«Valoro mucho la obra de los demás»

VIGO

El artista, que expondrá nuevas piezas en la Feria Espacio Atlántico, ilustra con dibujos las novelas que lee y es un enamorado del cine y las bandas sonoras

21 dic 2009 . Actualizado a las 12:19 h.

Eduardo (Din) Matamoro (Vigo, 1958), es uno de esos creadores cuya apariencia recuerda a la de un científico despistado enfrascado en sus fórmulas. No es raro. El pintor maneja colores, formas, mundos e ideas que también dejan un denso poso de incertidumbre en el pensamiento. A Matamoro el tiempo le parece el mayor tesoro que se puede tener y le molesta la rapidez y la fugacidad del ritmo contemporáneo. Din Matamoro podría definirse como un hombre perplejo. Le asombra, por ejemplo, y con razón, que cuando suena un móvil, la llamada tenga preferencia sobre la persona que tienes delante, dejándola con la palabra en la boca. Por eso se ha convertido en su última obsesión, la que le lleva constantemente a su estudio tratando de acordarse de que existe vida allá afuera, y que tiene una familia, una mujer y tres hijas de las que ocuparse en el mundo real y cotidiano.

«En esta sociedad todo es para antes de ayer. Nada se completa. Y la pintura no es eso, es trabajo y tiempo, te arrastra y te hipnotiza, porque siempre hay una pincelada que está mal. Y eso está en contradicción con el tiempo presente que nos ha tocado vivir en el que todo son prisas. Todo el mundo está ocupado y trabaja más que ninguno. El tiempo es el tesoro de todos», ratifica.

El creador lleva casi 30 años de carrera. Respiró profundamente el Museo del Prado, pero también los ambientes artísticos y culturales de Madrid en los años de «la movida», y los aires de Nueva York y los de Roma. Hace tiempo que trabaja cerca de casa. Sin parar.

Una de sus aficiones consiste en «tunear» los libros que lee. Ha ilustrado numerosas obras de escritores y poetas, pero esto es otra cosa, íntima y personal. Las ediciones uniformes de los autores más diversos, de Isak Dinesen a Bryce Echenique, de Martín Gaite a Saramago, todos aparecen adornados con delicadas ilustraciones en las páginas en blanco del principio y el final de los volúmenes, con las imágenes que cada historia le sugiere. «Con la literatura que te ha tocado y has disfrutado, ¿por qué no dibujar un gesto o un recuerdo de lo leído en alguna de las hojas en blanco. Supongo que mis hijas cuando empiecen a leer de verdad les encantará encontrar estos dibujos como sorpresa, además de lo que contiene el texto?», imagina.

«Me encanta hacer el libro mío», reconoce, pero explica que lo hace con mucho respeto hacia los libros. De esta forma, las novelas idénticas que fabrican las editoriales se convierten en manos del artista vigués en joyas únicas. «Lo hago desde siempre. En el colegio siempre tenía los libros y libretas dibujados, les hacía caricaturas a mis compañeros. Siempre me gustó dibujar. Me perdía dibujando, pero me gustaban otras cosas también. Pintar fue una elección de un tiempo de la vida. Pero después la pintura te retiene en el taller y no te deja hacer otras cosas. La obra pictórica es muy celosa», asegura.

«Recuerdo mitades»

Ahora está enfrascado en un proyecto «sobre la poca memoria de la sociedad». Cuenta que le cuesta recordar: «Recuerdo mitades. No se si será la edad, pero yo creo que me ha pasado siempre. Recuerdas un autor pero no el título de la obra. Recuerdas una obra pero no te sale el nombre del autor. Siempre son mitades. Tienes que rebuscar en un limbo de tu cerebro y tirar para que aparezca».

Recorta libros, revistas de arte y cine, cuyo interior de papel termina troquelando colgando como cascadas de celulosa impresa, y con ello practica una lucha terapéutica. «Lo hago para no sucumbir a la televisión, a los anuncios. Mientras los veo corro el peligro de convertirme en un personaje de Forges y terminar fundido con el sofá», bromea.

Además de un ejercicio plástico, es un reflejo de cómo el tiempo va recortando los hechos y el pasado de la gente, «lo bueno y también lo malo», acota.

Suena como fondo de la conversación lo que parece la banda sonora de una película. «Sí. Es El señor de los anillos -apunta-. Me encantan las bandas sonoras de películas, la música clásica y el cine». Y el arte, claro. El artista manifiesta que para él es un tesoro tener obra de amigos que compartieron los diferentes presentes de su vida. «Valoro mucho la obra de los demás y la considero un tesoro. Tengo obra de gente que se acercó a mí o que yo me acerqué a ellos, pero no tengo obsesión por tener». Ignacio Pérez-Jofre, por ejemplo, usó como lienzo la pared de un pasillo de la casa de Din para dejarle un valioso «fresco» en el que aparece una fascinante escena a escala humana de toda su familia. «Las piezas que tengo son buenas porque me gustan. No soy un coleccionista, y a mucha honra», apostilla.