Jugadores y aficionados argentinos piden que siga al frente de la selección absoluta, una ilusión que el de Pujato comparte con la de entrenar algún día al Deportivo
22 nov 2018 . Actualizado a las 19:41 h.El partido había resultado duro. Duscher se lesionó a los once minutos. Mauro lo sustituyó. Pero cuarenta después, el brasileño también exhibía problemas físicos. Dos pivotes defensivos fuera en el mismo encuentro. Un problema para Jabo. Irureta miró hacia su banquillo cual mago a su chistera. Pero no encontró nada. Su conejo estaba ya en el campo y portaba el brazalete de capitán. Hizo entrar a Víctor y Scaloni dejó la banda para incrustarse en la medular. El resultado no fue positivo. Le costó entenderse con Sergio, su compañero de demarcación. El Osasuna marcó dos goles más y el partido concluyó 1-3.
Cabizbajo, el de Pujato tomó el camino del vestuario. Se duchó. Se enfundó el chándal con el que acostumbraba a irse para su casa tras los partidos y pidió a un empleado del club que le facilitara todos los vídeos que tuviera de partidos de Mauro Silva. Quería ver cómo se posicionaba. Cómo apretaba a los rivales. Cómo la tocaba en corto... Quería estudiar tácticamente a su compañero para los siguientes compromisos.
Catorce años después de aquel Deportivo-Osasuna de la segunda jornada de la Liga 2004-2005, Lionel Sebastián Scaloni (Pujato, Argentina, 1978) es el hombre que ha devuelto la esperanza a la selección argentina. Lleva seis partidos como seleccionador absoluto y aguarda que el próximo jueves la AFA confirme si continúa en el cargo o no. De momento, futbolistas y aficionados coinciden en que es el idóneo para conducir a la albiceleste a la Copa América que se disputará el próximo año. Incluso el presidente del fútbol de su país se manifestó proclive a su continuidad: «Scaloni tranquilamente puede conducir a la selección mayor. Así lo entiendo yo. Nadie puede ser negador de la realidad. Ha conformado un grupo que tiene identidad. Él, que jugó en las inferiores, siente esta camiseta y está contagiando al resto», reflexionaba hace unos días Claudio Tapia.
Sus números lo avalan. Como director técnico de la albiceleste ganó 4 partidos, empató uno y perdió otro. Once goles a favor y solo uno en contra en una profunda renovación de la selección en la que bajó el promedio de edad e hizo debutar hasta dieciséis futbolistas. Con él en el banquillo, Argentina vuelve a sonreír. En caso de seguir, solo tendría un reto por delante: convencer a Messi para que regrese.
Son los números de un joven, jovencísimo entrenador que, casi sin quererlo, ha dado el salto de dirigir juveniles a hacerlo en una bicampeona del mundo. El hambre de un chico de Pujato que cuando era futbolista ya mostraba inquietudes tácticas y, sobre todo, un espíritu ganador que nunca le abandonará. De un jugador de club. Disciplinado pero reivindicativo. Con principios. Un día, en desacuerdo con Caparrós, le espetó: «Mire, si usted nos manda darnos cabezazos contra el muro, yo seré el primero en dármelos. Todos los que diga. Sin protestar. Pero después, le diré que está equivocado, que ese no es el camino».
Irureta lo recuerda
Nunca tuvo sintonía con Caparrós. Sí la tuvo, en cambio, con Javier Irureta, quien lo entrenó en el Deportivo entre los años 1998 y 2005. «Era un futbolistas que hablaba mucho en el campo. Siempre comentando aspectos del juego con sus compañeros. Y su carácter era ganador cien por cien. Siempre empujando, viendo el lado positivo de las cosas... Recuerdo que en el vestuario, pues todos sabemos cómo son a veces los futbolistas que presumen mucho y yo a alguno lo picaba y le decía que yo había jugado una final de la Copa de Europa y esto y lo otro. Y la respuesta suya un día fue: ‘A mí no me cuentes cuántas has jugado. Dime cuántas has ganado’. Eso define su espíritu combativo cien por cien».
Tras el Dépor, pronto acabó en Italia, en donde tuvo una buena formación disciplinaria. Y regresó para establecer su residencia en Mallorca. Rápido comenzó a trabajar con niños. Su primer club fue el Son Caliu. En este barrio de Palma fue ayudante en el cadete. El presidente de la entidad lo recuerda con cariño. «A pesar de ser un futbolista que acababa de ser profesional, siempre se mostró muy humilde. No quería coger ningún equipo, prefería estar de ayudante. Se mostró muy formativo durante los dos años que estuvo con nosotros. Muy educador con los chicos. Nada competitivo».
En unión con el Son Caliu también organizó un campus de tecnificación que llevaba su nombre. Allí conoció a Gero del Olmo, un compatriota que le ayudaría meses después a entrenar al equipo cadete del Playas de Calvià: «Yo era su ayudante y puedo decir que era una maravilla cómo transmitía a los futbolistas. Tenía un don para el banquillo. A los chicos les incidía mucho en el sacrificio. En lo táctico. Se nota que estuvo mucho tiempo en Italia. Le gustaba la presión alta, las transiciones muy rápidas, que el balón llegara rápido al área rival. No era un juego defensivo, pero buscaba rapidez», señala.
Así se formó un técnico que el pasado miércoles cerró su período de interinidad con la albiceleste y ahora aguarda a saber el día 29 si podrá seguir viviendo un sueño, el de entrenar a Argentina. Una ilusión que comparte con la de regresar a A Coruña. «Sueño con entrenar algún día al Dépor», recordó tras su último partido.
Maradona (08-10)
El experimento le duró a la selección 24 partidos. Acabó con goleada de Alemania en los cuartos del Mundial.
Batista (10-11)
También unos cuartos de final, esta vez de la Copa América, le costaron el puesto a Batista tras 17 partidos.
Sabella (11-14)
El que más duró el último decenio: 41 partidos en 3 años. Se fue tras el subcampeonato de Brasil 2014.
Martino (14-16)
Dimitió tras el subcampeonato de la Copa América del 2016 por discrepancias internas.
Bauza (16-17)
Ocho partidos duró al frente de la selección. Solo tres victorias y dos empates. Poco bagaje.
Sampaoli (17-18)
Era el deseado y la AFA se lo arrebató al Sevilla, pero tampoco tuvo éxito. El Mundial lo condenó.