Microbios letales en la Reconquista

Eduardo Rolland
Eduardo Rolland VIGO / LA VOZ

VIGO

Las tropas comandadas por Napoleón sufrieron numerosas bajas atacadas por enemigos microscópicos.
Las tropas comandadas por Napoleón sufrieron numerosas bajas atacadas por enemigos microscópicos.

El ejército de Napoleón trajo enfermedades que diezmaron a sus tropas y ayudaron a los gallegos

30 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

En las guerras suele personarse un ejército microscópico a menudo más letal que las propias armas. La I Guerra Mundial, por ejemplo, dejó 18 millones de muertos. Pero a su fin, en 1919, cuando se firmó el Tratado de Versalles, el mundo ya estaba librando otra batalla: la de la gripe española, que dejó 50 millones de fallecidos. También es sabido que la viruela y el sarampión diezmaron a los indios americanos mientras Hernán Cortés o Pizarro avanzaban por el continente. Y, en la ficción, en La guerra de los mundos, de H. G. Wells, los alienígenas que aterrizan en los campos comunales de Londres son aniquilados por algún tipo de bacteria terrícola, cuando su victoria ya parecía irreversible.

Así que los microbios son aficionados a combatir en las guerras. Y lo hicieron también en la Reconquista de Vigo, hace poco más de dos siglos. De hecho, los ocupantes franceses llegaron a Galicia muy castigados por las enfermedades, lo que contribuiría a la victoria de los paisanos contra la todopoderosa maquinaria bélica de Napoleón.

Sabemos que los soldados galos llegaban enfermos por la gran cantidad de hospitalizaciones y muertes que se producen en Vigo durante los dos meses de ocupación. La villa olívica se convierte en un gran hospital, donde se deja a los enfermos de la retaguardia del mariscal Soult. El hospital militar que existía entonces queda desbordado y el convento de San Francisco, en O Berbés, tiene que ser acondicionado como sanatorio. En las dos primeras semanas de ocupación se cuentan 22 franceses muertos por altas fiebres. Son enterrados en el arenal de Coia. Y, aunque no se conoce su dolencia concreta, vienen de caminar a marchas forzadas, en diciembre y enero, desde Madrid a Galicia, bajo la nieve, en uno de los más crudos inviernos de esos años. La gripe, para empezar, es una candidata plausible en esta guerra microbiana.

Galicia tiene también su propio «General Invierno». Si bien no es tan estricto como su homólogo ruso, hace trizas a los soldados de Soult y de Ney. En febrero están documentadas las penalidades del ejército de Soult para cruzar el Miño hacia Portugal. De Arbo a A Guarda, los paisanos queman todas las embarcaciones disponibles. Y la División Heudelet es enviada río arriba, hasta Ourense, a buscar un paso seguro. El río llega crecido y, además, todo el sur del Reino está azotado por un temporal terrible. Las crónicas hablan de cientos de soldados que caen enfermos y que mueren en medio de altísimas fiebres.

Los microbios también serán protagonistas tras la Reconquista, cuando los vigueses marchan sobre Tui para intentar recuperar la plaza. Los ocupantes franceses caen como chinches. Aquí algunos autores apuntan a la fiebre de tercianas, un subtipo de peste, así como el tifus, unido a la gripe propia de la estación.

Algunos autores afirman que en Tui se desató una auténtica epidemia, una enfermedad no descrita que estaba afectando a la guarnición de la ciudad y que «heredaron» sus vecinos a la salida de los galos.

Ávila y La Cueva narra de esta forma la insalubridad que dejaron los franceses en Tui: «Como Tui y otros varios pueblos del Obispado quedaron infectados de la epidemia que había entre los franceses, se encendió tal contagio en ellos que era innumerable la gente que moría; en esta ciudad, tanto antes de marchar aquéllos como después, causaba admiración ver los muchos que fallecían; y según resulta por las partidas de defunción extendidas en el libro de difuntos de ella que regía entonces y del Castrense, murieron en la parroquia de la ciudad 370 personas».

El autor cree que las cifras reales serían aún mayores: «Según yo he contado sus partidas una por una, y quién sabe los más que morían y que no les extendían partidas, porque en aquella confusión y trastorno no es de extrañar quedase alguno sin ponérselas».

El historiador relata la estampa terrible de aquella epidemia, según varias fuentes: «La mayor mortandad fue en los meses de marzo, abril, mayo y junio, pues de ellos hubo días de ocho y diez muertos, y en una ocasión he visto traer a marido y mujer juntos a enterrar.

En el número de los 370, no entran los muchos soldados franceses que han muerto de aquella epidemia, pues eran tantos los que fallecían que los llevaban en carros a enterrar a los campos, y a estos no les pusieron partidas de defunción».

Así que los microbios, coitadiños, no suelen salir en las grandes epopeyas bélicas. No hay para ellos medallas ni estatuas ecuestres en las plazas principales de la patria. Pero nunca se pierden una guerra. En la Reconquista, hace dos siglos, jugaron un papel enorme, aunque los laureles, en lugar del poco fotogénico estreptococo, se lo llevasen seres pluricelulares del tipo Carolo o Cachamuíña.