El tren inspira a los escritores

Camilo Franco FERROL/VIVEIRO

TELEVISIÓN

CÉSAR TOIMIL

Dos docenas de autores recorren la ruta que une Ferrol, Viveiro, Ribadeo, Gijón, Santander, Bilbao y León con el compromiso de escribir un relato ferroviario.

26 abr 2003 . Actualizado a las 07:00 h.

Por debajo de los cincuenta kilometros por hora, la ventanilla del tren atraviesa el paisaje a la misma velocidad que un camión de bomberos pasa por una película de David Lynch. Es esa velocidad en la que la realidad parece entrar en la ficción del viaje, en la melancolía del movimiento. Los trenes siempre marchan llenos de historias. Unas veces quedan en el aire como la carbonilla de las viejas locomotoras, pero esta vez el tren tiene quien le escriba. El Transcantábrico reestrenó su existencia llenándose por dentro de escritores, en total 24, dispuestos a cambiar la suave mecedora del vagón por unos folios de literatura portátil. La tarde mejoró en Ferrol para recibir a las dos docenas de autores que durante cinco días serán fieles al cha-ca-cha del tren, a la intensidad gastronómica del programa y al espíritu conversador del viaje reposado. Los saludos son el prólogo imprescindible del trayecto, los escritores suben al convoy y se dejan sorprender por la moqueta, por la madera y por las lamparitas de las mesas que van teniendo el sabor de un siglo y de una forma de viajar del pasado. El viaje avanza como una versión motorizada de Stendhal: verde y negro. Verde del paisaje y negro de los túneles que acallan ligeramente la conversación. Los túneles son importantes en la literatura de trenes, es el momento del suspense, de lo inesperado. Sin embargo, los novelistas no esperan llegar a un túnel para relacionar al Transcantábrico con el Orient Express de Agatha Christie. Es una relación imposible de esquivar cuando se habla de trenes y de literatura, aunque llegará en cualquier momento Extraños en un tren , de Patricia Highsmith. Los escritores no hablan de literatura, hablan de otras cosas porque la literatura es asunto lento. Antonio Pérez Henares, que asoma a veces en la pequeña pantalla como tertuliano, explica cómo se han perdido los primeros libros de la humanidad en el museo de Bagdad, unos libros hechos con el mismo barro del hombre, volúmenes que, paradójicamente, servían para llevar las cuentas de los uniformes de un ejército que luchaba cuerpo a cuerpo. Mientras el viveirense Ramón Pernas oficia de guía en el camino hacia su localidad natal, alguien comienza a recordar historias de locomotoras lentas porque los trenes cruzan la infancia como atraviesan los prados con vacas rubias. Los escritores se ausentan como si fueran a ponerle letras al baile de las ruedas, pero vuelven duchados para salir a ver el atardecer sobre la ría. Javier García Sánchez toma leves notas para que la memoria no mande más de lo debido en la narración. Espido Freire se coloca la melena y otros hacen fotos de la sucesión interminable de un paisaje en el que una señora con pañoleta saluda lentamente.