En general, los meses más lluviosos del clima gallego siempre han sido y siguen siendo noviembre y diciembre, cuando la radiación solar en nuestro hemisferio se reduce drásticamente. El aire frío de origen polar desciende en latitud y alimenta la formación de borrascas. La circulación general de la atmósfera se encarga de moverlas hacia Europa y sus frentes asociados cruzan la comunidad, dejando registros muy destacados. Sin embargo, en abril, con la llegada de la primavera, el aire gélido comienza a retirarse hacia el polo y en su lugar aparece aire más cálido. Este es un proceso propio de la nueva estación que modifica el tipo de lluvia. Las precipitaciones frontales son sustituidas por convectivas. Las primeras caen de forma continua, mientras que las segundas lo hacen de forma más intermitente. Esto afecta a la cantidad de agua que se recoge cada mes.
El refrán «abril, aguas mil» únicamente se aplica a las comunidades del interior de España, como Castilla y León, La Rioja o Aragón. Durante el invierno estas regiones apenas reciben lluvia de los frentes que entran por el noroeste y tienen que esperar a la primavera para que las nubes de tormenta descarguen con intensidad.