El primer cafeto del año del Naranjito

Begoña Rodríguez Sotelino
begoña r. sotelino VIGO / LA VOZ

VIGO

XOAN CARLOS GIL

El Arco da Vella es el decano de la zona de Churruca. El local pionero nació como café y cuando pasó la moda se transformó en un bar con billar que ahora es uno de los favoritos de los erasmus

11 sep 2021 . Actualizado a las 11:48 h.

En 1982, Daniel Ballesteros era un chaval de 20 años que ya se ganaba bien la vida en la factoría viguesa de Citroën como oficial mecánico. Pero echando un vistazo a su alrededor, no le veía expectativas de futuro y le tiraba la curiosidad por la hostelería, que al principio sació llevando a medias con dos socios más un bar en la calle Cervantes al que llamaron Chiola, «que es el ruido que hacen los carros de bueyes al girar», explica sobre el nombre. Pero no fue suficiente y un día tomó la decisión de dejar la fábrica y empezar con la aventura en solitario de poner en marcha un café al estilo de los de antes, como los que había en Madrid, con sus mesas de mármol, mucha madera y clientes con tiempo para compartir.

Lo hizo cuando encontró, no muy lejos del otro, un local en la calle Churruca que había albergado el restaurante El Jabalí, del que sigue conservando la barra original. Pero el barrio hoy conocido por ser una de las zonas de copas de Vigo era un erial cuando Daniel echó el ojo a aquel espacio ubicado a unos metros de la plaza de Portugal, que tampoco se parece mucho a lo que es hoy, ya que recuerda que entre otras cosas, había «unos grandes olmos» antes de que la construcción de otro párking impidiera que nada con buenas raíces pudiera crecer. El que sí se asentó con fuerza fue su café, al que bautizó como Arco da Vella tras barajar varias opciones que los clientes y allegados iban apuntando en unos papeles clavados sobre un corcho en la entrada. Abrió en 1982, en plena fiebre futbolera con el Mundial del Naranjito, y se convirtió en un referente para un modelo de negocio que luego tuvo muchos ejemplos parecidos, como el Catro a Catro, el Ardora y toda una retahíla de bares que se llenaban hasta la bandera de clientela para consumir, jugar compartir juegos de mesa y charlar durante largas horas cuando ni había Internet ni se le esperaba. Además, tenía más tipos de cafés que nadie. «Los demás ofrecían tres o cuatro: el irlandés, el vienés, carajillos y poco más, pero aquí hacíamos hasta 20 variedades distintas», puntualiza.

El ambiente cultural también tenía su espacio. Como explica Ballesteros, en la zona que un día ocupó la cocina de El Jabalí se conservó el tiro para la chimenea original de ladrillo, reemplazada por otra que sigue dando calor de hogar cuando hace frío y un escenario móvil que ha albergado conciertos y actuaciones teatrales, además de las exposiciones que colgaron de sus paredes. «Ahora hacemos algo de vez en cuando, pero mucho menos», reconoce. Poco a poco aquel tipo de cafés fue decayendo y el Arco da Vella optó por acercarse a otro estilo, el de los pubs ingleses e irlandeses, como cervecería y bar de copas, que es por el que sigue apostando ahora, añadiendo chupitos especiales como un licor café del que presume.

A punto de cumplir 40 años, el Arco da Vella, «el decano de los bares de Churruca», apostilla su fundador, sigue teniendo un público fiel. Los veteranos ya van con sus hijos y hasta con sus nietos, pero entre su clientela, que atiende junto a su empleado Javi, abundan los jóvenes universitarios ya que además, como apostilla el empresario, colaboran con la red internacional de estudiantes Erasmus, para los que tienen precios especiales y una mesa de billar que les encanta. «Este ambiente y este tipo de bar es muy parecido a muchos que hay por Europa y se encuentran muy a gusto», afirma con certeza en el local donde él mismo construyó los asientos corridos de madera tapizados en piel, las estanterías y cambió las superficies de mármol deterioradas por otras. «Yo en Citroën era mecánico ajustador, y lo que sabía hacer con los metales, lo apliqué a la madera», argumenta.

El cartel original que colgaba del dintel de la puerta está ahora al fondo de la barra y por el espacio que ocupaba se cuela algo más de luz que se posa tenue entre los objetos que decoran el local, en el que se aprecia el gusto por las antigüedades, como las mesas recicladas de viejas máquinas de coser, botellas de gaseosa, libros de segunda mano que la gente puede coger para leer allí, intercambiar por otros o llevárselos, y tesoros como una máquina de escribir que perteneció a Francisco Fernández del Riego, que acabó en sus manos gracias a su esposa. Ballesteros nunca volvió a la factoría de automóviles, aunque a veces se arrepintió. «Cuando quise dejarlo ya era tarde», admite el hostelero, que ahora también gestiona El Gato de Schrödinger, el bar en la calle paralela al suyo donde vigila si el felino está vivo o muerto, algo que en pandemia viene siendo un mal general del sector.

Desde 1982

Dónde está

Calle Churruca, 2. Vigo