La mesa número 8

La Voz DIRECTORA DE VOZ AUDIOVISUAL

YES

ANGEL MANSO

04 abr 2020 . Actualizado a las 14:12 h.

Mientras las horas transcurren en un bucle hipnótico es fácil barruntar qué se echa de menos de los días previos a Pandemia. En la nueva normalidad, descartado ese escozor picante por lo que va a venir, y si eres de las que tienes la suerte de permanecer a salvo, de momento, empiezan a presentarse escenas de aquella felicidad de Antes de Esto que, no sé por qué, tiene el color de una película de los setenta, saturada de bienestar y de banalidad y de infancia.

En esa nostalgia sobrevenida que sobrevuela como un sueño empiezo a echar de menos los bares. Mis bares. Esos bares en los que he pasado media vida, justo la vida más feliz, la más despreocupada, la de la bendita frivolidad. Esos bares en los que ligas y hasta te enamoras, hablas, bailas, lloras, fumas, bebes, sonríes, los bares en los que has crecido y has envejecido, los de la primera copa furtiva, los de los bailes alocados, esos bares en los que fuiste tan feliz que no tenías tiempo de percatarte de que justo eso era ser feliz.

En los últimos años antes de Todo Esto yo he tenido un bar de cabecera. Hay que procurarse uno en cada época de la vida de forma que volver a ellos sea un viaje a lo que fuiste, una especie de cartografía de tu pasado a un lado de la barra. El mío de este tiempo está en una plaza soleada dedicada a Sellier, con un roble americano que crece con los mimos de Luis y de Marcos y que brota cada primavera para demostrarnos a todos que todo está bien. Mi bar es de unos amigos y yo creo que lo abrieron porque el salón de casa se les quedaba pequeño para juntarnos. Más que un bar, mi bar es una contraseña, un castillo, un lugar en el mundo, una posibilidad y una certeza de amor, de compañía, de sustento vital y de energía positiva. La felicidad se sitúa justo en la mesa número ocho, un saloncito abierto al mundo del que entramos y salimos sabiendo que siempre va a estar ahí. Luis y César han creado para nosotros un bar justo a nuestra medida y en este tiempo de silencio es imposible no añorar desesperadamente su bullicio y las horas eternas dándole vueltas al mundo y vuelta a empezar.

CLUB DE GENERACIONES

La M8 es nuestra institución. Y sus hechuras relucen ahora que nos tomamos los tequilas por Skype y a veces tememos que se nos haya olvidado el camino de vuelta a casa. Mi bar es un club de generaciones que se quieren, un templo de la tolerancia siempre abierto, unas risas en el momento justo, varios malinches y el guiso de choupa de Xusto. El confinamiento transcurre pensando cómo será el día en el que regresemos y por un rato seamos al fin conscientes de que la felicidad era justo apurar un mencía en la mesa número ocho mientras todos los urbanitas que en el mundo son nos peleamos para hablarnos, reconocernos, consolarnos y reírnos. Para querernos.