Salvador Fernández Troncoso fundó uno de los grupos empresariales vigueses más conocidos, recientemente rebautizado como Alvariño Inversores, pero su activo más importante no hay que buscarlo en las cuentas de resultados sino en su cabeza. A sus 92 años -«cumpliré los 93 en diciembre»- exhibe una memoria prodigiosa, por no hablar de la actividad que aún despliega.
En tan dilatada vida ha acumulado muchos rincones que le son particularmente queridos, pero puesto a elegir uno, se decanta por recordar los inicios. En una zona de lo que hoy son instalaciones de Adif en el puerto comercial, al pie de las vías del tren, abrió en 1940 su primera empresa, Maderas Peninsular. Por entonces no sospechaba que algún día lo suyo serían los coches, y mucho menos que se convertiría en el decano de los concesionarios de la provincia.
Salvador Fernández, ponteareano de nacimiento, llegó a Vigo con 18 años. Vino para ocupar la plaza de funcionario municipal que había ganado por oposición. «Nos presentamos cuarenta o cincuenta para cuatro plazas y entramos dos chicos y dos chicas», recuerda. La Guerra Civil truncó lo que parecía una carrera funcionarial prometedora. Durante tres años vivió la contienda desde primera línea del frente.
Cuando, por fin, en 1939 pudo regresar a Vigo, le esperaba una más que grata sorpresa, el salario acumulado de aquellos tres años. Aquel dinero con el que no contaba, unido a su espíritu emprendedor fueron la combinación perfecta para poner la primera piedra de su dilatada carrera empresarial.
Pidió la excedencia y, en sociedad con Juan Ucha, montaron Maderas Peninsular. «Salíamos de una guerra y había que reconstruir el país. Suministramos maderas a toda España porque como desde el extranjero no se recibía material, Galicia era la principal proveedora». Así debió de hacer su primer millón. «No sé, nunca conté el dinero. Todo lo que ganaba lo invertía».
Sin abandonar las maderas, Salvador Fernández dio el salto a la construcción. Dicho salto coincidió con la apertura, entre otras, de las calles Ecuador o Torrecedeira. En ambas levantó edificios, igual que en Vázquez Varela, Marqués de Valterra, Pontevedra... Sin saberlo, mientras construía uno en ésta última estaba construyendo también su futuro. «Vino un señor a pedirme que le alquilara los bajos y el sótano. Cuando me dijo que le habían dado la concesión de Seat y que pretendía instalarla allí, le propuse montar una sociedad. El pondría los coches y yo el local. Así nació Kaifer y compañía», cuenta. Aquel señor al que se refiere era Luis Kaifer.
Tuvo que multiplicarse para atender a las dos empresas. Hasta que un día les dio a elegir a sus socios automovilísticos: «O os quedáis con mi parte o me quedó yo con la vuestra». Y se quedó él con todo. Allí empezó a tomar cuerpo Salfer. Corría 1965. «Aún mantuve un tiempo la construcción, que dejé definitivamente en 1970. Dicen que me equivoqué, pero yo no lo creo. Es cierto que poco más tarde llegó el bum del ladrillo, pero en Vigo había entonces 7.000 pisos sin vender».
«Me llamaban loco»
El concesionario no paraba de crecer, así es que el local de la calle Pontevedra se quedó pequeño. Con una visión comercial que a otros le faltó, proyectó el traslado a la avenida de Madrid cuando empezó a abrirse dicha arteria. «Me llamaban loco. Decían que nadie iría hasta el quinto infierno a comprarse un coche, pero yo tenía muy claro que aquel vial iba a ser la gran entrada de la ciudad», afirma.
El tiempo le dio la razón y hoy es la calle de los concesionarios. Pero cuando otros llegan Salvador Fernández está de vuelta, así es que ahora la firma que preside -«mi padre es el mejor activo de la compañía», afirma su hijo José Manuel-, ha apostado por la diversificación. Mantienen la automoción, pero han entrado también en campos tan diversos como la informática, los seguros o la energía solar.
Muchas cosas han cambiado en las últimas siete décadas, pero Salvador Fernández sigue levantándose a las seis de la mañana y llegando a la oficina a las ocho en su propio automóvil. Para los fines de semana deja las partidas de dominó en familia. Dicen que siempre gana.