Cuándo la escritora estadounidense Anne Rice escribió sus Crónicas vampíricas no debió de imaginar que la escena final de La Reina de los condenados podría llegar a representarse en un árido parque de Móstoles. Una incesante marea negra de seres maquillados, tatuados y cargados de toda clase de parafernalia metálica, desde piercings hasta crucifijos y cadenas, se acerca en procesión hasta el escenario donde han sido convocados por el Anticristo del rock, Marylin Manson. Por supuesto todo se trata de una pura cuestión de estética siniestra. Aún así uno no puede evitar sentir un escalofrío en el cuello. La estrella de esta sexta edición del Festimad, convertido por meritos propios en uno de los referentes imprescindibles para los fans de la vertiente más cruda y oscura del rock en Europa, responde al nombre de Brian Warner. O así lo hizo hasta que, adolescente y con una traumática vida familiar a su espalda, viajó hasta la hedonista, excesiva y violenta ciudad de Los Ángeles para transmutarse en Marylin Manson, azote del puritanismo yanqui y uno de los músicos más polémicos y brillantes del paso de siglo. Sexagenaria Para oficiar la ceremonia (hablar de concierto en términos musicales sería inexacto) Marylin Manson no necesita hacer gala del título de reverendo por la Iglesia de Satán con el que fue investido por el Antipapa Anton LaVey. Basta con la espectacular puesta en escena de su actuación. Han pasado más de cuarenta minutos desde la hora prevista para el inicio. Los pitidos e improperios del público demuestran que la estrella ha logrado lo quería: crear tensión. Un apagón de luces previo le obliga a una nueva sesión de maquillaje. La salida de Manson y sus acólitos hace rugir a todos los asistentes. Ver a una sexagenaria jadeando a la banda, armada de un botellín de agua junto a una pandilla de adolescentes con sus caras maquilladas y uniformados con camisetas de Nunca Máis es, cuando menos, curioso. Parecen ellos los avergonzados al ver a la abuela desmontar todos los tópicos de la tercera edad. El circo de Marylin Manson se prolonga durante más de una hora y media, entre coreografías de unas coristas sacadas de una antigua película de terror y el propio Manson, que incidiendo en lo grotesco de su propuesta se cala unas orejas de Mickey Mouse. Tras el último tema, el público forma la más parecido a una Santa Compaña camino de las salidas.