El mejor paseo marítimo

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MARCOS MÍGUEZ

VENTANAS ABIERTAS AL MAR Los 1.500 kilómetros de costa dan para mucho en Galicia. El litoral de la comunidad es un oasis para los que disfrutan caminando. Ahora que viene el buen tiempo, es hora de dejarlo todo y recorrer alguno de estos senderos

01 jun 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

MARCOS MÍGUEZ

Ninguna otra comunidad de la península se le puede comparar. Solo las Canarias superan, y por muy poco, a Galicia en extensión de costa. Los casi 1.500 kilómetros de litoral gallegos, 1.498 exactos frente a los 945 de Andalucía o los 246 del País Vasco, son un regalo que en la década de los 90 alumbró una moda: la de los paseos en el borde marítimo. Fue en este decenio cuando comenzaron a replicarse los proyectos sobre tablados de madera o senderos de hormigón a la vera del mar. Criticados por unos ante su invasión del espacio natural, y venerados por los que disfrutan de sus vistas, cada día miles de gallegos salen de sus casas para plantarse ante sus paseos favoritos y disfrutar de una actividad gratuita y que pueden realizar solos, con la única compañía de las olas... o de la música, si son de los que prefieren llevar cascos. Reservar 20 minutos al día para un paseo aumenta las defensas, según un estudio de Harvard, ayuda a controlar los antojos por su efecto ansiolítico, postula una investigación de la Universidad de Exeter, protege las articulaciones y reduce la posibilidad de padecer obesidad. Si a todo esto le añadimos el lujo de nuestras cosas, ya no quedan excusas.

PASEOS REPARADORES

«A paz que me transmite ver o mar, as zonas de vexetación coas súas flores e paxaros, a xente... é unha sensación de liberdade. É como ir facendo unha meditación. O paseo marítimo da Coruña cambioume a vida». Ángeles Cuña llegó hace unos años de las Rías Baixas y nunca imaginó que el nordés le fuera a gustar tanto. «Tiña días nos que estaba emocionalmente mal. Saía da casa e cando volvía era outra persoa». Es una incondicional de la circunvalación que bordea el litoral de la península herculina, «un paraíso que podo disfrutar cada día». El sendero que inauguró su primer tramo en 1992 presume hoy de ser uno de los más extensos de Europa y, se visite a la hora que se visite, siempre se va encontrar uno a «asiduas diarias». Así se definen Estrella y Rosa María, dos amigas que no perdonan un día sin pisarlo. «Fue un gran acierto. Lo disfrutamos todos», asegura Estrella Rodríguez. Comentan que sería interesante hacer un cálculo. «No existe una calle tan transitada en A Coruña». Es como un imán cuyo poder de atracción no decae con los temporales, cuando se llena de curiosos que quieren comprobar si ese año resistirá la balaustrada. Sus 13 kilómetros de extensión dan para mucho, y eso que aún está inconcluso. El tramo urbano tiene partes con carril bici y senderos de tierra que comunican con la torre de Hércules o con las calas de Adormideras.

PEPA LOSADA

EL ENCANTO DE A MARIÑA

Más al norte, en la costa que baña el Cantábrico, los lucenses también presumen de senderos en las Rías Altas. Aunque en los últimos meses ha cobrado protagonismo la ruta de O Fuciño do Porco, en O Vicedo, la lista es extensa y rica, como la costa de A Mariña. «Levo a miña música no Spotify, canto máis marchosa, mellor. Non preciso nada máis». Para Blanca Couto «su momento» es el paseo diario por la circunvalación peatonal que recorre el litoral de Burela hasta el inicio de Cervo. «É unha desconexión. Fago exercicio e cando quero sento nun banco a ver o mar. Tamén saco fotos. Encántame a saída do sol pola mañá». Tiene unos tres kilómetros de largo y es el acceso a arenales como los de Portelo, O Cantiño o A Marosa. Blanca solo se priva de su paréntesis diario por un motivo: «Se vai moito nordés».

Ramón Leiro

POR UN ESPACIO DUNAR

Enclavada en un istmo, uniendo a los municipios que aún hoy pelean por su titularidad, Sanxenxo y O Grove, está la playa de A Lanzada. Abierta al Atlántico, y con la desembocadura de las rías de Arousa y de Pontevedra en cada uno de sus extremos, cuando en los noventa comenzaron las obras para arrancar la carretera que discurría pegada a sus dunas algunos se echaron las manos a la cabeza, «podías conducir e ver a praia». 20 años después, nadie daría marcha atrás ni se privaría hoy de un centímetro de los kilómetros del tablado. «Este é o paraíso das Rías Baixas, somos uns afortunados por vivir aquí», sentencia Manuel Piñeiro, vecino de Noalla. Su mujer, Virginia Maya, con la que pasea cuando sus trabajos se lo permiten, asiente: «É que forma parte de nós». El paseo, al que también le ha tocado luchar contra los embistes del viento y hasta de los tornados (una manga marina se llevó por los aires uno de sus tramos este año) discurre por un espacio dunar protegido por la Red Natura 2000 y tras la última ampliación comunica con lugares de interés como la Torre, el Castro y la ermita de A Lanzada.

CARMELA QUEIJEIRO

Un poco más al norte, Ribeira tiene en Coroso uno de los senderos litorales favoritos en la comarca de Barbanza. Se inauguró en el 2000 y mide dos kilómetros que transcurren paralelos al arenal urbano. «Antes del paseo no se disfrutaba tanto de este espacio, solo en verano, para venir a la playa. Ahora, mis amigas y yo dejamos a los niños en el colegio y nos juntamos para pasear. Es totalmente llano, sin subidas ni bajadas con pendientes. Hay muchos más que nos gustan en la zona, como el de Vilar o el de Aguiño. El de Coroso tiene el plus de que es resguardado», describe Ana Pérez, esta vecina enamorada de este enclave de la Arousa norte.

Oscar Vázquez

UN CLÁSICO INCUESTIONABLE

Siguiendo este recorrido por el sur, en las Rías Baixas, uno de los paseos de piedra que más paseantes recibe todos los meses del año es el de Samil. Emblema de Vigo, sus vistas a las Cíes embaucan a los que contemplan por primera vez aquí un atardecer. El arquitecto Antonio Palacios fue en 1924 uno de los primeros que visionaron la urbanización del arenal y su entorno. Una propuesta que también tuvo detractores. Personajes tan influyentes como Valentín Paz-Andrade o Eduardo Blanco Amor escribieron en un manifiesto: «Basta contemplar la mole de cemento para calcular las consecuencias tan dañosas como irreparables». En mayo de 1972, cuando concluyeron las obras, Samil dejó de ser un arenal salvaje donde las dunas alcanzaban la parroquia de Navia y se convirtió en una playa urbana. Su paseo es un clásico gallego incuestionable.