El estoicismo de Patona, el chaval tranquilo

Pablo Varela Varela
pablo varela A CORUÑA

TORRE DE MARATHÓN

César Quian

Su padre y el expresidente del Covadonga evocan los inicios del asturiano

21 feb 2018 . Actualizado a las 17:12 h.

En Teverga, en la cuenca hullera central de Asturias, a Pepe López le apodan Patona. Cuenta que ya fue hace mucho tiempo, a raíz de acudir un día con pantalones de campana al colegio de esta localidad del Principado. «Era lo que se empezaba a llevar. Eran muy flojos abajo y los compañeros me decían: “¡Vaya patona!”». Solo podía ocurrir una cosa: que el apodo pasase a la siguiente generación. Y ocurrió, porque así conocen también en el pueblo a Adrián López, jugador del Deportivo. Como su padre, él va un paso por delante del resto, pero es en las inmediaciones del área rival donde muestra su elegancia.

Ocurre que, a veces, el talento se abre paso a base de casualidades. Adrián jugó hasta los 12 años en el patio del colegio, y fue a raíz de un torneo de verano en la Escuela de Mareo cuando lo expuso al público. «No había pisado un campo de fútbol antes, y un matrimonio amigo nuestro, Ángela y Segundo, nos propusieron llevarle allí. Quedó máximo goleador y su equipo fue campeón», señala Pepe. Fue la carta de presentación que puso a uno de los asistentes tras la pista del chico. Entre el respetable había una leyenda del Sporting. Quini percibió olfato de área y se interesó, pero el tanteo se perdió en el tiempo: «Me dijo: “Vamos a esperar un año más y luego me pongo en contacto contigo”. Entonces, Adrián dejó caer que quería jugar en el Juvencia de Trubia, como sus hermanos antaño», recuerda Patona.

Quini no llamó porque en la carrera por llevarse al punta apareció el presidente del Covadonga. Juan José Beltrán, amigo de Pepe, le instó a que diese rienda suelta al potencial de su hijo pequeño en Oviedo. «Yo trabajaba en la mina y la madre tenía un bar, Ahora hay mejores carreteras, pero entonces eran 40 kilómetros de ida y otros de vuelta hasta Teverga», recalca Pepe entre risas. Pudo la ilusión de Adrián, pero también la disciplina del padre, que insistió en ir a entrenar los tres días que marcaba el club a mayores del partido. «Para facilitarles la labor, le comenté a Patona que trajese al crío dos días entre semana y el sábado de partido. Pero él puso serio: “Si se entrena tres días, el guaje va los tres”».

Una sola expulsión, de cadete

Invita Beltrán a poner en relieve esa sencillez, ese carácter ordenado que emana de una familia trabajadora, para explicar cómo Adrián ha llegado y se ha mantenido en la máxima categoría con una única expulsión en su carrera: una doble amarilla en categoría cadete tras protestar una falta que no había cometido. O cómo Patona mostró inicialmente su reticencia a que el niño se marchase del Covadonga cuando el Oviedo vino a buscarlo: «Quería que se quedara, porque estaban contentos aquí. Pero era el mejor del equipo jugando con gente dos años mayor que él, allí iba a progresar, y ya era el 2002. Debutó en Primera cuatro años después».

Nada alteró su carácter en esa evolución exprés. Ni siquiera la llamada del Dépor. Siempre hubo un halo de sospecha sobre el ariete, sosegado fuera y dentro del campo, pagano para quienes promulgan que un atacante debe pensar solo en la portería rival sin reparar en que es precisamente tener un buen socio lo que lo facilita. En ese perfil se suelta Adrián, que posiblemente en la calle habría disfrutado un pase de la muerte en línea de gol.

Y esa tranquilidad ofrece más de una anécdota, como la de su presentación en Abegondo en el 2006, y que cuenta Beltrán: «Yo estuve allí. Llegué un poco tarde y el entrenamiento había empezado. Luego me enteré de que Adri había salido esa misma mañana desde Teverga. Le dije: ¿Y si pinchas o tienes un percance por el camino? Y eso que ya tenía piso alquilado cerca de Riazor...».

A esa personalidad serena, alejada de las salidas de tono, aluden Beltrán y Patona. No son Deportivo y Covadonga dos equipos cualquiera para Adrián. «Siente el Dépor porque sabe la oportunidad que le dieron al debutar en Primera», dice su padre. Él, central férreo en la Regional asturiana a inicios de los 80, incide en esa diversidad de roles en un vestuario: «En cualquier equipo, pase lo que pase, no pondrá un problema ni levantará la voz. Si hasta jugó un año en Segunda B cobrando cero euros...». Esa línea descriptiva va en consonancia a la de Juan José: «Ya me lo imagino con sus compañeros antes de un partido: todos hablando, y él, en un rincón, escuchando». Quizá por aquello de que los espíritus libres se expresan en el campo.