El panorama que nos ha dejado Lendoiro

Fernando Hidalgo Urizar
Fernando Hidalgo EL DERBI

TORRE DE MARATHÓN

07 mar 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

No está arreglado, pero la situación ha dado un giro. Suficiente como para darse por satisfechos después de la angustia vivida en los últimos días en el seno del club blanquiazul.

Dicen quienes han visto a Tino Fernández durante estos últimos y frenéticos días que mantuvo el tipo en todo momento, a pesar de que sufrió lo que nunca había sufrido en su vida empresarial. Siempre tuvo fe en el acuerdo, pero, aunque quizá no lo admita, llegó a sentir en su cabeza el retumbar de la palabra liquidación.

En cualquier caso, el sufrimiento que a buen seguro ha padecido Tino no debería de sorprenderle. Porque de ser así, habría cometido el error de infravalorar la situación que en herencia le había dejado Lendoiro. Nada de lo que está pasado habría sucedido jamás si el anterior presidente hubiera declarado concurso de acreedores hace años, cuando legalmente estaba obligado a hacerlo. Incluso, el lío que se ha montado se habría resuelto con mucha mayor facilidad si el concurso se hubiera solicitado solo unos días antes del 10 de enero del 2013, lo que derivó en el famoso enredo de las prendas y que casi provoca el descenso el 31 de julio.

Ahora, si finalmente se firma el acuerdo con Hacienda, el Deportivo sobrevivirá, pero lo hará lastrado durante años y años. Gastará tanto en pagar la deuda como en las fichas de los futbolistas. Será, por decirlo de alguna forma, como si el Dépor tuviera que pagar a cada jugador el doble que los demás clubes.

Todo esto sucede gracias a Lendoiro y sus consejeros que, amén de saltarse la ley como y cuando quisieron, nos han hipotecado el futuro. Conviene decir esto ante el silencio cómplice de quienes están dispuestos a aceptar con naturalidad, no solo que el club haya sido esquilmado, sino que se hayan pisoteado las leyes, abofeteado las libertades y utilizado el club en beneficio propio. Quien tolere todo esto no puede ni llamarse deportivista ni ir por la vida con la cabeza alta.