¿Y tú, qué has hecho por amor?

Noelia Silvosa, Tania Taboada, Yolanda García y Ana Abelenda

YES

Oscar Vazquez

HISTORIAS DE PELÍCULA Quién no ha hecho alguna locura cuando las mariposas atacan el estómago. Cuatro valientes nos cuentan las suyas. 

14 feb 2016 . Actualizado a las 09:09 h.

Existen los caprichos del destino, en especial cuando se trata de amor. Trini estaba disfrutando de la noche en una discoteca con sus amigas cuando, de pronto, conoció a Germán. Él -que estaba en una despedida de soltero- no pudo evitar fijarse en ella y, después de un largo rato de conversación, llegó ese clásico: intercambio de teléfonos. Hasta aquí todo normal. Pero ambos estaban en Buenos Aires y, tras la fiesta, él tendría que coger el avión de vuelta a casa: ¡a Vigo! Tiene tela. Porque en realidad, Germán es argentino y vivió allí hasta los tres años. Fue entonces cuando se mudó con sus padres a Galicia dejando atrás su lugar de origen y, sin saberlo, a su futura media naranja. Vamos, que Trini conoció en Buenos Aires a un argentino que no vivía en Argentina. 

Todo apuntaba a que esta pequeña historia se quedaría en un buen recuerdo. Pero los tortolitos se tiraron tres meses hablando por WhatsApp hasta que, un buen día, Germán se plantó en Buenos Aires por sorpresa. Y claro, Trini se derritió. Ya no había vuelta atrás. Pasaron juntos allí una semana, hasta que él tuvo que volver a Vigo. 

Luego fue ella la que viajó a Galicia para quedarse durante tres meses, el tiempo límite para permanecer en España sin visado. Después regresó a Argentina y, otros tres meses después, tomó otro avión a Vigo. Pero esta vez para quedarse. De eso hace ya un año y Trini cree que haber cruzado el mundo por amor ha sido la mejor decisión de su vida: «Al principio no nos lo creíamos, porque al fin y al cabo no nos conocíamos mucho. Solo hacía nueve meses que habíamos empezado», cuenta la argentina, que apuesta a que Germán y ella estarán «juntos siempre». 

«NO ME LO PENSÉ»

En Vigo, Trini ha encontrado bastantes ventajas: «Me gusta mucho por la seguridad que hay, aunque la gente es diferente... más cerrada al principio. Pero Germán tiene unos amigos amorosos y su familia me acogió muy bien». Sin embargo, para la chica no fue tan fácil coger la maleta e irse sin billete de vuelta. «En Buenos Aires vivía con mi papá, mi mamá y mi hermana, que estaba embarazada. Yo me marché sin conocer antes a mi primer sobrino. También trabajaba y tenía mi grupo de amigas. Cuando vine fueron once horas de viaje, pero no me lo pensé mucho porque no aguantaba más tiempo estando separados. Pero la verdad es que no imaginé que iba a ser tan duro. Llevo tiempo buscando trabajo y aún no me sale...», cuenta Trini, que incluso así deja muy claro que no se arrepiente de su decisión: «Estamos muy enamorados. Somos pareja de hecho, porque al no tener trabajo lo necesitaba para mi visado, y ya nos hemos comprado un piso». Si es que cuando se tiene claro... se nota. No hay peros para el amor.

UNA HISTORIA VITAL

OSCAR CELA

Podrían cantar aquel éxito del Dúo Dinámico, porque a Rafael Díaz (Santander, 1952) y Pilar Busto Pacios (Lugo, 1952) los unió el amor siendo adolescentes. A los 15 años. Desde hace más de tres los une además algo más que especial, vital: nada menos que un órgano. Él lleva trasplantado un riñón que ella le donó. Se conocieron un verano cuando él se encontraba en Lugo disfrutando de sus vacaciones. Con 23 y 22 años decidieron pasar por el altar. Hace diez a este perito mercantil y a esta profesora y enfermera la vida les hizo pasar momentos complicados. 

Él hizo una analítica y la creatinina -parámetro del análisis de sangre que puede indicar la existencia de un problema de riñón- le dio alta. Tras varias pruebas que le indicaban una insuficiencia renal progresiva en el tiempo,  y cuando estaba en el período de prediálisis -proceso mediante el cual se extraen las toxinas y el exceso de agua de la sangre- supieron que los tejidos de ambos eran compatibles. 

Ella no lo pensó dos veces y  se ofreció a donarle su riñón . «Cuando te ves en esa circunstancia meditas tu vida. La decisión final depende de cada uno. La gente que se somete a diálisis sufre un deterioro total. Rafa era joven y no merecía estar así. De no hacer la donación tendría un enfermo en casa y eso repercutiría en nuestra calidad de vida». 

En manos del equipo de A Coruña, al  que definen «de lo mejor que te puedes encontrar dada su humanidad» y también con toda la ayuda y apoyo de la asociación para la lucha contra las enfermedades del riñón, el trasplante se llevó a cabo el 17 de abril del 2012. Los dos entraron en quirófano; a ella le sacaban un riñón, al tiempo que a él se lo trasplantaban. «Coincidió que me tocó a mí ser el receptor. Pilar me lo estaba regalando. Yo también lo haría por ella pero a mí la vida no me dio esa oportunidad», dice Rafael. El  matrimonio cuenta que el hecho de donar el riñón no reforzó su cariño. «Seguimos siendo los mismos, hacemos las mismas cosas y discutimos igual», dicen. Al fin y al cabo reconocen que poder hacer esto fue todo una suerte porque «el mismo día que nos comunicaban que nuestros tejidos eran compatibles, le decían a un padre y a un hijo que los suyos no lo eran», concluyen los dos emocionados. 

De emociones universales se escriben grandes historias. 

XAIME RAMALLAL

UN AMOR AGRIDULCE

De una novela romántica parece haber sido sacada la de Esther Otero, una mindoniense con los 87 recién cumplidos. El pasado tuvo para ella un sabor agridulce, por las ataduras familiares y las propias de la época, pero fue muy intenso. «Por amor, eu tiven que renunciar á vida», confiesa. Solo pudo estar casada con Mario durante ocho años, «e nunca fun consciente de que foramos mozos», dice. En casa rechazaban su relación con el sobrino de Francisco Fernández del Riego. Esta tuvo una primera parte. A distancia, mar por medio y epistolar. Las cartas iban y venían de Venezuela a Mondoñedo hasta que llegó la última por parte de él: «Tú eres una mujer de bandera y te mereces suerte en la vida». 

Pasaron diez años y al poco de quemar la valiosa correspondencia, Esther, «na piscina fluvial cunhas follas de eucalipto», recuerda, él regresó. «Pensou que eu casara», rememora ella, que tenía 38 años. «¡Para a casa comer o caldo!», le espetó su padre en cuanto supo que quería salir con él. «O que chorei. ¡Nin comía...! e andaba sempre con gafas de sol pola rúa». Mario tuvo que regresar al país sudamericano, aunque al año volvió, no sin antes pedirle matrimonio, fruto del cual nacerían Mario y Francisco, sus dos soles. «Yo te quiero para madre de mis hijos», le dijo. «De mozos só íamos dar unha volta polas rúas, pero nunca nin de viños nin ao cine, nada. De casada si que viaxei con el», señala. «O que eu sentía por el era adoración, non podía vivir sen el...». Enviudó en el año 75. Pero antes de que conociese a Mario, Esther relata que de jovencita recibía siempre la visita de otro ilustre mindoniense, quien la guio en mejores lecturas que las de Corin Tellado para pasarse a Balzac o Dickens: «Víñame dar cada día os bos días á tenda en canto saía da casa para pasear polo Cantón. Fíxome amar a boa lectura e a boa literatura», revela ella.

Hoy, Esther desborda energía. Hace yoga, taichí, se cuida, no sale sin pintar la raya del ojo y es muy activa en redes sociales, tanto que confiesa: «Prefiro estar sen lavadora que sen Facebook». 

Disfruta de cada rincón, plaza y calle de su amado Mondoñedo: «Gustaríame que volva ser a cidade que foi na miña mocidade, unha cidade máxica que atraía a presenza de escritores e de artistas de todo o mundo. Unha cidade que estea nos libros dos mellores escritores e que se encha de vida outra vez. Tamén me gustaría ver a un cervo cruzando Mondoñedo baixo a neve, como Cunqueiro soñaba. Tamén me gustaría coñecer París e Italia. Encántame a súa música». Esther sigue soñando y amando, y conservando la pasta de dientes del que fue el gran y único amor en su vida. Doce cascabeles y Reloj no marques las horas fueron su primer y último baile con él.

ME TRAES DE CALLE

PACO RODRÍGUEZ

Sucedió una noche. ¿Frank Capra? ¡No! Daniel Almeida, realizador audiovisual, es el director de esta historia de amor que se quedó en un «amigos para siempre», y qué mejor. Porque no hay mejores principios que los de una gran amistad, ¿o no? «Una noche me lie la manta a la cabeza y me decidí a cambiarle el nombre a la calle de la Amargura. Así que me llevé una escalera en la baca del coche para poder subirme a esas alturas... y a las tres de la mañana me planté en la calle de la Amargura para convertirla en la de la Felicidad», revela Daniel. ¿Eso hizo por amor? Oui! Y sin medir las consecuencias de su esfuerzo. Porque se lo trabajó. «Se me ocurrió hacer con Photoshop un cartel copiando las medidas de las placas identificativas y el tipo de letra de las calles de Coruña, luego lo plastifiqué para que tuviera cierta consistencia... porque, en mi inocencia, mi intención era que perdurase en el tiempo [risas]». ¿Y perduró, o fue solo cartel de una noche? «¡Sí!, creo que duró una semana, más o menos». 

El chasco fue por otra cosa; un pequeño detalle: «Cuando me decidí a cambiar el nombre, me di cuenta de que las placas de la Ciudad Vieja, en vez de ser de chapa, ¡son de piedra! Yo había hecho la típica placa azul, no me había dado cuenta de ese detalle...». «Ya puestos -se animó Daniel- da igual, pegué mi placa de la Felicidad azul encima de la piedra». La chica en cuestión se dio cuenta a los dos días del romántico ingenio, cuando miró arriba sobrecogida por tan alto amor. ¿Sabía ella quién era el autor de esa «carta» con afán de perdurar?  «Sí, sí, ella ya sabía que me gustaba, y habíamos tenido una conversación hacía poco tiempo sobre el nombre horroroso de la calle en que vivía». Pero la feliz ocurrencia de poco sirvió. «Era un amor no correspondido -cuenta Daniel -. No es que se enfadase, pero vamos... no valió de nada. Es el típico detalle que si se lo haces a alguien que te corresponda, muy bien, pero si no, puede ser contraproducente». ¿Lo fue, pasó factura ese arranque sentimental? «No. Seguimos siendo amigos durante un tiempo». ¿Y ella, qué pasó, se quedó en la calle de la Amargura? «Sí, estoy casi seguro, porque hablamos hace unos meses», dice Daniel, que ahora vive en una casa de campo en Oleiros. En pareja. Con otra chica por la que, cree, no ha hecho nada heroico. «Es que la cosa ha ido sobre ruedas». Ah, esa debe ser la clave de la calle de la Felicidad. «Desde que nos conocimos nos pasábamos prácticamente las 24 horas juntos, así que nos fuimos a vivir al mes de conocernos», revela el autor de la creación audiovisual A Coruña vista por Gulliver. 

¿Qué valora este apasionado de la fotografía y la naturaleza en el amor? «Va a sonar a tópico, pero lo que busco es poder compartir las cosas que me gustan». Con su chica comparte la afición por los perros, el aire libre, el surf y los viajes. «Tenemos una furgoneta siempre a punto para escaparnos». Pues que les lleve muy lejos por la calle de la Felicidad.