El sano escozor del mal perder

TORRE DE MARATHÓN

CESAR QUIAN

La plantilla y la hinchada blanquiazul han recuperado el hambre y ya no les sacia un empate, sin importar el rival

15 feb 2020 . Actualizado a las 00:29 h.

«El equipo está triste». Quién lo iba a pensar.

Fernando Vázquez se asomó al vestuario y encontró un grupo cabizbajo. Como si a un recién salido del descenso le supiera a poco hilar su octavo partido sin derrota, rascándole un punto al mejor plantel de la categoría. Como si hubiera olvidado dónde estaba hace un mes. O precisamente, por dónde estaba hace un mes.

Richard Barral, todavía en su etérea condición de asesor, se confesaba impaciente por saber cómo iba a digerir el plantel y el entorno el primer traspiés. Habló concretamente de la primera derrota, pero no ha sido necesario hacer tanta sangre para pasar la prueba del algodón. Bastó con dejar de sumar de tres en tres para comprobar que aquel montón de futbolistas deprimidos de diciembre se habían hecho a la costumbre de ganar. Tanto que por un momento pretendieron hacerlo con holgura, y eso sí no pudo ser. Nunca desde que estrenó torneo frente al Oviedo habían visto el Dépor con dos goles de ventaja en el marcador. Entonces también amagaron con remontar los visitantes, pero esta vez Christian Santos no se encontraba a mano para su entrenador.

La traducción en números del duelo señala que la pelota pasó mucho más tiempo en pies del adversario (a Martí le pareció incluso que nunca había tenido tanta posesión) y que el Girona disparó veinte veces y el Deportivo solo seis. Pero la estadística no tiene memoria ni puede registrar que el conjunto blanquiazul ha aprendido a vivir así, sometido periódicamente a una enorme presión. Noventa minutos de asedio semanal que durante seis jornadas no tuvieron traducción en puntos para el rival. Y por ese camino volvía a discurrir el duelo, que Çolak estuvo a un instante de sentenciar. Por primera vez bajo el mando de Fernando Vázquez el momento clave se resolvió mal. Un contratiempo que sumar a la lesión de Somma, a la cartulina que sentenció a Mollejo, y a la que Stuani no vio. La serie la cerró Montero. Para su versión del pasado, la de las gafas que iban y volvían y los penaltis sin querer, ya no hubo antídoto, porque Vázquez pensaba haberla eliminado a base de fe.

Justo en el mejor encuentro del central zurdo que resistió el mercado de invierno arropado por su entrenador, llegó esa carrera hacia ninguna parte de Samu Saiz interrumpida bruscamente antes de que pudiera superar la línea en dirección opuesta al gol. El atropello resucitó de golpe la expulsión escamoteada del pichichi de la división. Marcó y se regodeó por ello (sin ver tampoco esa tarjeta que solo se muestra si hay excesivo júbilo en la celebración), tratando de provocar a la grada. Lo consiguió: la hinchada del Dépor vuelve a estar viva, ya no se conforma con empatar.