Una botella de plástico de 52 años en estado impecable

Antón lois AMIGOS DA TERRA VIGO@TIERRA.ORG

VIGO

Solo la reducción de estos materiales podrá evitar que los microplásticos sigan aumentado en los mares

28 ene 2019 . Actualizado a las 09:29 h.

Hoy queremos contarles la historia de una botella, que es una buena excusa para reflexionar sobre el impacto ambiental de los plásticos grandes y pequeños. Nuestra historia empezó hace un tiempo en Vigo y terminó recientemente en Moaña. Con la mancomunidad de municipios de O Morrazo estamos las Amigas y Amigos da Terra desarrollando actividades educativas dentro de la campaña Residuo Mínimo do Morrazo.

Una de esas actividades consiste en investigar los microplásticos en las playas y, de paso, recoger los macroplásticos y restos de basuras que nos devuelve el mar a sus productores. En una de estas acciones con los institutos de O Morrazo encontramos hace unos días a nuestra protagonista varada en la playa de A Xunqueira. Era una botella pequeña, de color azul y con su contenido grabado en el propio plástico Lejía Mar, de la legendaria fábrica Pedramol de Vigo. Estaba en perfecto estado, pero su aspecto vintage nos llamó la atención y picados por la curiosidad, buscamos documentación al respecto. Y la encontramos, concretamente en el BOE que nos la describía así: «Esta dirección general, en virtud de la autorización concedida en dicha orden ministerial, ha resuelto: Primero. Autorizar a la Empresa Pedramol S.AJ, de Vigo, para utilizar en el envasado de la lejía Mar, fabricada por la misma, envases según el prototipo descrito en la documentación presentada ante este centro directivo, y que reúne las siguientes características: Envase en polietileno, no recuperable, baja densidad, color azul, forma botellín de 280 centímetros cúbicos de capacidad, 54 milímetros de diámetro por 152 milímetros de altura total y espesor mínimo de 0,5 milímetros de pared y fondos. Su cierre consiste en tapón roscado y anillo interior de estanqueidad. Los rótulos comerciales y reglamentarios, así como el dibujo comercial aprobado están impresos. Este envase se destinará a contener lejías en extracto de 145 gramos de cloro activo por litro».

La descripción encajaba perfectamente con la botella que habíamos localizado y también (aquí llega el detalle relevante) con la fecha: 1 de diciembre de 1967. Nuestra amiga, en un estado impecable, tenía apenas 52 años. Parecería una edad respetable pero a nuestra amiga aún le faltan unos 350 años antes de convertirse formalmente en microplástico a base de la acción combinada de la salinidad, rayos ultravioleta y la erosión que la van a ir fragmentando poco a poco en trozos cada vez más pequeños hasta que dejarán de verse a simple vista, pero seguirán ahí.

Al menos en teoría, porque en la práctica, en el caso de esta botella concreta, ya fue retirada de circulación vía contenedor amarillo. Nuestra vecina es apenas una mínima muestra de los 200 kilos de plásticos que se vierten al mar cada segundo. Una pequeña parte del contenido total de plásticos en los océanos que en el año 2050 superará en peso a la totalidad de la biomasa marina, o lo que es lo mismo, que en el mar tendremos más plástico que peces. Unos grandes fragmentos que se van haciendo más pequeñitos hasta convertirse en microscópicos y cubrirán la columna de agua y el fondo, en el que por cada kilómetro cuadrado de sedimentos ya podemos encontrar, trocito arriba trocito abajo, unos 4.000 millones de restos microscópicos.

Cada vez que nos cepillemos los dientes o pongamos a lavar una prenda sintética, unas 70.000 microesferas y microfibras de plásticos saldrán a la ría. En este momento solamente no hemos encontrado microplásticos donde no los hemos buscado; donde los buscamos aparecieron. En la columna de agua y sedimentos de todos los mares, en tierra, en el aire, en los estómagos de los peces, de los mamíferos y, les recordamos, somos mamíferos. También en nuestros cuerpos los hemos encontrado. No existe en este momento, ni se espera que exista, ninguna tecnología que nos permita sacar los microplásticos de nuestro planeta. Solo podemos intentar evitar que sigan aumentando.

Nuestra botella de lejía es solo una parte de este inmenso problema. Como anécdota, diremos que descubrimos al documentarnos para esta crónica, demasiado tarde, que nuestra amiga tiene un cierto valor en el mercado de coleccionismo donde se cotiza a buen precio. De haberlo sabido la reciclaríamos de otra manera.