sibila Freijo, escritora especializada en la novela romántica y erótica. Quiere abrir la imaginación de los lectores. «La sociedad está poco lujuriosa últimamente -explica-. Entre que no podemos conocer a gente nueva por la pandemia, la sensación de apatía que nos rodea y todos los entretenimientos fáciles que tenemos como las series, el sexo se ha aparcado a un segundo plano. Espero que este tipo de libros animen un poco a la lujuria», se ríe.

-¿Quizá haya que recordar a tus lectores que aquello no estaba nada mal?

-Sí, que vean que estaba bien, era divertido y, además, no costaba dinero [risas]. Antes de la pandemia nos lo pasábamos muy bien con eso.

El sexo es el sexo y si lo cuentas, lo cuentas. Yo cuento sexo real

-¿Te influye el clima actual de corrección política para escribir?

-Sí, yo misma me autocensuro muchas cosas. En temas sexuales es muy fácil caer en el machismo. Simplemente, por educación, aunque no te des cuenta. Hay que tener mucho cuidado. Por ejemplo, en mi otra novela, que hablaba de un gigoló, me preguntaban si estaba a favor de la prostitución. Yo decía que solo era una novela, algo lúdico. Todo molesta y hay que tener mucho cuidado. Con el sexo, con la política, con las cosas del género… Es un momento delicado. Quita libertad. Pero al tiempo, cuando cuentas una escena de sexo, no hay corrección política que valga. El sexo es el sexo y si lo cuentas, lo cuentas. Y lo cuentas como es. Si lo tienes que hacer adornado o tamizado, entonces no lo hagas. Dedícate a otra cosa. Yo cuento un sexo real.

-En tu novela palabras como pene, vagina o pechos no existen. ¿Es necesario el lenguaje explícito?

-A mí me parece que sí. Hay gente que, en lugar de decir «se sacó la polla», dice «liberó su erección». A mí, como mujer del siglo XXI, eso de «liberó su erección» ni me pone, ni me dice nada, ni me llama la atención. Son maneras de escribir. Hay gente a la que le pueden gustar más esos rodeos. Yo prefiero llamar a las cosas por su nombre e intentar reflejar el sexo tal y como creo que es. Opto por ser deslenguada.

-Y directa.

-Claro y lo hago también por nosotras. Se acabó el tiempo de no llamar a las cosas por su nombre. Podemos hablar de sexo. Las conversaciones de sexo deberían ser tan normales como las del tiempo. No tiene por qué ser un tema tabú. Todos lo hacemos y está en nuestras vidas. Pero por muy empoderados que estemos todos, sigue siéndolo.

-¿Novelas como la tuya se siguen leyendo a escondidas?

-Cada vez menos. Pero, eso sí, nadie comenta del sexo. La gente me dice que se rio mucho y que le gustó mucho, pero nadie dice que se puso mogollón. Se lee, se comenta y se pone en las redes sociales. Yo creo que esa cosa vergonzante ya no es tanta. Mira lo que pasó con el Satisfyer, que la gente lo cargaba en las bibliotecas y lo llevaba en los aviones. Ya nadie tiene que avergonzarse.

Las conversaciones de sexo deberían ser tan normales como las del tiempo

-En tu novela una mujer le dice a un «gigoló» que tiene los días contados precisamente por ese juguete sexual.

-¡Qué va! El Satisfyer es pan para hoy y hambre para mañana. Hace mucha gracia al principio, pero después no tanta. Lo que hizo fue poner encima de la mesa una serie de reivindicaciones y necesidades. Las mujeres buscamos nuestro propio placer y tenemos derecho a ello. También a decirles a ellos que hay que ponerse las pilas, que hay un aparato que lo hace en dos minutos. Está muy bien, pero no deja de ser un aparato. Es mucho mejor lo real.

-¿Tu público es mayoritariamente femenino?

-Me leen muchos chicos, porque les gusta tener la visión del sexo femenino. Les da bastante curiosidad saber qué hay en la mente de una mujer. Luego, se ríen mucho. Me dijeron hace poco que con mis libros uno o está empalmado o riéndose. Para mí eso está genial. El humor mezclado con la erótica es perfecto. Le da el contrapunto genial.

-¿Buscas cuando escribes que la gente se excite al leerte?

-Sobre todo busco que pase un rato agradable y que desconecte de sus problemas. Considero que son libros que están bien escritos, pero tampoco requieren especial trabajo ni concentración. Es literatura de evasión para pasárselo bien. Y eso es lo que pretendo. Que sea algo interesante, que enganche y que lo haga con sexo y con humor. Es algo global. Yo cuando hago una novela no pienso: «A ver si pongo cachondo al lector o la lectora». No, pienso que se diviertan en conjunto. De todos modos este libro es una historia de amor, muy romántica con la que lloras. No es el sexo por el sexo. Si no, sería insoportable.

La mente femenina es más sexual que la de los hombres.

-¿Hay en tus lectores ganas de asomarse a una vida que les gustaría llevar pero que no se atreven o no pueden?

-Sí, mi literatura siempre es aspiracional. Yo trabajé en revistas de moda y viajes y siempre tengo claro que al lector hay que hacerle soñar. Hacerle vivir vidas que no sean las normales que ellos tienen en su día a día. Que se puedan sentir identificados con los personajes, pero que sueñen. Se buscan situaciones evocadoras, no contarle lo que ocurre en la calle de enfrente. Los llevas a Santorini, a Venecia, las escenas sexuales son en sitios chulos... que les hagan soñar.

-¿Y si quieren hacerlo realidad?

-Solo hay que tener espíritu de aventura. A Raquel, la protagonista del libro, la dejan tirada en Santorini y vive aventuras. No es una cuestión de dinero, sino de actitud. En el sexo todos podemos hacer lo que queramos. No depende del estatus económico, sino de la apertura ante la vida.

 Le dedico la novela a mi hijo mayor, que tiene 19 años. Me obligó a tachar las partes del sexo más fuertes

-Dijiste hace unos años en La Voz: «A las mujeres le gusta más el sexo de lo que dicen y a los hombres, menos».

-Sí, durante toda la vida a las mujeres se nos ha prohibido hablar de sexo. No hemos podido manifestarnos libremente sobre nuestros gustos, preferencias o deseos. En cambio, a los hombres se les ha enseñado que tienen que ser los gallos del corral, los machitos y los sexualizados siempre. Eso no es así. Las mujeres podemos estar pensando en sexo un 20 % del tiempo, mientras que los hombres solo cuando lo hacen. O yo creo que puede ser así. La mente femenina es más sexual que la de los hombres.

-¿Cómo reacciona tu familia ante tu faceta de escritora de novela erótica?

-Esta novela es la única que les he dejado leer a mis hijos. De hecho, se la dedico a mi hijo mayor, que tiene 19. Me obligó a tachar las partes del sexo más fuertes. Pasaba un rotulador negro. ¡He tenido que autocensurar mi propio libro para que se lo lean mis hijos! Me dice que, por muy mayor que sea, no quiere que de la cabeza de su madre salgan esas cosas. De pequeño, le decía a sus amigos: «Mi madre escribe novelas guarras y le pagan por ello». Era como vergonzante para ellos al principio. Luego, en los trabajos la gente cuchichea, pero nadie lo dice. Las leen, sí, pero nada más.

-¿Y tus relaciones con hombres?

-Eso es graciosísimo.

-¿Los acomplejas?

-Te hacen siempre las mismas preguntas. ¿Tú has hecho todo eso? ¿Los libros son autobiográficos? O dicen: «A mí no me saques eh». O: «Por favor, sácame». Es algo complicado. Luego están los círculos culturetas, en los que la literatura de género está defenestrada, no te tienen en cuenta. Eso quizá es lo que más me molesta de todo.

-¿Es el Tinder buen material literario?

-Es horrible. Antes la gente ligaba en los bares y ahora están mirando el Tinder en el móvil. Ya no nos fijamos por la calle en las personas porque está todo ahí. Es algo que está fatal.