El entrenador de baloncesto Tim Shea se ha codeado con los grandes del deporte, pero su criterio se impuso incluso al del propio dios de la cancha. «Los demás se bajaron los pantalones, pero yo no cambio quién soy», recuerda en su casa de Lugo
29 feb 2020 . Actualizado a las 05:00 h.«Michael, estás equivocado». Estas fueron las palabras que Tim Shea osó espetarle a Michael Jordan a sabiendas de que le costarían el puesto. Timothy Lawrence Shea (Nueva York, 1949) no solo obró el milagro en la ACB desde los banquillos del Ourense, el Ferrol, el Breogán o el Atlético de Madrid; sino que también entrenó a equipos de la élite europea del baloncesto en las ligas italiana, austríaca, portuguesa o israelí y formó parte el organigrama de varios clubes de la NBA como New York Knicks, Phoenix Suns o Charlotte Bobcats. Fue en este último y en su faceta de ojeador de talentos donde se sentó en la misma mesa que el dios de la cancha. Es de los pocos que han trabajado personalmente con él, lo que provocó que le llamasen para escribir el prólogo de Michael Jordan. El Rey del Juego.
«En aquel verano del 2006 pasamos tiempo en la war room y probando jugadores, codo con codo, pero nunca aparecía sin un acompañante o alguien que le sirviera de asistente. Todo empezó cuando se encontraron cara a cara y el asistente de Jordan le presentó: «Este es Tim Shea, nuestro hombre en Europa». El final llegaría cuando Jordan miró brevemente hacia él y dijo: «Sí, ya sé quién es». Ni saludos ni apretones de manos. Su presencia impone, y mucho. Pero no lo suficiente como para que Shea se amilane. «Después de tres días encerrados en el hotel, llegó él al cuarto día vestido con una camisa y unos pantalones que, probablemente, costaban lo que cuesta mi hipoteca. Por no hablar de sus zapatos, sus anillos, o el oro en el cuello. Y cuando entró, todo el mundo se puso en pie. Como si fuese un dios. Entonces entendí que Elvis Presley no había muerto. Hacen falta estos tipos en un país», narra el míster. Sin embargo, llegó el momento de tomar decisiones.
Vi jugar a Kobe Bryant de niño. Nadie trabajaba más que él
Jordan quiso a Adam Morrison de número 3. Shea no. «A medida que se acercaba la votación, todos fueron cambiando de opinión hacia lo que quería Jordan. Llegó el momento y todos se bajaron los pantalones menos uno, yo. Voté no, sabiendo que no iban a renovarme», relata el entrenador, que no se arrepiente de su decisión: «Conservé mi libertad, no tenía nada que perder. Si yo cambio quién soy, haría lo que hacen los demás y no obtendría resultados».
Y es que tanto en la liga americana como en los equipos más modestos las directivas mandan, y no siempre responden a los mismos intereses. «A lo mejor hay temas políticos, preferencias por jugadores ‘hijos de’ u otros motivos. O te dicen: ‘No se puede fichar’. Y también hay que apostar por buenos jugadores jóvenes, ¿por qué no? Los menos importantes son siempre los entrenadores de la base, y así es difícil hacer equipo», sostiene.
TESTIGO DE OTRA LEYENDA
Uno de esos jugadores jóvenes en los que clavó su mirada fue Kobe Bryant, al que vio en la cancha cuando tan solo tenía 14 años. Difícil no hacerlo. «Yo fui a ver un partido por su padre, que jugaba en la liga italiana, y Kobe era de los Juniors. Era el único negro en el club. Un niño muy mecánico, que cuando estaba no lo dejaban jugar, solo aprender técnica. Era un chico muy quieto, no hablaba... aún era un niño, pero se notaba que era hijo de su padre. Yo vi llegar a muchos, pero Kobe era muy bueno como atleta. Nunca estaba de pachanga», asegura. Siendo ya un icono, describe a Kobe como un gran seguidor de Jordan. «Era un maníaco del trabajo, nadie trabajaba tanto como él. Imitaba a Michael, y tenía un carácter muy fuerte. Los jugadores a ese nivel suelen tenerlo», indica. Su desgraciado final dejó en shock al mundo. «Es una tragedia y dejó un gran vacío en su familia, pero por lo menos no ha sufrido. Y eso es lo máximo que un hombre puede pedir», dice.
Afincado en Lugo y colaborador del proyecto Ponteceso Cultura Permanente, si hay algo que echa en falta de su tierra este americano son los cheques. «En la NBA te extendían uno cada quince días, mientras que aquí siempre es un drama cobrar. Ahora hay muchos clubes en rojo que funcionan a fondo perdido», señala.
Por lo demás, vive feliz en Galicia y no quiere ni oír hablar de una retirada. Mientras recuerda el mejor momento de su carrera -que nada tiene que ver con la NBA sino con las Olimpiadas de Londres 2012 y su papel como entrenador asistente de la selección nigeriana, a la que consiguió clasificar-, tiene la mirada puesta en nuevos sueños y, en concreto, en Turquía: «Ahora no entreno, pero disfruto haciendo otras cosas, trabajando con entrenadores y jugadores. Me voy a ir allí para participar en un proyecto educativo y montar una academia de la NBA. Queremos llevar el baloncesto a los colegios, porque en las escuelas de Turquía no lo hay. En principio, tendremos licencia para unos cuatro años», comenta a punto de hacer las maletas. Adónde le llevará su próxima aventura no lo sabe ni él. Pero lo que tiene claro es que la afrontará desde el banquillo y sin ceder ante ninguna presión. No hay dios que pueda con Tim Shea.