El nuevo presidente del Deportivo es un empresario de éxito, marino frustrado y buen deportivista
22 ene 2014 . Actualizado a las 17:35 h.Nunca pensó que algún día presidiría el club del que es socio desde los 9 años. Y mucho menos que en el camino se dejaría unas cuantas escamas. Constantino, Tino, Fernández (A Coruña, junio de 1966), coruñés, buen deportivista y empresario de éxito es desde ayer el presidente del Deportivo, el depositario de una herencia envenenada, de 25 años de despilfarro. Porque, además de gestionar a un club con 1 Liga, 2 Copas y 3 Supercopas, llega a una entidad con 107 años, pero en Segunda, con 160 millones de deuda y la urgencia en llegar a acuerdos con Hacienda y los bancos, principales acreedores.
Fundador y presidente de Altia, dedicada a las tecnologías de la información y la primera firma gallega en cotizar en el Mercado Alternativo Bursátil, a Tino Fernández le persigue la muletilla de empresario de éxito. Pero el evidente triunfo profesional al frente de una empresa que factura más de 30 millones, con cerca de 500 empleados y delegaciones en Madrid, Valladolid, Vigo o Vitoria, no ha modificado los hábitos de este coruñés de la plaza de España al que una maltrecha rodilla le impidió superar las pruebas físicas para ingresar en la Marina. Estudiante brillante y tenaz, se formó en los Maristas, donde arrancó su idilio con el baloncesto y germinó lo que en buena parte hoy sigue siendo su núcleo de amigos.
Un escolta listo y con futuro, la rodilla lo apartó de las canchas pero lo acercó a los banquillos, primero como entrenador en el mismo colegio y después en el Rosalía de Santiago y en el Ribeira. Entrenador superior, dirigió a las selecciones gallegas infantil y cadete. Una corta carrera en la que luce con orgullo una tercera plaza en un Campeonato de España infantil (1990). En aquel equipo militaba alguno de sus colaboradores actuales. Metódico, agresivo, trabajador y con la virtud y la preocupación de conectar con el grupo. Así lo define un amigo de los de entonces y de los de ahora, que lo reconoce como impulsivo, aunque «sabe escuchar» y rectificar.
Antes cercano a Lendoiro, al que siempre delegó sus acciones, asegura que nunca prestó excesiva atención a la marcha económica de la entidad -«error mío», confiesa abiertamente-, hasta que el concurso demostró que los 38 millones de deuda fiscal eran cerca de cien.
Cuando la marcha de su empresa se lo permitió, retomó sus contactos con el mundo del deporte. Como patrocinador, ha estado presente en clubes de la ciudad (Deportivo, pero también Oar, Básquet Coruña, Liceo o Ural), y de otras en las que la empresa está presente, como Rosalía, Pío XII y Obradoiro (Santiago), Celta (Vigo) o Baskonia (Vitoria). Pero, siempre, el Dépor, con patrocinios y la compra de acciones. Rechaza que sus inversiones en el club, algo que sucede con algún miembro de su candidatura, buscaran una rentabilidad publicitaria. «Siempre que pude ayudé», por pasión deportivista y como respuesta a lo que define como una empresa de sentimientos. Es el cuarto accionista del Deportivo, con el 0,97 % del capital social.
Cuando Lendoiro quiso contar con él para su nuevo proyecto, Tino Fernández rechazó el ofrecimiento, según sus palabras, «porque Augusto solo creía en pequeños ajustes, cuando la situación exigía cambios importantes». Ya entonces, con el club en concurso, había encajado como una broma la propuesta alimentada en una cena de exalumnos de Maristas que le hicieron llegar un whatsapp premonitorio: «Serás el próximo presidente del Dépor». Un mensaje atribuible a la extensa sobremesa, pero que en octubre, con el impulso de Fernando Vidal, se tradujo en la alternativa más sólida a Lendoiro.
Aunque decidido e impulsivo, Tino Fernández no se lanzó a una piscina sin agua. Pulsó los apoyos y se rodeó de un grupo con más capacidad de gestión que experiencia en el mundo del fútbol; quizá como interpretación de que los problemas del Dépor estaban en los despachos no en los terrenos de juego. Las zancadillas forjaron una candidatura cuyo histórico resultado ha sido un aval de más 40.000 acciones.
Lendoiro tardó en captar que en la otra esquina sí había rival, un candidato que no toma sus decisiones al albur de una ocurrencia de madrugada. En el empeño ha invertido tiempo, trabajo y dinero. Ha pescado en los caladeros de los enfadados, los descontentos y los cabreados. «Si no creyera que era posible salir de esta no estaría aquí», repite con la machacona insistencia con la que rechaza que en su entorno se hable de crisis. «Hay que venir llorados de casa», decía en mayo del pasado año en La Voz. Recuperar la centralidad y la capacidad relacional son dos consignas para que el Deportivo vuelva a ser de todos.
Padre de cuatro hijos adolescentes -dos parejas mixtas de mellizos-, asegura que siempre busca tiempo para ellos, aun a costa de estirar jornadas que, impenitentemente, suelen acabar con los largos paseos con Nina, la perra labradora con la que comparte su única actividad física diaria. Acompaña a sus hijos a sus partidos y no oculta el orgullo por sus aptitudes musicales. «Algún gen debió de perderse por el camino, porque mi padre era músico y a mí eso me parece complicadísimo», bromea. Apenas ve la televisión y sus lecturas tienen más que ver con la gestión que con la literatura. Navegar, su pasión, y, ocasionalmente, el esquí, aún a costa de que algún día la rodilla le dé un disgusto, son otras de las aficiones de un empresario que reconoce que a veces piensa en que le hubiera gustado continuar en los banquillos de una cancha de baloncesto. «No se podía compatibilizar y a veces hay que tomar un camino u otro». Escogió el de la empresa, primero en Andersen y después, a partir de 1994, con la puesta en marcha de Altia.
Desde ayer carga con la tarea de tratar de sacar del atolladero al Dépor, una herencia envenenada, como envenenado es el regalo con el que, muy entrada la noche, obsequió a su esposa por su cumpleaños. La presidencia de un campeón de Liga. Otro amigo para la buena compañía, aunque en este caso, se trate de un asunto del corazón. Blanquiazul.