Decenas de vigueses homenajearon ayer al estibador que vivía en la indigencia y que falleció en los bajos del mirador del Olivo
12 dic 2007 . Actualizado a las 11:18 h.Antonio Lago, de 60 años, ya no contará sus historias en el bar Nosa Terra sobre sus viajes a la India cuando estuvo embarcado en alta mar. O sus relatos por Estados Unidos mientras tomaba el bocadillo sentado junto a su inseparable mochila. Le gustaba hablar con O Cego, un amigo parlanchín. Al señor Antonio todo el mundo lo conocía en el Casco Vello por sus barbas. Solía desayunar a la oficina de Sereos del Casco Vello, donde bebía un café o se lavaba. Los voluntarios le ayudaban a cubrir el papeleo o le acompañaban al hospital.
Antonio vivía en una casa en Barreiro y solía trabajar de estibador en la Lonja, donde descargaba cajas de madera o las vendía. Se comenta que, de joven, fue pintor. «Paraba mucho por la Ribera; en el bar Nixon le gustaba jugar a la máquina», relata un cliente. Pero el Nixon, en la calle San Francisco, cambió de dueño y ya no lo conocen.
Otro indigente que coincidía con él en el comedor gratuito de las Misioneras del Silencio lo recuerda con cariño. «Era muy buena persona. Siempre nos contaba sus historias sobre la India», relataba ayer este amigo, que depositó una vela roja en el lugar donde pereció. Casualmente, en ese momento dormían allí varios vagabundos. «Yo estuve ahí algunos días. Me suena de haber visto al señor Antonio», dice una transeúnte que acudió al homenaje desde A Coruña.
En la barra de Nosa Terra, recuerdan que Antonio estaba «muy mal de salud» últimamente. A veces, éste se sentaba en un banco del paseo Alfonso XII para mirar el mar o dormía por las mañanas en el mirador. Dicen sus conocidos que la heroína lo derrotó aunque su muerte se produjo de forma natural por una grave enfermedad.
Antón Bouzas, portavoz de El Imán, también conocía a Antonio desde hace años. Lo define como una persona entrañable a la que todos tenían cariño por su buen humor. Le gustaba participar en La Voz de los sin voz, una tertulia de los sin techo y asistentes sociales. «Era el mayor de todos y los jóvenes le respetaban por la sabiduría que se supone a los ancianos», afirma.
En los últimos meses, Antonio Lago sufrió una recaída y fue ingresado en el hospital. Salió hace quince días y Servicios Sociais del Concello le pagó una habitación en una pensión. Por alguna razón, regresó a la calle. «Viase que anda mal. Estaba fraco coma un pau pero de cabeza ben. Debeulle de dar algo», afirman en la barra de Nosa Terra. La taberna está situada a escasos metros de los bajos del mirador del Olivo, donde un amigo lo halló muerto el pasado sábado.
La beneficencia municipal pagó ayer su entierro en Pereiró.