«La suerte de Leo es tener dos madres»

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MARCOS MÍGUEZ

28 mar 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Nada más cruzar la puerta de la casa de Oli y Elena una siente ese recogimiento feliz del nido hecho. Entra el sol por la ventana y hay un calor que llega directamente del amor puro, el que las dos sienten hacia su bebé recién nacido. Leo tiene cuando lo visito solo veinte días, pero levanta la cabeza con esa inquietud de los que tienen mucho que decir. Esa gracia se refleja en la sonrisa de Oli y Elena que, aunque son primerizas, tienen buen pulso en el manejo del bebé y no dudan en cambiarlo de postura para que esté cómodo en la sesión de fotos. Leo es un niño afortunado que llegó al mundo el 30 de enero haciendo inmensamente felices ya no solo a sus madres, sino a dos familias que al completo se desviven por darle todos los mimos. Abuelos, primos y tíos celebraron el nacimiento de Leo, después, eso sí, de un parto de 37 horas, 17 de ellas muy duras, que acabó finalmente en cesárea.

Elena es la campeona que pasó ese dolor acompañada en todo momento de su pareja, Oli, y cuenta, desde su posición de deportista profesional, la impotencia que sintió por no poder terminar el parto como ella quería. «Sientes que es por tu culpa, dices: ‘Estoy intentándolo, y ¿cómo puede ser que este bebé no se acabe de colocar?’». Pero Leo tenía la cabeza ya levantada antes de nacer (ya les dije que es muy decidido) y no hubo manera de cambiar su postura. La cesárea es dura, pero para Elena ha sido peor darle el pecho: «De alguna manera te preparan para el parto, sabía que iba a ser un esfuerzo y un sufrimiento, pero nadie te explica lo difícil y dolorosa que puede llegar a ser la lactancia, sobre todo al principio».

Leo está en el colo y aprovecha algunos ratitos para amamantarse, mientras Oli me cuenta que nada más nacer, como fue una cesárea y a Elena no se lo dejaron tener, ella fue la que se encargó de hacer el método piel con piel. «Lo tuve conmigo y buscó mi pecho; yo se lo di, aunque no tenía nada, claro, para que sintiera ese calor».

Las dos están pletóricas, rebosan alegría, y se deshacen en caricias a su niño. Un bebé que no hubiera podido nacer si no fuera por la generosidad de quien donó su semen, del equipo médico que las atendió y del esfuerzo de estas dos mujeres. Porque para llegar a este final feliz, hay que rebobinar mucho en esta película, que comenzó en abril del 2016, cuando Oli y Elena se dieron el sí quiero. «Nos casamos porque para empezar el proceso de fecundación era necesario tener los papeles en regla», explican, sabiendo que es otra de las muchas discriminaciones de su condición sexual. Ellas para ser madres necesitaron demostrar que esa relación era legal y además tuvieron que enfrentarse a muchos otros inconvenientes».

DISCRIMINACIÓN

«Al principio, decidí yo someterme a varias inseminaciones y luego fecundaciones con mis propios óvulos en la sanidad pública -apunta Elena-, pero no fueron adelante; después pensamos en recurrir en ese mismo hospital a una fecundación in vitro con los óvulos de Oli y gestando yo, pero la pública no lo permite, porque sería donación no anónima. En cambio, si va un matrimonio heterosexual con problemas para tener hijos, el hombre sí le puede donar su semen a su pareja, es un sinsentido». Tanto que Elena ejemplifica su historia para que nos hagamos una idea: «Como para la pública yo solo puedo concebir sola, dado que no se permite que mi mujer me done sus óvulos, si me quedase embarazada y durante el parto yo falleciese, Oli no constaría como madre, porque a efectos legales no cuenta. Así que el niño sería para mi familia, ella no tendría derecho».

Todo este cúmulo de dificultades las abocaron a tratarse en una clínica privada. Lo argumentan sintiéndose unas privilegiadas por poder afrontarlo económicamente, porque no todas las parejas tienen ese apoyo. «Son miles y miles de euros; es difícil quedarte a la primera o a la segunda», sostiene Oli, que en todo momento estuvo al lado de Elena en este deseo de que ella fuese la gestante. «Yo siempre quise ser madre, siempre he sentido ese instinto, claro que no he cumplido mi sueño hasta los 43, después de muchos años de lucha», concluye Elena.

Porque si hay algo que hayan hecho estas dos apasionadas del deporte ha sido luchar. Su esfuerzo las ha llevado a superar todas los baches y a mantener su meta clara durante todo este proceso largo. «Han sido muchos ciclos, primero tres inseminaciones, luego hasta seis fecundaciones con mis óvulos -explica Elena-, después otras inseminaciones y finalmente una fecundación in vitro con los óvulos que donó Oli. Creo que el hecho de que las dos seamos deportistas nos ayudó a mantener esa fortaleza psicológica: solo nos importaba la meta». Oli pasó por ese proceso de hormonación y extracción con mucho éxito, porque tuvo un magnífico resultado: 19 óvulos, de los cuales solo uno fue el que dio vida a Leo.

Por eso ellas se ponen en la piel de todas esas mujeres que generosamente pasan por lo mismo para que otras puedan ser madres. Y por eso no acaban de entender los argumentos que ha dado el Comité de Bioética para pedir en el Congreso que las donaciones dejen de ser anónimas. «Si eso llegase a cumplirse, dejarán de venir al mundo niños como Leo, sanos y rodeados de amor, porque las personas que donan quieren hacerlo altruistamente, sin nombre y apellidos», sostiene Elena. Ella ha recibido esa generosidad de su pareja, Oli, y de un anónimo que ha dado el espermatozoide imprescindible para que Leo la mire ahora con esa carita de ángel. «Sin las donaciones también se encarecerá el proceso y solo quienes puedan pagárselo conseguirán tener un hijo», advierte esta valiente. A su lado Oli asegura que ese instinto de su pareja no se le ha contagiado tanto como para intentar ella ahora un embarazo gracias a todos esos óvulos que ha dado. «Hay que esperar a que Leo crezca un poco, por ahora ganas ningunas. Si lo hago es por él, porque me gustaría que tuviera hermanos. Las dos venimos de familias numerosas y lo valoramos», asegura Oli, que tiene claro que sus óvulos sobrantes serán donados a la ciencia: «Que investiguen lo que haga falta, lo que necesiten».

Tanto para Oli como Elena este estado de maternidad es lo que más se aproxima a la felicidad, lo resumen en un «embobamiento» general que las lleva a estar horas y horas mirando para su bebé. «Te cambia la vida por completo, pero para mejor, todo gira en torno a él», resume Oli. Ella será «mami» en este tándem y Elena será «mamá», porque la suerte de Leo es precisamente esa, «que tiene dos madres», celebran orgullosas. Dos madres llenas de amor. Y esa fortuna, queridísimo Leo, es la misma que sentimos todos los que te queremos.