Antonio de la Torre: «Conmigo es fácil perderse»

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ALESSANDRO BIANCHI

Tras triunfar con «Tarde para la ira», Antonio de la Torre se convierte en un agente tímido y tartamudo en «Que Dios nos perdone». El actor español que más trabaja es un poco Groucho Marx. «Soy heterodoxo. Estos son mis principios, si no te gustan tengo otros», dice. De niño imitaba a Butanito y tiene el Goya en el salón: «Le he colgado la medalla de mi primera maratón».

13 mar 2024 . Actualizado a las 15:52 h.

Pedirle a Antonio de la Torre (Málaga, 1968) que cierre los ojos es hacerle enmudecer. Porque nos hace perdernos su primera forma de hablar. Pero se lo pedimos. Que cierre los ojos y vuelva atrás. Y entonces se ve yendo con su madre a la playa del Rincón. Ya de pequeño hacía teatro, aunque luego lo dejó, temporalmente, cuando José María García llamó a la puerta de su vocación de periodista deportivo. «De niño imitaba a Butanito [risas] y quería parecerme a él», cuenta. Ha triunfado en Venecia con Tarde para la ira, la peli que Raúl Arévalo empezó a tramar hace ocho años, al hilo de una anécdota en el bar de sus padres. Antonio de la Torre, que acaba de estrenar el thriller Que Dios nos perdone, es una conversación en la que es fácil, y aconsejable, perderse. Nos recibe desde Sevilla. «Estoy rodando con un paisano tuyo, gallego, Javier Gutiérrez, El móvil, una película de Martín Cuenca basada en el libro de Cercas. Va de un escritor en crisis que no sabe cómo encontrar su inspiración. El protagonista es Javier Gutiérrez, y yo, su profesor de literatura. Le daré unos consejos, que ya veremos dónde le llevan...», avanza.

 -No imaginamos nada bueno.

-Bueno... la imaginación es libre.

-Hechos. La crítica aplaude «Tarde para la ira», ¿Qué supone para ti ser parte del debut de Raúl Arévalo tras las cámaras?

-Me hace mucha ilusión ver cumplirse un sueño de un amigo, poner mi granito de arena. Y desde el punto de vista más egoísta, me siento feliz de haberme puesto en manos de tan buen director de actores. Lo que no sabía, aunque le tenía mucha fe, es el pulso narrativo que Raúl tiene como cineasta. Aunque es verdad que ocho años dan para mucho... Un amigo que tenemos en común le dijo: «Oye, Raúl, tienes que liberar a Antonio de este personaje, porque se empieza a hacer mayor para él». Se lo planteé a Raúl y me dijo: «¡Ni de coña!».

-¿Cuál es el secreto de tus ojos, de su potencia para contar?

-No tengo ni idea [risas]. Intentas... no sé, no sé cómo explicarte. Intentas recrear la situación del personaje. Decía Martín Cuenca: «¿Cómo sería Antonio de la Torre si fuese sastre caníbal?» En el fondo tú siempre estás en lo que haces. Es difícil contar lo que se conoce. En la medida en que eres como persona, también eres como actor. Este es un oficio especial, como el periodismo. Si tienes la mirada abierta, curiosidad, humildad, te hará crecer como persona.

-¿Periodista o actor?

-Depende. No es igual estar picando titulares a las dos de la mañana en Europa Sur, con todos mis respetos, que recorrer en plan Maruja Torres América en tren.

-Pero la comunicación va tan rápido que es fácil perderse, ¿no?

-La rapidez es un signo de los tiempos.

-¿Con wifi nos comunicamos peor?

-No necesariamente, pero el humanismo debe filtrar las relaciones humanas.

-Las miradas no van por WhatsApp.

-Hay que saber apagar el móvil. Y mirar. Y tener en cuenta que por mucha evolución digital que haya, nunca seremos dioses. ¡Ni falta que nos hace!

-No seremos dioses, pero sí ambiciosos y complejos, ¿o no?

-Somos el máximo depredador. El ser humano tiene la violencia dentro, hay quienes tienen la capacidad de reconducirla, saben aquietarla y se quedan en paz, pero otros no. Para que haya paz en algún momento hay que renunciar a la venganza, a la violencia. Pero ¿de qué estábamos hablando?

-Pues no lo sé. ¡Estoy perdida!

-Conmigo es fácil perderse.

 -Renunciemos a la venganza, dices.

-Ahí está la cita: «No solo hay que liberar a los oprimidos, también hay que liberar a los opresores». Esto tiene que ver con superar la violencia. Acuérdate de Luís Tosar (menuda cantera tenéis en Galicia) en Te doy mis ojos. En esa historia había que liberar al personaje de Laia Marull, pero también al de Luís Tosar.

 -Aún así, hay gente mala, a la que no podemos liberar de su maldad.

-La hay. Pero la solución nunca es exterminarla. La pena de muerte es una aberración. El gran reto de la civilización es superarlo, aprender a encajar las piezas defectuosas e intentar arreglarlas.

-¿Todo pasa por el diálogo?

-Y por la educación sentimental.

-... que ahora está de moda.

-Bueno, no tan de moda. En la gente, sí. A nivel legislación, desde luego que no. Han retirado Filosofía, que es fundamental para formarse como persona. Pero los padres sí, en eso te doy la razón, los padres vamos avanzando en esto.

 -Eres padre de una niña de 5 años y de un bebé de 3 meses. ¿Sientes, como yo, que no das abasto?

-¡Eso nos pasa un poco a todos! Con mi hija, Martina, me sentía mal cada vez que me iba a rodar, pero ahora he aprendido a decirme eso de «más vale calidad que cantidad». Los hijos necesitan unos padres que estén contentos con su vida, no unos padres frustrados. No se puede educar a nadie si no eres nadie.

-Volvamos a la niñez. Cuéntanos cómo era eso de que de pequeño querías ser Butanito.

-Jajaja. No lo sé... Una vez, cuando estaba en EGB, vino un profesor a dar una especie de tallercito de teatro. Don Antonio, de Teatro Arlequín, una compañía de Málaga. Me fascinó. Estuve un tiempo en eso y luego lo dejé. Pasado el tiempo, coincidí con un compañero que me dijo: ¿Te acuerdas de don Antonio?, ¿sabes lo que dijo cuando te fuiste?: «Qué pena que se vaya, porque ese niño tiene madera de actor». Se me puso la carne de gallina. Ahora pienso que si sigue vivo y me ve, pues dirá: «Mira, ves, tenía razón, tenía madera de actor [risas]». Aquello marcó una etapa de mi vida, luego cambié el chip. A mí me gustaba contar historias, estar, hacer imitaciones. Y de pronto me empezó a interesar el periodismo deportivo. Imitaba al Butanito [risas]. Ahí empezó a macerar cierta ilusión, la ilusión de ser periodista, periodista deportivo. Con 14 o 15 años tomé una decisión: «Me quiero ir a estudiar Periodismo a la Complutense». Porque había que irse a Madrid; en Málaga no había Periodismo. Dedicarme a esto me ha dado muchas cosas y me ha permitido vivir durante años. Y en cierto modo creo que hay algo ahí que ha merecido la pena. Aunque quizá lo digo por eso de no tener la sensación de haber perdido el tiempo, que llegada una edad... [risas]

-Eres el actor español que más trabaja. Y algunos dicen que el mejor.

-Bueno... eso del mejor... dependerá de quien lo diga, ¿no? Es algo subjetivo. Lo otro, lo de ser el que más trabaja, se puede confirmar en la hemeroteca. El otro día vi un informe demoledor, decía que solo el 8 % de la gente del cine vive de la profesión. Yo estoy en ese 8 %. Lo digo con humildad. Ojalá fuésemos más.

-¿Qué hace falta para actuar bien?

-No lo sé. Y no es ponerme en plan Rajoy... Es que me parece presuntuoso darte una respuesta. Primero porque cada uno tiene la suya y todas son buenas. Hay quienes dicen: «Los actores sí que sabéis mentir». Y yo digo: «No, no, no, esto es verdadero, dentro del marco de un juego». En esa especie de espacio imaginario donde tiene lugar el juego, un juego profesional, tú eres libre. Ahí debes ser honesto, sincero y entregarte con pasión.

-¿Decide la suerte?

-También decide. También es importante, decide mucho. Pero como dice ese chiste: «Señor, Señor, por favor, haz que me toque la lotería». «Vale, hijo mío, te lo concedo, pero ¡compra el décimo!».

-Goya por «AzulOscuroCasiNegro». ¿Dónde lo tienes?

-Aquí en casa, en el salón. En una posición más o menos discreta... No es que entres y te tropieces con el Goya. Ahora le he colgado encima la medalla de mi primera maratón.

-¿Te has puesto a correr?

-He hecho mi primera maratón... y no sé si será la última [risas]. Me dije: «Voy a correrla antes de que la maratón me retire a mí. O sea: «Voy a correrla antes de que ya nunca pueda correrla».

-Dinos algo sobre el director Daniel Sánchez Arévalo, que en su día nos contó que, para él, eres de la familia.

-Qué decirte, qué decirte de él si a mi hijo le he puesto de nombre Daniel.

-¿Sueñas...?

-Con un mundo mejor.

-¿Cómo vamos por él?

-Lo dijo Máximo San Juan: «Si crees que un mundo mejor es posible, compórtate como si ya existiera».

 -¿Qué te mueve día a día?

-La ilusión de vivir.

-«Soy un poco puta, cuando consigo las cosas dejan de interesarme», has dicho en una entrevista.

-No sé si así, pero en fin... Supongo que es la condición humana. Siempre motiva conseguir lo que no se tiene, ¿no? Sobre todo llegados los 50. Yo ya tengo más pasado que futuro. A menos que viva más de 100. Mi padre murió con 55. Para vivir necesitas ilusiones nuevas. Luego hay gente que tiene más síndrome de don Juan que otra. Yo nunca he sido un don Juan.

-¿Cómo eres?

-Bastante heterodoxo. Como dijo Groucho Marx: «Estos son mis principios, si no te gustan tengo otros». Pero no puedo negar que hay en mí una parte conservadora.

-Cierra los ojos y viaja en el tiempo. ¿Cómo te ves?

-Yendo con mi madre a la playa del Rincón.