Al pasar por la Porta do Sol, algunos desertores del arado ensayan un mohín de desprecio. «¡Qué ordinariez!», dicen al ver los puestos de vino y asados que ocupan hoy la entrada del Casco Vello. «Esto es de pueblo», se quejan. Algunos críticos ven la feria gastronómica y de artesanía instalada con motivo de las fiestas como un «chiringuito gigante» con cierto aroma aldeano. Sólo las obligadas vacaciones han impedido que esté ya en registro una moción ante el pleno, firmada por alguno de los tres tenores del PP: Jorge Conde, López-Chaves y Chema Figueroa. Su proverbial capacidad crítica no desaprovecharía esta oportunidad.
Lo cierto, sin embargo, es que, por primera vez en años, resulta evidente que Vigo está en fiestas. Porque ya no hay que esperar a que caiga el sol para acudir a Castrelos, sino que un paseo por el Casco Vello te basta para descubrir una animación inusitada.
Los puestos de comida están abarrotados. Y los turistas se detienen en los de artesanía, repartidos por una amplia zona del Casco Vello más recuperado. Incluso los cruceristas que recalan en Vigo descubren una ciudad animada. A media tarde, cuando la sirena del buque los llama a reembarcar, parecen demorarse con un punto de tristeza. Contra todo pronóstico, la ciudad les ha gustado.
Por otra parte, en contra de una cierta opinión, una feria como la que se celebra en el centro histórico de Vigo no tiene nada de aldeano. Hace cuatro años, viajé a Alemania con motivo del Mundial de fútbol. Y, en Francfort y en Stuttgart, vi ferias idénticas a la de Vigo, con la diferencia de que, donde aquí se asa churrasco, allí se servían salchichas o codillo con chucrut. La gente, aborígenes y turistas, disfrutaba de las viandas en plena calle, con gran felicidad, y sin que a nadie se le ocurriese pensar que aquello resultase chabacano.
También en Amsterdam o en Berlín he visto ferias similares, porque son comunes en toda Europa, sin que despierten complejos de ningún tipo en sus más que modernos ciudadanos.
En Vigo, por lo visto, ocurre algo distinto. Y hay un cierto prototipo de vigués que tiene un extraño concepto de lo urbano. Haría falta un estudio más profundo para saber si estos críticos responden a un modelo estándar. Si son los mismos que protestan cuando se peatonaliza, por ejemplo. O los que piden más asfalto y más plazas de aparcamiento. O los que son felices con más moles de hormigón y centros comerciales. Porque puede ser que todo responda a la misma clase de vigueses: personas con un concepto de lo moderno y de lo urbano que no comparto. Si ellas se sienten ciudadanas, yo, que nunca tuve aldea, no tendría inconveniente en considerarme aldeano.