Un alumno testigo para avalar la limpieza de las pruebas

manu otero VIGO / LA VOZ

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«Si tienes una nota en mente, sí que hay presión», admiten los aspirantes

13 jun 2018 . Actualizado a las 13:06 h.

Hacer un examen de selectividad es como una montaña rusa de emociones. Solo darle la vuelta puede ser un estallido de alegría o una profunda depresión. Insomnio, ansiedad o bloqueo son sensaciones que experimentaron todos los que pasaron alguna vez por ese trance. «Andan histéricos de la leche». Lo dice Lisi, camarera de la cafetería de la Facultad de Biología de la Universidad de Vigo y experta en lidiar, dos veces al año, con adolescentes al borde de un ataque de nervios.

La escena de cualquier vestíbulo de cualquier facultad de Galicia a las nueve de la mañana de ayer era la misma. Compañeros intercambiando dudas: «Lo llevo fatal, no me acuerdo de nada», «¿Lorca era de la generación del 98 o del 27?». Apurando hasta el último segundo para dar un repaso más. También los había que preferían abstraerse, que se volvían locos buscando cuál era su aula, que no encontraban el DNI o que se autoconvencían de que estaban tranquilos. «Si tienes una nota en mente, sí que hay presión, porque te lo juegas todo a un único examen», resumía el vigués Alberto Álvarez, aspirante a ingeniero industrial, por lo que «con menos de un seis, me llega», relataba relajado a la salida del último examen de la mañana.

«A mí me costó dormir. Me despertaba cada dos horas pensando que ya era el examen», reconocía Paula Oliveira, del IES Santa Irene de Vigo. Fue una situación que sufrieron buena parte de los aspirantes que iniciaron ayer la carrera para entrar en la universidad y que desaparecía de un plumazo al recibir el primer examen. Pero no para todos. «Yo estaba tranquila antes de empezar, pero cuando llegó el examen me empecé a acelerar. Además había una chica a mi lado que se ponía a escribir a saco y yo pensando: ‘¿pero qué escribe?’, yo no tengo tanta información», relataba ya más calmada, después de enfrentarse a un comentario sobre la Segunda República, la viguesa Lía Silva.

El fantasma de las filtraciones

Por si el miedo a que sus proyectos de futuro se escapen por unas décimas no fuese suficiente, el fantasma de que una filtración obligue a reiniciar el proceso, como ocurre en Extremadura y pasó en Galicia en 1992, disparaba las pulsaciones solo de pensarlo. «¿Repetir? Si es uno que me sale mal, bien, si no sería una faena», apuntaba Miguel Barreiro, que necesita un 8,3 para estudiar Biología. Sin embargo, la comisión que se encarga de organizar las pruebas se ha esforzado en dejar clara la limpieza del proceso. «Nos han explicado que nadie puede tener acceso a los exámenes e incluso llaman a un alumno para que vea cómo se abre el paquete en los que llegan», relataba Jaime González.

Ante la necesidad de alcanzar altas calificaciones, no es de extrañar que alguno de los aspirantes intente tomar un atajo en forma de chuleta. Aunque hasta lo de copiar es más complicado este año. «Imposible no es, pero sí difícil», puntualizaba Silva. «Vigilan bastante, hay tres profesores por aula y obligan a llevar el pelo recogido por si tienes un pinganillo», explicaba Marco Trigo las medidas de seguridad.

Toda la presión acumulada en los días previos se disipa al rematar la primera ronda de exámenes. Y eso que más de uno rozó el colapso. «Yo me bloqueé, no sabía de que estaba hablando el texto de lengua», admitía Marga Simón. Pero los que consiguen dominar la situación coinciden en que «no es muy distinto a lo que me esperaba. Si has aprobado durante el curso, esto también», concluía Trigo

Igual que entran en las aulas pensando que el mundo puede acabarse después de estos exámenes, los aspirantes salen de las mismas conscientes de que la salvación no depende de este trámite. Después del jueves se les presentará un nuevo desafío vital. Y tampoco será el definitivo.