Integrantes del Superdépor recuerdan las horas previas y el partido que marcó a varias generaciones de deportivistas

Pedro Barreiros
Redactor

Hoy se cumplen 25 años de una fecha que marcó a varias generaciones de deportivistas. El Superdépor, que dependía de sí mismo, perdió la Liga de 1994 por culpa de un último empate sin goles en Riazor contra el Valencia, culminado por un error final de Djukic desde el punto de penalti. Este es el recuerdo que de las horas previas a aquel partido imposible de olvidar contado por sus protagonistas.

Fue una semana más de trabajo para aquel equipo. Aún faltaban muchos años para que se levantase la ciudad deportiva de Abegondo, por lo que los deportivistas acostumbraban a peregrinar por los distintos campos de A Coruña y sus alrededores para entrenarse. Esta vez, en la previa, se prepararon a puerta cerrada en A Grela. «Era el día que se ensayaba la estrategia, las faltas y, claro, los penaltis. Había mucha ilusión y mucha alegría en la afición, y Arsenio estaba preocupado, porque sabía que en el fútbol no se hace nada hasta el ultimo día», afirma su mano derecha, Carlos Ballesta.

Tras el entrenamiento, 18 jugadores se concentraron a las ocho de la tarde en el hotel Riazor, en pleno paseo marítimo: Liaño y Canales, porteros; Mariano, Voro, Djukic, López Recarte, Ribera, Paco y Nando, defensas; Marcos Vales, Mauro Silva, Donato, José Ramón, Alfredo y Fran, centrocampistas; Manjarín, Bebeto y Pedro Riesco, delanteros. Ocupaban las habitaciones por parejas. Por ejemplo, Liaño, con el portero suplente, Canales, y Manjarín junto a uno de los veteranos, López Rekarte. Precisamente el lateral había faltado al entrenamiento del miércoles debido al nacimiento de su primera hija, Naroa. La noche anterior, antes de dormir, no faltó la partida de pocha. «Era una manera de pasarlo bien, de relajarte, aunque algunos queríamos ganar siempre. A mí no se me daba mal, pero fue lo único que gané ese día», destaca Manjarín. Y Liaño ratifica: «Había mucha camaradería, jugadores que comíamos juntos todos los días».

Aquella mañana también hubo paseo. «No varió nada -insiste el meta-. Íbamos hasta la iglesia [se refiere a la del colegio de los Salesianos, delante de la playa del Orzán] y nos encontramos con mucha gente, pero todos muy agradables, nada de agobios». Entre los que no jugaban a las cartas estaba Ribera: «Algunos a veces dábamos una pequeña vuelta después de cenar, o veíamos algún partido por la tele, pero a las once ya te ibas a la habitación a dormir».

Miel con el yogur

El Dépor se hospedó en la primera planta del hotel, pero también usaba alguna de las salas de la entreplanta, donde Arsenio se desvivía por sus jugadores. «Conocíamos hasta a los camareros. Comimos espagueti con un poco de tomate y filete con puré», dice Ballesta. A buen seguro que en la mesa, como muchas otras veces aquella temporada, volvió a aflorar el carácter paternal del zorro. Se acuerda Liaño: «Era el primero que quería que se sirviesen los platos, hasta los iba a buscar a la cocina para que a los futbolistas no les faltase de nada. Estaba siempre muy pendiente del descanso de todos y de que cada uno cumpliese sus obligaciones. A mí al yogur me decía que le echase miel, que era muy buena. A modo de travesura, en la comida el míster dejaba tomar un vaso de vino, así que a los que no bebíamos nos sorteaban por las mesas para poder beber un poco más».

De la hora de la merienda. Ballesta explica: «Ahí la gente ya se dio cuenta de la marea humana que inundaba la calle y que nos iba a acompañar al estadio». Antes, la charla de Arsenio a una plantilla que era una familia. «Habló de un equipo que estaba a punto de hacer historia y que había llegado hasta allí por méritos propios. No era un día de palizas muy grandes», afirma.

Desde el hotel al campo, separados por unos 650 metros, el autobús tardó casi una hora. «Fue increíble, toda aquella gente dando ánimos te ponía la piel de gallina. Recuerdo a varios niños con la cara pintada que me hicieron el signo de la victoria», revive Fran. A Manjarín le recordó lo vivido la semana pasada en Logroño. «Aquel día al subir al bus había gente cantando campeones, pero a Arsenio eso de darlo por hecho no le gustó nada, así que estábamos vacunados». Ribera recuerda esos instantes previos como «de bastante tensión, en el sentido de que nos jugábamos mucho, que eras tú el que podías perder, que ibas tú por delante».

Tras el pitido inicial, al 10 deportivista lo perseguía Quique Sánchez Flores. «Me hizo un marcaje individual muy estrecho», recuerda el capitán. «De Segunda estaba acostumbrado, y esa temporada ya me lo había hecho Chapi Ferrer, pero estuvimos muy tensos». Un diagnóstico en el que coincide con Ballesta. «En el descanso quisimos liberar presión. El equipo llegaba al final de Liga justito de fútbol y se multiplicó por dos ese temor. Arsenio habló de que nuestro trabajo tenía que ser no tener temor, porque con miedo todo era mucho peor», explica.

Cuando llegó el penalti, ni Fran ni Ribera se lo creían, pero cada uno a su manera. O Neno explica: «Me dije: “Aquí está lo que buscábamos”». Mientras el central recuerda así el error de Djukic. «Piensas que fue un sueño, que no es posible, que te vas a despertar». Ya en el vestuario, cuentan que en medio del llanto general se comenzaron a escuchar unos ruidos fuera del vestuario. Alguien salió a comprobar qué sucedía. Era Claudio, que no había jugado, quien golpeaba insistentemente su cabeza contra la pared.