Lo normal es que en la promoción de Pesadilla en la cocina le pongan a Chicote unos guantes de boxeo enormes. Y pronto le deberían añadir un ring que cerque esas cocinas suyas en las que no nos descubre solo la mugre, sino toda nuestra realidad. Los analistas televisivos tenderán a entrever en ese guion una hipérbole, pero la tendencia al enfrentamiento y al choque directos en todos los ámbitos se ha instalado como una verdad superlativa. De las de prefijo largo. Así que también si sales en la tele es mejor embestir como un miura. Por ese elevado camino de la crispación, aunque con guiños de humor negro, Chicote se ha convertido en un personaje de referencia, al estilo de los influencers que bebieron de la inspiración de Risto Mejide (que por cierto es el único que no se ha reencontrado en O.T.). Risto fue el primero en instauran en la pequeña pantalla el cara a cara como un elemento indispensable de la buena audiencia. Chicote lo hace a su estilo, franco y directo, como un Mr. Propper contagiado de los modos de aquel Hermano Mayor que mediaba en los conflictos familiares para llegar a buen fin, aunque primero haya que morderse. Pesadilla en la cocina ha cogido ese tono Pressing Catch que sumado a la roña de los azulejos es infalible en prime time. El sueño de Chicote se ha cumplido, aunque todos los jueves nos vayamos, eso sí, a la cama sin cenar.